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Es el pueblo que quiere, el pueblo que obra y el pueblo que puede*

*Discurso imaginario del Libertador Simón Bolívar, a partir de sus frases históricas, en el acto de posesión popular del gobierno de Gustavo Petro y Francia Márquez por el Pacto Histórico, el 7 de agosto de 2022 en la Plaza de Bolívar de Bogotá, capital de la República de Colombia


Por: Guillermo Segovia Mora

Abogado y politólogo


Señor presidente de la República, Gustavo Petro, señora vicepresidenta Francia Márquez, desde esta plaza –plaza que lleva mi apellido y exhibe en el centro la estatua que me esculpiera Tenerani, honor que me ha hecho la ciudad de Bogotá en nombre de toda Colombia– al ver al pueblo que se regocija con su posesión, reflexiono sobre los sueños frustrados tras más de dos siglos de Independencia y me pregunto: ¿cómo esto no había sucedido antes?


Trépido de emoción al recordar que, tras haber arribado con el ejército libertador en medio de vítores y honores, una semana después de derrotar a las huestes de Barreiro en el Puente del Teatinos, el 7 de agosto de 1819, coloqué Bogotá, y no Santa Fe, como lugar de origen del parte de victoria enviado al presidente del Congreso, Francisco Antonio Zea, en remembranza del poblado de los muiscas para, como bien dijo usted, presidente Petro, cuando retiró la pintura del invasor Jiménez de Quesada durante su alcaldía de esta ciudad, “volver a tender el puente con la historia, volver a construir las raíces”[1].


Era mi afán constituir el símbolo de soberanía que guiaría las batallas que en adelante se darían hasta poner fin a la presencia realista en esta parte de América. “No poco se ha conmovido mi sensibilidad al llegar a esta capital de la Nueva Granada, en donde todavía se ven marcadas la depredación y la crueldad de los déspotas de la Península”[2], dije entonces.


Desde las profundas convicciones que me llevaron por años de lucha para cortar las cadenas del yugo español, con la autoridad que me dan las batallas libradas y ganadas para la Independencia de América y la certeza de que “Todos los pueblos del mundo que han lidiado por la libertad han exterminado al fin a sus tiranos”[3], permítanme decir: ya era hora.


Como atinadamente usted afirmó al retirar el óleo aquel, “este es el salón de los libertadores, no de los conquistadores, porque somos una República, aunque a veces se nos olvide”[4], de más está recordarle que “Bogotá ha sido siempre y es el trono de la opinión nacional”[5]. Con ese acto derribó usted un símbolo de la dominación colonial. Por desgracia, ya en lo formal libres, otras son las cadenas que hoy oprimen a los discriminados y empobrecidos.


Pero antes de adentrarme en otros temas y para restañar una injusticia del pasado, debo decir también que, en mi sentir, más allá de las virtudes y logros que se me reconozcan, que atesoro y agradezco, Bogotá y Colombia entera están en deuda de reconocimiento público con Antonio Nariño, patriota, precursor, ideólogo, guerrero y mártir de esta patria e hijo de este terruño, a quien los colombianos, en consulta realizada años atrás por una importante gaceta, concedieron el título del compatriota más importante de la historia.


En su momento, luego de promover su nombre a la vicepresidencia en el Congreso de Cúcuta, como un gesto de desagravio con él y sus gestas, afirmé: “entre los muchos favores que la fortuna ha concedido últimamente a Colombia, cuento como el más importante el de haber restituido los talentos y virtudes de uno de los más célebres e ilustres hijos. V.S. merece por muchos títulos la estimación de sus conciudadanos, y muy particularmente la mía”[6].


Frente a los males que aún persisten, con hondura y ampliamente ha hablado usted de la necesidad de superar la discriminación, la pobreza y de generar condiciones de equidad. Basta una mirada sensible para “probar el estado de esclavitud en que se halla aún el bajo pueblo colombiano; probar que está bajo el yugo no sólo de los alcaldes y curas de las parroquias, sino también bajo el de los tres o cuatro magnates que hay en cada una de ellas; que en las ciudades es lo mismo, con la diferencia de que los amos son más numerosos, porque se aumentan con muchos clérigos, frailes y doctores; que la libertad y las garantías son sólo para aquellos hombres y para los ricos y nunca para los pueblos, cuya esclavitud es peor que la de los mismos indios; que esclavos eran bajo la Constitución de Cúcuta y esclavos quedarían bajo cualquier otra constitución, así fuese la más democrática”[7].


Usted estará en acuerdo conmigo “que en Colombia hay una aristocracia de rango, de empleos y de riqueza equivalente, por su influjo, pretensiones y peso sobre el pueblo, a la aristocracia de títulos y de nacimiento aun la más despótica de Europa; que en esa aristocracia entran también los clérigos, los frailes, los doctores o abogados, los militares y los ricos, pues aunque hablan de libertad y de garantías es para ellos solos que las quieren y no para el pueblo, que, según ellos debe, continuar bajo su opresión; quieren también la igualdad, para elevarse y aparearse con los más caracterizados, pero no para nivelarse ellos con los individuos de las clases inferiores de la sociedad: a éstos los quieren considerar siempre como sus siervos a pesar de todo su liberalismo”[8].


En varias ocasiones expresé al general Santander, cuando juntos combatíamos por la causa de liberarnos de la opresión española y de construir la República, mi inconformidad con los cabildantes, legisladores y procuradores, que distanciados de sus votantes o a contrapelo de sus funciones, actuando en favor de sus intereses y los de sus patrocinadores, obstruían ayer, y quieren malograr hoy, los proyectos progresistas que nuestra gesta abanderaba y que usted conduce para aminorar la indignante situación de las mayorías.


“Esos señores piensan que la voluntad del pueblo es la opinión de ellos, sin saber que en Colombia (…) es el pueblo que quiere, el pueblo que obra y el pueblo que puede; todo lo demás es gente que vegeta con más o menos malignidad, o con más o menos patriotismo, pero todos sin ningún derecho a ser otra cosa que ciudadanos pasivos. Esta política, que ciertamente no es la de Rousseau, al fin será necesario desenvolverla para que no nos vuelvan a perder esos señores. (…) ¿No le parece a usted, mi querido Santander, que esos legisladores, más ignorantes que malos, y más presuntuosos que ambiciosos, nos van a conducir a la anarquía, y después a la tiranía, y siempre a la ruina? Yo lo creo así y estoy cierto de ello”[9].


Para poner fin a esa realidad oprobiosa luché y juré un día: “no envainaré jamás la espada mientras la libertad de mi pueblo no esté totalmente asegurada”[10]. Y fui fiel al compromiso de romper las cadenas que nos ataban a la monarquía para ser formalmente libres. Insistiendo en esa premisa, 155 años después, el 17 de enero de 1974, un comando del Movimiento 19 de Abril, al cual usted perteneció, advertido de una democracia restringida, una realidad social dramática y un país sometido, asaltó mi residencia en Bogotá, la Quinta de Bolívar, y se llevó mi espada, que reposaba en la habitación de mi adorada Manuelita Sáenz.


Fui evocado e invocado por ustedes para legitimar su empeño: "Bolívar no ha muerto. Su espada rompe las telarañas del museo y se lanza a los combates del presente. Pasa a nuestras manos. Y apunta ahora contra los explotadores del pueblo". Y, junto a la bandera del M19, la promesa: “Su espada pasa a nuestras manos. A las manos del pueblo en armas. Y unida a las luchas de nuestros pueblos no descansará hasta lograr la segunda independencia”[11]. Lo que Bolívar no ha hecho está por hacerse, había dicho antes el patriota cubano José Martí.


Años después, tras episodios dolorosos, luego de un período aciago para la República, abocados a los riesgos de la disolución, los hijos dolidos de esta patria se juntaron para encontrar el camino de la reconciliación y silenciar las armas. En ese anhelo dieron su vida Rafael Uribe, Jorge Eliécer Gaitán, Jaime Pardo Leal, Jaime Bateman Cayón, Bernardo Jaramillo, Luis Carlos Galán y su comandante Carlos Pizarro. Las cosas habían llegado demasiado lejos. Los tratados de paz que su organización y otros agrupamientos rebeldes firmaron con el gobierno prosperaron en la Constitución de 1991, en la que brillan los derechos.


Ante este hecho, de manos de los todavía pequeños hijos de muchos de sus compañeros y de Antonio Navarro, el 31 de enero de 1991, el M19, desmovilizado y con sus miembros elegidos como fuerza mayoritaria protagonista en la Asamblea Nacional Constituyente, devolvió mi espada al gobierno de César Gaviria, quien ordenó guarnecerla en una bóveda del Banco de la República.


La dicha fue breve, porque a pesar de haber dispuesto una Constitución generosa en derechos y libertades, inédita en la historia nacional, pasó a ser letra muerta ante el tremedal en que se sumió el país por las mafias, el clientelismo politiquero, sus bandas criminales y un ejército que desoyó mi sentencia: “¡Dios nos preserve de que vuelva sus armas contra los ciudadanos!”[12]. Pero el gesto de esos guerreros idealistas que firmaron la paz y persistieron en ella fue un mensaje de esperanza.


Sigo convencido, y sé que usted lo comparte conmigo, de que “el sistema de gobierno más perfecto es aquél que produce mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social y mayor suma de estabilidad política”[13]. A lograrlo entregué mi acción pública, que en el fragor de la lucha política y las decisiones de Estado, orientadas por objetivos estratégicos mayores y en bien de los más desprotegidos, fue cuestionada y hasta despreciada, como lo demostró el complot para asesinarme apenas a un par de cuadras de aquí, en aquella nefanda noche septembrina.


Curtido en la batalla, fui generoso en la victoria. Tras la guerra a muerte que sentencié contra los españoles y los traidores, no dudé en dar un apretón de manos al sanguinario Morillo, luego de firmado el armisticio, previo al fin de la confrontación armada contra España, sin olvidar que, durante el régimen del terror, entre 1816 y 1817, anegó en sangre esta plaza en venganza por el Grito de Independencia del 20 de Julio de 1810 y la primera república, llevando al patíbulo a próceres como Antonio Baraya, Camilo Torres, Manuel Rodríguez Torices, Alejandro Sabaraín y Policarpa Salavarrieta. Se perdona pero no se olvida.


Se trataba de humanizar la guerra y en ello fuimos precursores. La confrontación bélica era entonces el escenario necesario, pero mi enseña es la paz. Sé que en ese anhelo Colombia entera está con nosotros y usted dice conmigo: “la paz será mi puerto, mi gloria, mi recompensa, mi esperanza, mi dicha y cuanto es precioso en el mundo”[14].


Corren tiempos difíciles. Enfrenta usted innobles y poderosos enemigos porque sabe que “la destrucción de la moral pública causa bien pronto la disolución del Estado”[15] y que “la mejor política es la honradez”[16]. En esa lucha ha sido valiente y enfrenta las consecuencias. “El crimen de todos los partidos es igualmente odioso y condenable: hagamos triunfar la justicia y triunfará la libertad”[17].


No se puede desfallecer. Bien sabe usted, señor presidente, que “el hombre de honor no tiene más patria que aquella en que se protegen los derechos de los ciudadanos y se respeta el carácter sagrado de la humanidad. La ley y la justicia están por nosotros; quiero decir, por el bien y por la patria, porque nosotros no tenemos causa sino la República”[18].


Compartí la emoción que usted confesó haber sentido cuando su antecesor le mostró mi espada, que reposa en una vitrina del Palacio de Nariño, advirtió que se encontraba desenvainada y recordó mi consigna como su compromiso –el presidente saliente, como otro de los expresidentes, la sacaron de la bóveda de seguridad para exhibirla junto a su vanidad–. Me regocija su compromiso con esa insignia, transmitido por ese correo mágico que es el Twitter, “ahora la cuidaré y haré que el pueblo colombiano la pueda ver y ser su dueño”[19]. Celebro que la haya traído a este acto histórico, para sellar su compromiso con la nación, sin privilegios ni exclusiones.


Luego de esa visita, lo entrevistó el periodista Daniel Coronell, quien 34 años antes, en la clandestinidad, le había indagado por mi espada, en poder del M19, a lo que usted respondió que estaría en manos de su organización hasta que se realizaran mis sueños. Le recordó que en su discurso triunfal, el 19 de junio de 2022, usted dijo, “la paz es que alguien como yo pueda llegar a ser presidente”, y preguntó: “¿señor presidente, qué ha cambiado del Gustavo Petro de entonces al de hoy?”, y no puedo hacer cosa distinta que reconocer la pertinencia de sus respuestas, que podrían ser cercanas a las mías si yo viviera este momento, en la época de la emancipación la derrota por las armas de los ejércitos del rey era imperativa.


Contestó usted: “hay un fluir de ideas mayor. Por obvias razones. El tiempo ha pasado. Cuando nosotros nos vimos existía la Unión Soviética. Y el mundo era diferente, nuestras ideas eran un poco más dogmáticas. En ese momento yo sí soñaba en llegar a donde voy a llegar. Pero con un ejército popular y quizás vistiendo de oliva. Y quizás lo que hubiéramos hecho fuera un desastre. Eso habría pasado, porque de ahí no salen transformaciones. Y hubiéramos devuelto la espada ahí donde está hoy”.


“Pero digamos, de ahí no hubiera surgido un mundo mejor. Primero, porque habría sido una victoria militar. Eso era lo que nosotros estábamos pretendiendo, una victoria militar. Y entonces de una victoria militar no sale sino un derrotado militar. De ahí hubiera surgido una imposición y una imposición no es democrática. Y de ahí hubieran surgido unos seres humanos que los hubiera cogido el poder y los hubiera vuelto autócratas, porque sobre las armas solo se construye autocracia”.


“Lo que vivimos fue mejor, aun con muertos, lo que vino después de esa entrevista, con toda la intensidad de la historia, fue la paz. Yo sigo pensando más o menos en lo mismo, pero los métodos, las formas, la historia real fue diferente. Espero que mi gobierno sea el de la Constitución. Usted me entrevistó como un combatiente clandestino del M19. Creo que me habrían podido desaparecer o matar, porque esa era la historia. Y yo la viví. Esos hechos históricos tienen un peso enorme”[20].


El periodista le preguntó si las cosas habían cambiado y usted afirmó que hay nuevas formas de pensamiento pero también alertó que no se puede fallar, como yo advertí en la Carta de Jamaica: “el velo se ha rasgado, ya hemos visto la luz y se nos quiere volver a las tinieblas, se han roto las cadenas; ya hemos sido libres y nuestros enemigos pretenden de nuevo esclavizarnos”[21]. A su manera, “si no lo hacemos bien, pueden venir las tinieblas”[22].


Apreciado señor presidente, a Bogotá llegué en agosto de 1819 triunfante, pleno de gloria y de aquí salí el 8 de mayo de 1830, enfermo, afligido, calumniado y en andrajos. A pesar de lo logrado dije que había arado en el mar; no cesaron los partidos ni se consolidó la unión, como fue mi deseo póstumo. Hoy, desde esta plaza rebosada en la que un pueblo esperanzado lo aclama, solo me queda decir con usted: “seremos para siempre libres, iguales e independientes”[23] y recordarle que “mi espada y mi corazón siempre serán de Colombia; y mis últimos suspiros pedirán al cielo su felicidad”[24].


 

[1] Gustavo Petro, alcalde mayor de Bogotá, acto inaugural Salón Libertador, junio 6 de 2013. [2] Simón Bolívar, Mensaje a Francisco Antonio Zea, 14 de agosto de 1819. [3] Simón Bolívar, Carta de Jamaica, Kingston, Jamaica, 6 de septiembre de 1815. [4] Gustavo Petro, óp. cit. [5] Simón Bolívar, Palabras pronunciadas al llegar a Bogotá, 24 de junio de 1828. [6] Simón Bolívar, Carta a Antonio Nariño, marzo 24 de 1821. [7] Citado por Perú De Lacroix, Diario de Bucaramanga, 24 de abril de 1828. [8] Perú De Lacroix, óp. cit. [9] Simón Bolívar, Carta a Francisco de Paula, 13 de junio de 1821. [10] Simón Bolívar, Discurso pronunciado en Caracas, 2 de enero de 1814. [11] Movimiento 19 de Abril, boletín “Bolívar, tu espada vuelve a la lucha”, enero 17 de 1974. [12] Simón Bolívar, Mensaje al Congreso de Bolivia, Lima, 25 de mayo de 1826. [13] Simón Bolívar, Discurso de instalación del Congreso de Angostura, 15 de febrero de 1815. [14] Simón Bolívar, Carta a Santander, 23 de junio de 1820. [15] Simón Bolívar, Carta al doctor José María del Castillo Rada, 6 de enero de 1829. [16] Simón Bolívar, Carta a Santander, 17 de agosto de 1820. [17] Simón Bolívar, Carta al Coronel Antonio Morales, 25 de febrero de 1820 [18] Simón Bolívar, Carta al militar español Francisco Doña, 27 de agosto de 1820. [19] Gustavo Petro, Twitter 21 de junio de 2022 [20] Gustavo Petro, Entrevista con la revista Cambio y el portal Los Danieles, con Daniel Coronell y Federico Gómez Lara, 25 de junio de 2022. [21] Simón Bolívar, Carta de Jamaica, 6 de septiembre de 1815. [22] Gustavo Petro, Entrevista Cambio, ibíd. [23] Simón Bolívar, Manifiesto a los caraqueños, 9 de enero de 1817. [24] Simón Bolívar, Carta al Presidente de Colombia, 5 de febrero de 1827.

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