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Carmen García la mujer que le quita los niños a la guerra en el Catatumbo

Por: Ivan Gallo

Entrevista: Anderson Salinas


Foto tomada de: Facebook Carmen García


Carmen García nunca había visto un muerto hasta el 21 de agosto de 1999. Ese día, en la madrugada, todo el corregimiento de La Gabarra se levantó. Se había ido la luz. Era el presagio de lo peor. Un escuadrón de las AUC llamado “Los Azules” entró al poblado sin que el ejército hiciera algún tipo de retén. Con lista en mano fue sacando a personas de sus casas, los acostaban boca abajo en el suelo y disparaban. Las cifras oficiales hablaron de 39 muertos aunque en La Gabarra creen que son más. Muchos más. Carmen tenía 14 años y, con su familia, se tuvieron que ir a la brava, como tantas otras personas del Catatumbo.


Llegaron a Cúcuta pero jamás se acomodaron al ajetreo de la ciudad. Cuatro años después, en el 2003, los paramilitares seguían reinando en La Gabarra. Ganarle el pulso a las FARC, el ELN y el EPL en el Catatumbo era uno de los objetivos que se habían trazado Carlos Castaño y Salvatore Mancuso con su Bloque Fronteras. La Gabarra era un punto estratégico, aln lado del Río Catatumbo, un corredor hacia Venezuela en donde se movían millones de dólares del narcotráfico. Nunca quedó un peso para la población civil. Lo único que recibían eran tortura, desapariciones, muerte. A ese territorio tuvo que volver Carmen García y su familia en el 2003.


En La Gabarra el máximo comandante era Camilo. Despiadado, atroz, había asesinado a su esposa en su propia casa. Todo el mundo sufría en La Gabarra, pero las mujeres eran tratadas como un botín de guerra. Permanecían casi presas en sus casa. Carmen tenía 19 años y abrió una fuente de soda. Tenía en su sangre la determinación de los líderes. Ella veía como a las muchachas que trabajan en un bar cerca a la cancha central, una a una, iban desapareciendo, como si la manigua las devoraba. Los paras, quienes las sacaban del lugar, las asesinaban después de tener relaciones con ellas. Las AUC decían que estaban allí para sacar del corregimiento a la guerrilla pero no era más que una excusa para despojar, violar, masacrar y traquetear. Carmen se llenó de valor y convocó a un paro en La Gabarra. Convenció al comercio para que cerrara sus establecimientos y frenar los abusos. Duraron ocho días, firmes, a pesar de la amenaza de los fusiles y los gatillos fáciles de los asesinos. Los paras se la tomaron tan en serio que tuvieron que llamar a Salvatore Mancuso quien dejó su finca en Córdoba para hablar con la joven lideresa.


Llegaron a acuerdos y Mancuso les dijo a sus hombres que no tocaran ni a Carmen ni a las mujeres que se habían levantado contra ellos pero todo fue mentira. Una a una fueron cayendo y antes de que la mataran Carmen se volvió a ir de su pueblo, esta vez acompañada de quien era su esposo, Javier Leonardo Franco. Llegaron a Yondó, Antioquia, trabajaron la tierra y esperaron. Los paras se fueron de La Gabarra hasta el 2004 y sólo dos años después pudieron regresar a su tierra. La pareja la guerreó. Compraron un carro y con él se pusieron a “piratear” en Cúcuta. Sólo quien ha vivido en Cúcuta o en zonas de frontera saben lo que significa esa palabra tan asociada al rebusque. Llevar y traer personas al otro lado de San Antonio del Táchira o Ureña, los primeros pueblos que están en Venezuela. El comercio, para este municipio, ha suplido durante años el abandono del Estado.


En el 2006 Carmen quiere inscribir a sus dos hijos al programa de Familias en Acción. Les piden los registros de nacimientos originales y no los tienen a la mano. Están en Yondó. Javier Leonardo regresa a ese pueblo de Antioquia en su carro. De manera inexplicable el Ejército lo asesina y lo hace pasar como comandante de las FARC. Carmen no tarda mucho en comprobar que los uniformados han cometido un crimen. Ella piensa que su esposo fue el primero de la larga lista de falsos positivos que mancharía de sangre la Seguridad Democrática. Lejos de pedirle disculpas, de repararla, la declaran objetivo militar. En el 2008, una vez más, debe huir de La Gabarra. Se interna en una vereda, lejos del casco urbano. Se hace amiga de sus vecinos quienes la esconden cada vez que una tropa pasa cerca de ahí. Sólo hasta el 2011 Carmen puede regresar, una vez más, a su tierra. En ese momento, en pleno gobierno de Juan Manuel Santos, se instalan las mesas de Víctimas y ella poco a poco va contando su historia, su tragedia personal. Tiene tantos recursos interiores que, lejos de la autocompasión, empieza a ayudar a los que necesitan.


En el 2018 vuelve a sentir la fría mano de la guerra en el hombro. Un comando del ELN va a la escuela donde estudia su hijo mayor, le mete una pistola en su morral y se lo quiere llevar. El profesor se le para de frente al guerrillero y le dice que no puede, porque es el hijo de Carmen. A ella le avisan y sin pensarlo se le planta a alias “El Abuelo” el comandante responsable del ELN en el Catatumbo. “A mi hijo no se lo va a llevar nadie” y el guerrillero, quien es el que tiene la fuerza de las armas, cede ante la fuerza de la razón que acompaña siempre a Carmen. Ella dimensiona el problema y se da cuenta que las madres están a merced de los caprichos de los grupos armados quienes siempre se llevarán a sus hijos a la guerra.


Los breves años de paz que se vivieron después del acuerdo entre el gobierno Santos y las FARC se rompieron en el 2018. Otra vez el ELN, y el EPL, compuesto de pelados de pueblos como La Gabarra, se mataban entre sí. Carmen, harta de tanta muerte, organiza junto con el alcalde de Tibú una marcha. Entre otros gestos simbólicos arman una bandera blanca de 500 metros. Se hace visible. Entonces se le ocurre organizar a las madres del Catatumbo para que nunca más vuelvan a perder un hijo en un combate, para que no los recluten, para que sus hijos tengan una niñez tranquila, sin fusiles.


Tuvo que luchar para conseguir los recursos que cimentaron lo que hoy se conoce como la Asociación de madres del Catatumbo. En el 2019 empezaron 250 y ya son 850 los que están en la lucha. Ya sus brazos alcanzan otro de los departamentos más golpeados por la Guerra, Arauca. Allá en este momento hay 22 mujeres capacitándolas. Los resultados que ha obtenido en cinco años son impresionantes, han recuperado 42 niños del brazo armado de las guerrillas, y 814 que estaban en peligro de ser reclutados, además han rescatado a 72 mujeres del Catatumbo que corrían el riesgo de ser asesinadas.


Cafam la nombró una de las mujeres del año, una distinción que le ha servido a Carmen García para renovarse. Dice que las atenciones que recibió en Bogotá la hacen sentir “como una reina, como si estuviera en Miss Universo”. Ser distinguida como Mujer Cafam es un premio no sólo para ella sino para un territorio en el que la guerra se ha encarnizado. A sus 40 años Carmen García está lista para devolver a la vida a tantos niños atrapados por los grupos armados. Las amenazas, los atentados que han sufrido, ya no la asustan. Hace rato que ya no lucha por sí misma. Hace rato que su vida le pertenece a las demás. Por eso no tiene tiempo para el miedo. Si quiere seguir salvando vidas debe hacer lo que siempre ha hecho: mirar pa’lante.





 


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