Por: Fredy Chaverra
Acorralado por una indignación histórica y alejado del set de televisión (en el cual descubrió su verdadera vocación), al presidente no le quedó más remedio que salir de su burbuja y dialogar. Del Duque monolítico de “Prevención y acción” al Duque que rápidamente montó un cronograma de diálogos sectoriales, reviviendo la congelada “Conversación nacional” derivada del 21N, hay un cambio de tono; una transformación necesaria en el punto más bajo de su gobierno, cercado por una potente narrativa de indignación juvenil y apuntalado por una inconsulta reforma tributaria.
Tras la debacle, el presidente se dispone a escuchar para encontrar consensos y, de paso, darle cierto sentido a los “pactos” de su malogrado Plan de Desarrollo: algo positivo. Sin embargo, delegó la articulación del diálogo en un funcionario gris, poco eficiente e intrascendente: Miguel Ceballos, la cabeza de la Oficina del Alto Comisionado para la Paz, también conocido como el “comisionado de la guerra”. Casi tan desconectado del país como el mismo Duque.
La Oficina del Alto Comisionado para la Paz fue creada en 1994, iniciando el gobierno de Samper. Su creación obedeció a la necesidad de contar con una instancia permanente que direccionara la política de paz y buscara canales de comunicación con los grupos armados. El primer titular de la Oficina fue Carlos Holmes Trujillo. Su principal tarea consistió en buscar acercamientos con las Farc y el ELN. Al no encontrar voluntad en las guerrillas, en pleno proceso de expansión y consolidación militar a mediados de los 90, decidió renunciar.
De ahí en adelante, los siguientes comisionados tendrían un papel destacado en la historia del país: Víctor G. Ricardo fue clave en los acercamientos que llevaron a la zona de distención, Luis Carlos Restrepo promovió las cuestionables desmovilizaciones de los grupos paramilitares, Frank Pearl activó los canales de negociación con las Farc, y Sergio Jaramillo fue fundamental en el proceso de La Habana. Todos han dejado su huella en los procesos de paz, fallidos y exitosos, de las últimas dos décadas. Con ese antecedente es válido preguntarse: ¿Ceballos ha destacado por algo?
Considero que su gestión ha sido intrascendente, poco memorable, carente de empatía ciudadana: un auténtico atasco para una Oficina que había adquirido alto vuelo tras el proceso de paz de La Habana. Su contribución a la paz ha sido inexistente: se ha reducido a promover la expedición de un pírrico decreto de sometimiento sobre el cual no se tiene un balance preciso. El proceso de paz con el ELN sigue suspendido y Ceballos (abogado de profesión y con un doctorado en jurisprudencia) secundó la retórica de Duque al momento de desconocer los protocolos suscritos con Cuba como país garante y exigir la extradición de la cúpula elena.
Desde el 2018, el ELN no ha parado de crecer en su capacidad militar, las disidencias de las Farc se han multiplicado, no ha cesado el asesinato de líderes sociales y firmantes de la paz, la implementación del Acuerdo de Paz se encuentra en un punto muerto y el paramilitarismo arrecia en buena parte de la Colombia rural. ¿Algún balance positivo en la gestión del comisionado Ceballos?
Parece que su única función en el Gobierno ha sido ponerle trabas a la implementación del Acuerdo de Paz, exponiendo a los exguerrilleros en medio de un genocidio y sin ninguna capacidad de acción en el proceso de reincorporación. Hasta Emilio Archila, encargado de la Alta Consejería para la Estabilización y la Normalización, se ha destacado por tener un rol más activo en la fallida política de paz con legalidad. Ceballos ni suena ni truena. Pasa inadvertido y le redujo todo el perfil a la Oficina del Alto Comisionado. Por eso, la decisión de Duque de asignarle la tarea de coordinar el diálogo nacional con los sectores que se han venido movilizando desde el 28A solo puede ser calificada de completo desacierto. Tal vez, así, le puso algo de trabajo a un comisionado que andaba desocupado, pero no garantiza a una persona dinámica o proactiva para liderar un proceso de esa importancia.
Tan solo fue que lo nombrara para que un grupo de personalidades nacionales e internacionales pidiera su renuncia y exigiera un balance de sus funciones como comisionado. ¿Acaso habrá algún balance sobre una gestión inexistente?
A Ceballos le cae mejor el apelativo de comisionado de la guerra. Nada ha hecho por la paz y fracasó estruendosamente en su rol como el primer comisionado del posconflicto. Sin la más mínima experiencia en procesos de negociación, se ha empeñado en hacer trizas el Acuerdo de Paz y en cerrar los espacios de diálogo con otros grupos armados. Afortunadamente, va de salida y estoy seguro de que su papel en la descongelada Conversación Nacional será igual de intrascendente que su rol como comisionado. Con un legado claramente negativo, el comisionado para la Paz secundó el retorno de la guerra.
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