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Una buena metodología para a un buen pacto

Por: Walter Aldana. Columnista Pares.


La diversidad étnica y cultural de los pueblos ancestrales está reconocida en el artículo séptimo de nuestra Carta Magna, así como la protección de las riquezas culturales y naturales de nuestra nación en su artículo octavo.


Posterior al acto acaecido con la estatua ecuestre de Sebastián de Belalcázar, el pasado 16 de septiembre del presente año, denominado por algunos como un hecho de reivindicación de la historia de la confederación Pubense (habitantes de la meseta de nuestra capital en la época de la invasión), y para otros acción “vandálica”, “barbarie” contra Popayán, se inicia propiciado por nuestra universidad pública la Unicauca, un camino por el pacto para una real convivencia.


Ni en las escuelas, colegios o universidades nos presentaron la verdadera historia de Sebastián de Belalcázar, sólo nos dijeron que: por medio de la real cédula dada en Valladolid el 10 de noviembre de 1558, se le otorgaba a Popayán el escudo de armas y “desde entonces, el imperio español suplantó las formas de organización social y política de los nativos e instauró un poder extraño con regidores de cabildo, alcaldes y alguaciles y la participación permanente de la iglesia católica como guía espiritual”, según Guillermo León Martínez Pino Especialista en Docencia sobre Problemas Políticos de la Unicauca.


La metodología, aspiro rebase aquello de que el ejercicio “debe garantizar la armonía”, muchas veces utilizada como eufemismo para bajar la temperatura a la coyuntura y volver a quedar en las mismas.

En Cauca habitan ocho (8) pueblos indígenas: Nasa – Páez, Misak, Yanaconas, Coconuco, Epiraras – Siapidara ( Emberas), Totoroes, Inganos y Guanacos; Cococauca en la costa pacífica, Aconc en el Norte del Departamento, la capitanía en Páez, el centro y sur con sus procesos afros tienen también desde sus especificidades étnicas sus cosmovisiones que son en sí una concepción de desarrollo.

El campesinado que va en camino a lograr el reconocimiento como sujeto político diferencial; igualmente tiene sus apuestas de futuro.


Popayán, la ciudad que nos acoge y que muchos venideros amamos y hemos ayudado a crecer (por eso no acepto que se quiera plantear a los Misak como externos a nosotros), tiene igualmente a los payaneses raizales con su historia, de la cual Belalcázar es una parte a reivindicar de sus antepasados, de sus sueños y sus frustraciones que tiene el derecho a ser re-conocida y valorada.


Solo aceptándonos en esa diversidad, es decir articulando a la historia oficial estas otras voces, es que podremos construir concertada y francamente un pacto por el Cauca y la ciudad capital. Reconocer entonces que a Popayán y el Cauca lo habitan varios pueblos, nos exige diseñar un pacto que sea el encuentro de las diversas “visiones de desarrollo”, “planes de vida”, apuestas y prioridades de inversión.


Rebasar la discusión mediática de la estatua, el racismo, la descalificación; respetar las definiciones arqueológicas, antropológicas, porque mientras nos distraemos en ellas hoy se reporta una nueva masacre en Buenos Aires al Norte. No es posible tener una sola voz, es un coro, para que al unísono, podamos decir “TODOS SOMOS EN LA DIFERENCIA: POPAYÁN y CAUCA”.

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