top of page

El verdeuribismo

Por: Guillermo Linero Escritor, pintor, escultor y abogado de la Universidad Sergio Arboleda  


La primera columna que escribí para Pares la titulé “La falacia del punto medio”; y en ella expliqué las razones de tal aseveración, que obedecía a un clima de debate en torno a la discusión de si el denominado “centrismo” tenía o no piso ideológico. En aquella columna precisaba cuasi científicamente que el centro no era más que una porción de la población. Una población indecisa a la hora de escoger si plegarse a la izquierda o a la derecha. En cualquier caso, de tenderse a la izquierda —exhibiendo su fobia a la derecha—, la izquierda la absorbería; y de tenderse a la derecha —demostrando fobia a la izquierda—, la derecha la succionaría.


Para esos días, todavía muy cercanos —la nota citada es del 3 de diciembre de 2020— los aunados entorno al centro —digamos, entre otros, Antanas Mockus, Antonio Navarro, Claudia López y Angélica lozano— no se atrevían a decidirse con abierta publicidad ni por un polo ni por otro; puesto que —pese a la definida historia política de cada uno de ellos— no mostraban deseos de participar en un ambiente político polarizado: lo cual, qué paradójico, es una conducta propia de cuantos se mueven en aguas tibias, es decir, de quienes por indecisión eligen mantenerse anclados en el ambiguo punto medio o en el voto en blanco, para decirlo ilustrativamente.


De cualquier modo, de revisar la ruta trazada por las vidas políticas de las personas mencionadas, encontraremos que cada una de ellas tiene por característica común ser directa o indirectamente de traza izquierdista. De hecho, desde siempre, aunque cada vez menos, el exsenador Antanas Mokus ha pasado como tal, solo porque puso en práctica el sentido común, proponiendo el juego limpio donde los gobernantes de derecha privilegiaban la confusión, el río revuelto.


Ese solo talante, producto del ejercicio del sentido común más que de la formación escolar o de la agudeza mental, en una sociedad como la nuestra —determinada por una tradición de conservadores y liberales intolerantes de fracciones políticas contrarias—, bastó para que Mockus luciera puesto en los zapatos de un izquierdista. Así le vi yo en sus inicios, antes de que aspirara por primera vez a la alcaldía de Bogotá.


Después de eso, ya en sus ambiciones presidenciales, entendí que Mockus, en una estrategia de príncipe del siglo XVI, desdibujaría su perfil de izquierdista adhiriéndose a los verdes. Esto, sin duda, para evitar el repudio de una minoritaria población que no tolera a comunistas ni a socialistas, y que tampoco soporta a izquierdistas (aunque estos sean ajenos, como siempre lo han sido, a esos dos rótulos peyorativos).


En el caso de Antonio Navarro, cuya carrera política proviene de un acuerdo de paz luego de una etapa violenta (de la cual hizo parte activa y fue víctima), se esperaba que actuara en coherencia bajo los lineamientos de un izquierdista; y así lo hizo hasta que, igual que Mockus, optó un día por vestirse de verde.


A Claudia López, por su crítica postura ante los problemas del país —primero desde sus investigaciones periodísticas y luego desde su labor como congresista—, el país le tenía bajo la imagen de una brillante mujer de izquierda; pese a ello, y al parecer contagiada por el miedo a la estigmatización de la izquierda (miedo promovido por el uribismo), igual que Mokus y Navarro, hizo un cambio de agujas en su rumbo. En efecto, terminó en el cargo de alcaldesa de Bogotá precisamente gracias al voto de los verdes. Igual ocurriría con la senadora Angélica Lozano y con otras personas más que llegaron, en casos muy distintos, a la misma e idéntica reflexión: tomar distancia de la llamada izquierda y hacerlo por el camino verde.


Este cambio intempestivo de una imagen de izquierdistas (que buscan la igualdad social y promueven la inclusión) a una de ambiguos verdes (movidos por el medio ambientalismo y por las luchas sociales en favor de los derechos de las minorías) les llevó, electoralmente hablando, a un estado político de revitalización, al mejor de los mundos. De la noche a la mañana, bajo el rótulo de verdes, pasaron a ser personas defensoras de las causas más nobles que puedan promoverse hoy desde la política: la protección de la naturaleza, la protección de la vida y, en esa misma vía, la protección de lo humano. Eso les hacía, querámoslo o no, “políticos perfectos” o “políticamente correctos”.


Desafortunadamente, quizás porque el poder en esencia es insano, el cambio de agujas que dieran hacia el centro, huyéndole a la izquierda, ahora lo están dando del centro a la derecha; yo diría que huyéndole a Petro. No otra cosa puede deducirse ante situaciones de incoherencia tales como: privilegiar los planes de desarrollo urbano que descuentan árboles, acusar al movimiento político Colombia Humana de auspiciar el vandalismo de “la primera línea”, acompañar al Gobierno en decisiones de autoridad policial que van en contra de la humanidad de la población joven que protesta por sus derechos y —entre otras barbaridades que han hecho de los verdes un centro que se mueve sin escrúpulos hacia la derecha—, ahora, pasándose por alto unos acuerdos políticos constitucionales, le han rapado al senador Gustavo Bolívar su derecho a ocupar la vicepresidencia del Senado. “Verdeuribismo”, le llamó él a semejante exabrupto; y uno esperaría que se desprendieran del centro, ahora, también en justo efecto, los “verdepetristas”.

bottom of page