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¿Paz o seguridad? ahí está el dilema

Por: Guillermo Linero. Columnista Pares.


Sosegada la Segunda Guerra Mundial, buena parte de los países de occidente, alentados por los Estados Unidos, desplegaron estrategias de seguridad nacional. Una campaña política, que habiendo terminado la guerra sonaba contradictoria; pues no otra cosa se había hecho durante ella. No obstante, la realidad es que los tratados firmados para sellar la paz (entre otros el de Potsdam, en 1945; el de Yalta, en 1945; el de París, en 1947; y el de San Francisco, en 1949), también implicaron la ruptura entre los Estados Unidos -en cabeza de los países de occidente- y la Unión Soviética -que integraba a un estimable número de países asociados- dando paso a un conflicto, aunque existente muy soterrado. De esa ruptura proviene la propaganda política, recibida por los países de Centro y Sur América, acerca de que en el nuevo orden, los Estados Unidos representaba la democracia y el bien; mientras que la Unión Soviética, significaba la dictadura y el mal.


En suelo norteamericano, la idea de mantener un programa de seguridad nacional en tiempos de paz, se comprendió muy bien; pues allí no había hecho estragos la guerra, pero si modificaciones arquitectónicas, o mejor, de ingeniería, productos del miedo a ella. En efecto, en su territorio nada les pasó, pero siempre esperaron que les ocurriera lo peor. Hoy sabemos, por ejemplo, que durante el conflicto se construyeron en los Estados Unidos, miles de refugios subterráneos, con agua, medicamentos, máscaras anti gas y alimentos suficientes para la sobrevivencia de una familia en caso de quedar sitiada por largo tiempo.


Por tal razón, los estadounidenses -una buena parte de la comunidad académica, científica y de “libre pensadores”- se pusieron en la tarea de advertir sobre la necesidad de darle continuidad a los programas y estrategias de seguridad, para garantizar la paz obtenida. En consecuencia extendieron el papel de los ejércitos y de los frentes de batalla, ya no como avanzadas de guerra –con bombas y cañones- sino con policía secreta y espionaje, con maniobras preventivas contra un perentorio ataque a la paz.


Entonces se impuso la llamada Doctrina de la Seguridad Nacional (DSN) que “fue –estas palabras son del profesor Velázquez Rivera, de la Universidad del Cauca- una ideología desde la cual Estados Unidos, después de la Segunda Guerra Mundial, consolidó su dominación sobre los países de América Latina, enfrentó la Guerra Fría, fijó tareas específicas a las fuerzas armadas y estimuló un pensamiento político de derecha en los países de la región”*.


De manera que a partir de dicha proclamación estratégica de los EE.UU, se consolidó en forma de doctrina la llamada derecha, cuya esencia era y continúa siéndolo, proteger el capitalismo y perseguir a quienes defendieran las causas promovidas por la línea soviética (todas en defensa de los pobres). Doctrina que, precisamente, criticaba los modos de producción capitalista y promovía una concepción socialista de la economía, la llamada ideología de izquierda.


En semejante ambiente, denominado Guerra Fría, tomó forma la idea de la seguridad extrema, que ve en toda parte y en cuanto se mueve y respira, un potencial peligro para la sociedad. Bajo ese clima de inseguridad –más provocado que real- se fundaron oficinas de inteligencia o de espionaje; la CIA, por ejemplo, establecida en 1947. Desafortunadamente, la puesta en marcha de los programas de seguridad nacionales, para justificarse políticamente terminaron fomentando ambientes de continuo temor, cuando no de miedo; y poco ofrecieron de seguridad o paz blindada.


Desde la puesta en marcha de los DNS, y después de su desaparición, los americanos han movido sus tropas hacia los sitios donde sus informantes dicen haber captado la existencia de un riesgo para la seguridad nacional. De ahí las aproximaciones militares a Irán, por su programa nuclear; a Corea del Norte, por el crecimiento de su poder en la península coreana y; entre otras, la aproximación que hiciera la fuerza naval de los Estados Unidos a las costas de Venezuela.


Esta última, en mi criterio para cuidar la hegemonía de la derecha en el hemisferio y no por la necesidad del petróleo, al que ya empiezan a extraer de sus propios yacimientos. En fin, escaramuzas de poder que, quiérase o no, suscitan emociones de inseguridad entre los pobladores del país asediado y, en efecto respuesta, también suscitan en ellos la urgente necesidad de crear planes o programas de seguridad, como los “colectivos armados” de Venezuela.


De tal suerte, aquello que nació como una política internacional de seguridad preventiva, terminó degenerando en prácticas de gobiernos nacionales, para atornillarse en el poder con censuras, persecuciones y abusos de autoridad. Conductas contrarias a la democracia esbozada por los mismos líderes norteamericanos que, quién lo creyera, invitaban a la desmilitarización y a la desnazificación. En Sur América, de esa mala interpretación dan cuenta la dictadura de Pinochet en Chile, o las de Videla y Galtieri en Argentina.


Aquí en Colombia vivimos la imposición del Estatuto de Seguridad durante el gobierno de Turbay Ayala y más recientemente la Seguridad Democrática, en los gobiernos del expresidente Álvaro Uribe Vélez. Una y otra, en el caso de nuestra experiencia nacional, dispuestas para perseguir a los opositores del gobierno, en contravía del espíritu de las DNS, que fueron concebidas para la prevención de posibles ataques a la paz.


Pero, ¿quiénes son los abanderados de la idea de la seguridad nacional como estrategia de orden social? Ya lo he mentado aquí: la fracción política denominada derecha. De la cual en Colombia hacen parte, entre otros, el Partido Conservador, Cambio Radical, el Partido de la U, el Partido Mira, el Partido Liberal y el Centro Democrático.


Con todo, paralela a la estrategia de la seguridad nacional, y en oposición a ella, se desenvolvió igual un movimiento o tendencia, inclinado a comprender la paz como un estado de plena libertad y hasta de libre albedrío. Surgirían los movimientos libertarios ligados a la música y a los modos y maneras de una nueva sociedad, con repulsa por su pasado inmediato de guerra y persecuciones y, por supuesto, bastante lejana de las ambiciones del capitalismo. No en vano su consigna básica apenas clamaba “amor y paz”.


Sus promotores fueron tan contrarios a los principios de la doctrina de la seguridad nacional, que los jóvenes, adeptos a estas nuevas expresiones sociales, repelían cuanto significara autoridad; es decir, empezaron a rechazar los símbolos y héroes afines al discurso de la “seguridad nacional”. De ahí la irreverente ola hippie y su diáspora feliz, que rechazaba el poder social impuesto y se oponía a las guerras.


Pero también, con idéntica fuerza, surgirían movimientos y tendencias que, paradójicamente, en defensa de la paz y en oposición a los que buscaban la seguridad nacional, planteaban programas utópicos de cambio político, no importándoles si por vía de las armas, como la liberación revolucionaria de los pueblos en situación de pobreza y maltrato estatal.


Estas dos tendencias, el hipismo, desarrollado en la década del sesenta, y los movimientos políticos de liberación, en los años setenta, comenzaron a fusionarse -a partir de la década del ochenta- para dar paso a los movimientos que hoy defienden la libertad sobre la base del respeto a los otros y la protección del planeta; es decir, sobre la base del uso de la política en función de la sana convivencia y sobrevivencia.

Aquí en Colombia vivimos la imposición del Estatuto de Seguridad durante el gobierno de Turbay Ayala y más recientemente la Seguridad Democrática, en los gobiernos del expresidente Álvaro Uribe Vélez. Una y otra, en el caso de nuestra experiencia nacional, dispuestas para perseguir a los opositores del gobierno, en contravía del espíritu de las DNS, que fueron concebidas para la prevención de posibles ataques a la paz. Imagen: Pares.

Pero ¿quiénes son los abanderados de la idea de la paz como estrategia de orden social? Sin duda la fracción política denominada izquierda. Los partidos medioambientalistas y el progresismo: el Polo Democrático, el Partido Alianza Verde, y entre otros la Colombia Humana de Gustavo Petro.


En tal sentido, si es que consideramos los términos de izquierda y derecha como polarizantes, o lo que es más fuerte, entre adeptos a la vida y adeptos a la muerte, resulta preferible reconocer la realidad de la política, precisando la existencia de esas dos tendencias históricas: la de quienes buscan la implantación de programas de seguridad nacional, necesariamente basados en la guerra (los partidos de derecha); y la de quienes solo buscan la justa y sana convivencia, necesariamente basados en la paz (los partidos de izquierda y los que se autodenominan de centro izquierda).

 

* Édgar de Jesús Velázquez Rivera. Historia de la doctrina de la seguridad nacional. Universidad del Cauca, Colombia.


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