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Pequeña crónica de una noche llena de balas.

Por: Ghina Castrillón Torres.

Politóloga feminista.




La noche del sábado mientras estaba frente al computador haciendo mis cosas escuché varios disparos cerca. Me asusté y me tiré al suelo. Después de unos segundos eternos, me estiré para alcanzar mi celular en el escritorio. Fue entonces cuando caí en cuenta de que estaba en la habitación más cercana a la calle, sentí miedo, pero también una extraña calma, como quien recuerda “lo que se debe hacer” y sabía que debía quedarme quieta, acostada en el piso. Después de un momento, cuando empecé a oír las voces de mis vecinos, me levanté y salí de la habitación.


Enfrente de mi casa hay una cancha de fútbol en la que normalmente hay gentes jugando. A los niños que juegan en la cancha cariñosamente les llamo los "futuros Freddis Rincones", en honor al bonaverense Freddy Rincón, uno de los mejores jugadores de fútbol del país. Me encanta despertar y verlos jugar; disfruto el ruido del pito del árbitro y las barras de apoyo a los equipos. A veces salgo, miro un rato el juego y pregunto cómo va el partido.

El sábado por la noche todavía se podían ver algunos adolescentes corriendo por ahí. De repente, le dispararon al conductor de un carpati, que es un carro tipo jeep de transporte público tradicional en Buenaventura, y unos metros mas abajo se estrelló contra la reja de una casa.  


Cuando salí a mirar, ya había varios vecinos afuera y la policía llegó rápidamente. Desde mi casa observaba a un policía joven, como angustiado (o tal vez la angustia era mía), él hablaba por el radio, mientras se tocaba la cabeza y caminaba de un lado a otro. En un intento por salvar al conductor, el policía detuvo un taxi que pasaba, del que se bajaron dos pasajeras. Entre la policía y algunos vecinos, lograron subir al conductor al taxi. Escuché claramente a alguien gritarle al conductor: "¡Luche! ¡Luche!", pues aún seguía vivo pero muy mal herido.

Mi mamá se preguntaba preocupada cuál de los conductores que la transportan normalmente sería la víctima. Una vecina intentaba calmar a otra, le decía que tomara agua para tranquilizarse. En medio del caos, nos comentábamos sobre qué hicimos en el preciso momento en que escuchamos los disparos.


El chime se regó rápidamente y llegaron más personas a la esquina. Varias motos de la policía patrullaban la zona. Finalmente cerramos la puerta de la casa.


Yo continuaba asomándome cada poco tiempo para mirar lo que sucedía afuera. La calle se encontraba ya mucho más sola. Después de un rato, llegó más policía con cintas amarillas para cerrar la calle por completo. Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que el conductor había muerto. Más tarde, en las redes sociales se decía que habían capturado a dos sospechosos relacionados con el hecho.

 

Nos despertamos el domingo. En la cancha estaban los futuros Freddis Rincones jugando fútbol y en la iglesia de la esquina ya se escuchaban los cantos como si nada hubiera pasado. Mientras tanto, la grúa comenzaba a retirar el carpati accidentado. A pesar de la escena, el fútbol seguía siendo un refugio, una especie de salvavidas en medio de la tragedia. La vida continuaba para los y las jóvenes del barrio, para mi mamá, para mí y para todos y todas las vecinas.


Recordé la guerra urbana que vive Buenaventura. Precisamente hace exactamente un año, a diario, reporté en redes sociales las balaceras en el barrio. Perdí la cuenta de las veces que mi mamá y yo gateamos por el suelo en busca de protección. Recuerdo particularmente que una mañana en el andén de la casa encontramos varios casquillos de las balas que habían sido disparadas durante la madrugada. Hace un año, la mesa de diálogo sociojurídico, que busca acabar dicha guerra entre los grupos Shottas y Spartanos estaba en crisis por la desaparición y atentado a unos voceros de los grupos armados.


A pesar de que esa crisis se “superó” en ese momento, y que hace unos meses los grupos pactaron ampliar la tregua hasta mayo de este año, hace unas semanas los Spartanos decidieron retirarse de la mesa de diálogo, generando mucha más incertidumbre sobre el proceso. De hecho, en los últimos días, en la ciudad se han presentado varios homicidios. Aunque no puedo afirmar que los asesinatos recientes estén directamente relacionados, las balas continúan sonando en Buenaventura. La mesa de diálogo que busca promover la paz en la ciudad se encuentra en una situación crítica sin que tengamos claridad sobre su futuro.

¿Qué tenemos que hacer para que los futuros Freddis Rincones puedan disfrutar de canchas libres de balas?


Me rehúso a aceptar esta violencia. Buenaventura ya ha derramado demasiada sangre, especialmente de jóvenes. Es hora de rodear la paz.

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