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Los primeros 100 días de cien años sin soledad

Por: Guillermo Lineros

Escritor, pintor, escultor y abogado de la Universidad Sergio Arboleda


Durante su campaña, como en su discurso de posesión, el presidente Gustavo Petro aludió a Cien Años de Soledad, la novela más importante de la literatura colombiana, y lo hizo dando a entender que ya era hora de salir de esa recurrente y atroz realidad nacional. Una realidad narrada en la novela del nobel de Aracataca, no como un sueño lúcido, en el cual el soñante es consciente de estar soñando y el monstruo es irreal; sino como una insalvable pesadilla lúcida, en la cual el despierto sabe que no está soñando y el monstruo es real.

De hecho, su autor Gabriel García Márquez la titularía así, Cien años de Soledad, luego de uno o dos nombres previos y anecdóticos, pero ajenos a la denuncia política que encerraba su historia. Sin lugar a dudas –porque está expuesto en todas sus obras, incluso en las previas a esta gran novela–, nuestro nobel siempre fue consciente de la necesidad de mostrar el mundo nuestro tal y como era, y no guardarse con idiotismo o timideces las des-humanidades que ocultaban y alentaban secretamente las élites.

García Márquez, en su avidez de periodista y escritor pudo visualizar el país desde muy arriba y pudo entenderse con todos sus estratos sociales para adivinar sus fundamentos y razón de ser. Lo que habrá concluido ni siquiera hay que adivinarlo; en vez de un calabozo –porque el abuelo del senador Miguel Uribe Turbay lo quería apresar– prefirió el exilio y ejercer desde el exterior y desde su posición de escritor afamado, la crítica puntual y aguda a nuestra realidad política colombiana. De García Márquez llegó incluso a decirse que se enteraba de los asuntos más importantes del país, mucho antes de que lo hiciera el presidente de turno.

Eso que García Márquez veía en su tiempo, echando mano de sus agudos sentidos de la percepción; ahora, gracias a la internet y a los medios informales de comunicación o redes sociales, se ha visibilizado para todos y creo que hay muy pocos colombianos ajenos a este entendimiento: habíamos estado en manos de gobernantes dedicados a mantener a los pobladores en completa soledad; es decir, ignorantes del mundo, aislados como en un gran campo de concentración, donde se les negaba el derecho a la tierra, a la salud y a la misma vida; pero, sobre todo, donde se les daba por montones órdenes de sumisión y se les insuflaba incultura.

Una cotidianidad cargada de sentimientos de tristeza y melancolía, por la ausencia de todo; pero también un mundo donde se desarrolló –no sé si decir que inteligentemente– la filosofía del “no futuro”, que es una manera de ser feliz desde la ignorancia, aunque sea por una efímera temporada en la abundancia y a cambio de hacerse mal a sí mismo y a los demás. De hecho, en Colombia han convivido dos tipos de mafiosos, los provenientes de la pobreza absoluta que gozan los frutos de sus fechorías y de sus crímenes en presente, sabiendo que no tendrán futuro; y los mafiosos provenientes de las clases pudientes que gozan del presente y se apropian del Estado justamente para garantizarse su futuro y el de sus descendientes.

En Cien Años de Soledad está el pueblo que ignoraba las causas y las consecuencias de su condición de paupérrima humanidad, porque la iglesia, es decir los curas y la indeseable “gente de bien”, porque los gobernantes, es decir, los alcaldes y los inspectores de policía, se encargaban de inculcarles que el mundo era así, y lo hacían por unas cuantas monedas que les daban los verdaderos poderosos, esos expertos en tomarse el Estado para sí mismos e incrementar sus caudales a costa de crear y sumarle dificultades a los pueblos.

Los personajes de Cien Años de Soledad no son mágicos en la línea de la fantasía de Walt Disney, si interpretamos debidamente su frase célebre: "para crear lo fantástico, primero debemos entender lo real". Tampoco son mágicos en la línea de la fantasía de Lewis Carroll, que por el sinsentido contiene elementos sobrenaturales o inexplicables que crean una lúdica ruptura con la realidad; no, los personajes de Cien Años de Soledad son mágicos por la abulia, la desesperanza y la falta de futuro; en fin, por todo lo que de juntarse daría como resultado una sola palabra: soledad. La soledad cimentada en el desprecio de los gobiernos a los pobladores, pero también en su persecución y aniquilamiento.

De esos Cien Años de Soledad parecía que no podríamos salir nunca, y si Gabo estuviera vivo, estaría sorprendido de ver que, a los cincuenta y cinco años de haber escrito su obra maestra, es decir a los 155 años de estar reinando la soledad causada por gobiernos malévolos, por fin aparece una luz que la desarma; la luz de la comunión y de los proyectos sociales, la luz del progresismo. De ahora en adelante no tiene por qué haber individuos solos, al lado de otros individuos igualmente solos, como lo fue el coronel Aureliano Buendía, cuya critica a la sociedad y la política no eran soliloquios de sonámbulo, sino delirios de quien padece hambre.

Con estos 100 días de Petro parecieran abrirse los caminos para iniciar un siglo sin soledad; sin la tristeza y la melancolía que ocasionan la ausencia del Estado. Con el presidente Gustavo Petro pasaron al olvido los gobernantes dados a usar el poder para engrosar sus arcas, y para crearles problemas y dificultades a los pueblos. Ha comenzado el tiempo de los gobernantes que usan el poder –como vemos que Petro lo está usando– para sortear dificultades y solucionar problemas.

 

*Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad de la persona que ha sido autora y no necesariamente representan la posición de la Fundación Paz & Reconciliación al respecto.

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