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Apuntalar un partido único de izquierda: la tabla de salvación de Gustavo Petro

Por: León Valencia-Director de Pares


Foto tomada de: France24


Álvaro Uribe Vélez ya vivió y dirigió esta experiencia y le fue muy bien. Una vez llegó a la presidencia juntó a los seguidores más cercanos en un solo agrupamiento: el Partido de la Unidad Nacional o Partido de la U, como se lo conoció, para que tuviera su marca personal. Con ese partido a la cabeza conformó una coalición de mayorías que gobernó el país del 2002 al 2010, le alcanzó también para hacer elegir a Juan Manuel Santos como su sucesor en la presidencia. Luego, cuando Santos se apartó de su lado y puso a su servicio al Partido de la U, formó el Centro Democrático, con el que le hizo una exitosa oposición a Santos y catapultó a Iván Duque al Palacio de Nariño en 2018.  Así manejó durante 18 años la agenda del país.

 

Petro quiere hacer algo parecido. Construir un solo partido con los grupos y movimientos que conforman el Pacto Histórico y con personas y movimientos afines al “progresismo”. No es mala idea. Petro tiene una potente agenda de reformas sociales y una multitud de seguidores que le permitirán jugar un papel protagónico en la política colombiana en los años venideros.

 

No será tan fácil. Uribe tenía una bandera, la seguridad democrática, con una enorme aceptación en las élites del país, especialmente en los clanes políticos regionales; y un enemigo, la guerrilla, que había acumulado rencores y animadversiones en la sociedad colombiana. Petro, en cambio, agita reformas que tienen una gran resistencia en las élites nacionales y locales y requieren una enorme labor pedagógica en la sociedad.

 

El contexto es también diferente. La política colombiana afrontaba, en el 2002, cuando llegó Uribe a la presidencia, una gran dispersión. A las elecciones de ese año se presentaron más de setenta listas a Senado en representación de una variedad de grupos, movimientos y partidos, muchos de ellos asociados con los paramilitares en el fenómeno de la parapolítica. Pero la reforma política de 2003, que señaló un umbral del tres por ciento de los votantes para poder entrar al Congreso, obligó a forjar partidos de mayor alcance.

 

En ese proceso se formó el Partido de la U que alcanzó la mayor votación en las legislativas de 2006 y obtuvo 20 senadores y 30 representantes; dio un salto el Partido Cambio Radical; y los más caracterizados parapolíticos se agruparon en cuatro colectividades: Partido de Integración Nacional, Colombia Viva, Colombia Democrática y Alas Equipo Colombia. También ocurrió la unidad de la izquierda en el Polo Democrático Alternativo que obtuvo 10 curules en Senado y 8 en cámara de representantes. Los partidos históricos: el conservador y el liberal, pasaron a un rol secundario, uno como acompañante de Uribe y el otro como segunda voz en la oposición.

 

Uribe propició la polarización política. Forjó una derecha pura y dura y, como reflejo, facilitó el salto de la izquierda desde la marginalidad al protagonismo político a partir del 2006. Eso produjo un cambio de signo en la vida nacional. Al tenor de esta polarización han ido apareciendo también unas fuerzas ubicadas al centro del espectro político, de modo que ahora se puede decir que estamos entrando en una época que ya recorrieron Europa y algunos países de América Latina: un arco político donde está la derecha y la centro derecha; la izquierda y la centro izquierda.

 

Ahora bien, en Colombia hay unos ingredientes perversos que desdibujan este arco político y confunden a los observadores de la vida nacional: la influencia del narcotráfico y la financiación ilegal de las campañas, la persistencia de una variedad de clanes políticos, el clientelismo y la política como micronegocio en el que hasta los avales significan una entrada inusual de dineros a las arcas de los caciques políticos.

 

Estos factores y la disposición del Consejo Nacional Electoral a conceder personerías jurídicas a una variedad de grupos dan la sensación de una gran dispersión política. Pero si miramos lo que ocurrió en el Congreso de la República en la discusión de las reformas y en la actitud frente al gobierno de Petro, podemos ver un dibujo en el que sobresalen claramente las líneas de izquierda, centro y derecha.

 

Las alianzas y las consultas inter-partidarias se han convertido en la fórmula para ordenar las listas y las candidaturas presidenciales en este nuevo juego político entre izquierdas y derechas. Pero aún en ese juego es muy conveniente tener un partido grande, una agenda política consistente y unos candidatos competitivos para atraer al electorado y garantizar la gobernabilidad.

 

Petro ha entendido la situación. Entendió con mayor claridad la necesidad de un solo partido de sus seguidores y afines en las elecciones de 2023. La derrota en las elecciones locales y regionales a pesar de tener la presidencia de la república fue un campanazo de alerta. Necesita conseguir un candidato de gran perfil y una fuerza aglutinadora en las elecciones de 2026 para darle continuidad a su agenda política.

 

La unidad de las diversas vertientes del Pacto Histórico y de otros grupos, le puede dar esa fuerza y en ella hay una variedad de posibles candidatos: Luis Gilberto Murillo, embajador en Washington; Roy Barreras; Francia Márquez; los parlamentarios Iván Cepeda y María José Pizarro; el exalcalde de Medellín, Daniel Quintero; y el exgobernador del Magdalena, Carlos Caicedo; entre otros.

 

Hay otro obstáculo a vencer: la izquierda colombiana tiene un ADN crítico, díscolo, una resistencia innata a los caudillismos, un apego a convertir las pequeñas diferencias, las diferencias con sus más cercanos, en motivo de controversias y separaciones. Esto, adobado por las pequeñas rentabilidades que vienen de tener un grupo para otorgar avales y para representar en las alianzas y en el debate público, se convierte en una barrera a veces insalvable. Ya lo vimos en las elecciones regionales y locales. Eduardo Noriega, operador político de Petro en el Pacto Histórico, fracasó en su intento de poner orden en las filas y lograr una presentación unitaria y decorosa en las elecciones de 2023.

 

El Partido Verde tendría que pensar como Uribe y Petro

 

El Partido Verde ha sido protagonista de primer orden en la política nacional desde cuando Antanas Mockus, su candidato a la presidencia en las elecciones de 2010, pasó a segunda vuelta desplazando a un tercer lugar a Petro y pegándole un enorme susto a Santos y al Uribismo.  Ganó las elecciones locales de 2019 en las que obtuvo alcaldías en 13 importantes ciudades, empezando por la capital de la república. No le fue nada bien en las presidenciales de 2022 y en las locales de 2023, pero ahora tiene en la arena política a Claudia López, que hoy, cuando apenas empieza 2024 y las elecciones presidenciales están lejos, es una competidora de gran perfil para el 2026.

 

En el 2002 este partido y las fuerzas al centro del espectro político tenían muy pocas posibilidades. La polarización se tragó el debate político y consumió a las fuerzas de centro que se habían agrupado en la coalición de la Esperanza. No fue, desde luego, un proceso espontáneo. Tanto Petro como las derechas se metieron en ese juego. Sólo que las derechas no pudieron conseguir un candidato presentable que fuera capaz de derrotar a la izquierda.

 

Para saltar por encima de la polarización y ganar un puesto en la segunda vuelta y meterse a fondo en la disputa presidencial de 2026, el Partido Verde y las fuerzas del centro político, tendrían que empezar desde ya una tarea aglutinante y una redefinición de su agenda política. Sin esto les será muy difícil competir con éxito.

 

Los principales grupos en este espectro son, por ahora: el Partido Verde en sus distintos matices; el Nuevo Liberalismo fortalecido con el triunfo de Carlos Fernando Galán en la alcaldía de Bogotá; En Marcha, que no le va nada mal en su participación en el gobierno y en su disputa por sectores del Partido Liberal; Dignidad y Compromiso, que tiene a Sergio Fajardo y a Jorge Enrique Robledo.

 

El Partido Verde está próximo a realizar su congreso y en vez de dedicarse a tramitar sus graves disputas internas debería lanzar la idea de un partido aglutinante de las fuerzas de centro; redefinir su agenda, tomando como bandera principal la adaptación al cambio climático, la transición energética y el abandono de los combustibles fósiles; sin descuidar, claro está, otras banderas sociales claves; debe recuperar también la agenda anticorrupción que abanderó Antanas Mockus y que puso en alto Claudia López en la batalla contra la parapolítica y en la consulta popular de 2018.

 

Tiene igualmente la difícil tarea de aclarar su posición frente al gobierno de Petro. ¿La oposición, la independencia o la colaboración crítica? Si le va mal, demasiado mal, a Petro, las derechas tienen una gran posibilidad de ganar en el 2026. Si le va muy bien a Petro el mayor chance lo tiene el propio Pacto Histórico. Le favorece más al Verde y al Centro que el gobierno de Petro termine su mandato con algunas realizaciones y con un ambiente favorable a la continuidad de las reformas sociales.

 

En las filas del verde hace presencia un sector Petrista, de ahí que una abierta oposición al gobierno puede terminar en una grave división. Eso cuenta a la hora de convocar a la unidad con otros sectores. No le queda bien dividir sus propias huestes.  Así que a este partido le tocará, quizá, el difícil equilibrio de colaborar y criticar. Colaborar y esperar que no le vaya tan mal a Petro y criticar para tener un puesto propio en la disputa electoral 2026.

 

 

La tentación de las derechas

 

Algunos líderes de la derecha y sectores de la prensa quieren jugar a parecerse a Nayib Bukele, el exitoso presidente de El Salvador; o al estridente Javier Gerardo Milei, recién elegido presidente de Argentina. La más caracterizada vocera de esta tentación es María Fernanda Cabal, pero la lista es larga. El caldo de cultivo para el ascenso de esta corriente es un fracaso estruendoso del gobierno de la izquierda. Es decir, un grave deterioro de los indicadores económicos y sociales o la sensación de que esto esta ocurriendo; un notable incremento de la inseguridad y la violencia o la percepción de que esto sucede; y una multiplicación de los escándalos de corrupción o la atribución de los que ocurren a la presidencia y su entorno.

 

Fue el ambiente que acompañó el triunfo electoral de Uribe en 2002. El país vivió entre 1998 y 2001 una pavorosa crisis económica y financiera, al tiempo que fracasaban las negociaciones de paz con las FARC y crecía como espuma el paramilitarismo. Las ofertas de seguridad y confianza inversionista de Uribe calaron rápidamente en medio de esta desesperada situación.

 

No es esta la realidad que vive el país en este momento. Ni los indicadores económicos y sociales se han venido al suelo, ni la inseguridad ha saltado por encima de lo que venía desde el gobierno de Duque, ni hay -aún- grandes escándalos en el ejercicio del gobierno, aunque hay mucho ruido en la financiación de la campaña electoral. Pero, aun si la realidad no va camino al deterioro, la percepción puede ir en esa vía, a eso le está jugando la oposición. No es descartable que tengan algún éxito en la promoción de la catástrofe.

 

Las derechas y los clanes políticos no se han limitado a jugar a la catástrofe, también han hecho movimientos muy importantes en su accionar político. En las elecciones regionales y locales, líderes notables de esta corriente que se habían lanzado a la política nacional, se devolvieron a sus regiones a cuidar sus feudos electorales. Fue el caso de Fico Gutiérrez, Alejandro Char, Dilian Francisca Toro y Rodolfo Hernández. Los triunfos electorales de 2023 han sido una bocanada de aire fresco para la oposición.

 

Si la tentación de buscar un parecido con Bukele o Milei no prospera, las derechas pueden acudir a candidatos con importante tradición política o a líderes que vienen del ejercicio político regional. Al finalizar el 2024 sabremos qué camino toman las fuerzas de esta corriente. En todo caso tienen mucho de donde escoger si miramos al Centro Democrático, a Cambio Radical, a sectores del liberalismo, del conservatismo y del Partido de la Unidad Nacional.  Germán Vargas Lleras, Mauricio Cárdenas, Miguel Uribe, Juan Guillermo Zuluaga, José Félix Lafaurie, son nombres que suenan en los corrillos políticos.

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