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La confesión de Armando Benedetti

Por: León Valencia




Ya Benedetti confesó que es un adicto a la cocaína y al licor, que ha sido un hijueputa con la familia y que estuvo en un centro de rehabilitación en México y ahora está sobrio. Se lo dijo a la Revista Cambio y también al diario El Tiempo; dijo, además, que negaba tajantemente que Petro metiera cocaína o fuera un adicto. No he visto mayores comentarios sobre el asunto, ni sobre el acto de contrición del ministro, ni sobre las palabras que intentan salvar al presidente.

 

Nada que se parezca, aunque sea una pizca, al gran escándalo que suscitó la carta de Álvaro Leyva señalando a Petro de adicto a las drogas y de faltar a sus obligaciones a la causa de la adición.

 

Los titulares podrían haber dicho cosas como esta: “Benedetti confiesa su grave falta y desmiente a Leyva en sus aseveraciones sobre Petro”. Pero nada. Vi y oí sólo algunas alusiones laterales a esta confesión.  No sé si Leyva sea más creíble que Benedetti, a mí los dos me disparan muchas preguntas. Pero esta vez me sonó más sincero Benedetti.

 

No es usual que un político colombiano en ejercicio confiese alguna falta, mucho menos las que implican responsabilidades penales. La reacción ante cualquier acusación es siempre: “Me están persiguiendo, es un complot” o cosas parecidas. Luego, la justicia, se ve sometida a sobornos o a presiones y tiene que fajarse para abrir un proceso y vencer, excepcionalmente, en juicio al señalado. Así son las cosas.

 

Las confesiones de Benedetti explican muchas de las acusaciones de que ha sido objeto en los últimos años: la violencia intrafamiliar, la laxitud moral y ética en el ejercicio de su vida pública, el maltrato a sus subordinados, en fin, una vida poco ejemplar. Ahora la justicia que le sigue investigaciones tiene un contexto cierto a la hora de profundizar en sus indagaciones. También las presuntas víctimas tienen argumentos de la propia boca de su agresor.

 

Vi que Petro en su cuenta de X repite la idea de Benedetti: el adicto es un enfermo y una víctima y necesita comprensión y atención del estado y la familia. También estas aseveraciones dan una pista de la actitud de Petro ante Benedetti. Fue en el consejo de ministros del 4 de febrero donde el presidente señaló que el ahora ministro del interior merecía una segunda oportunidad. Dijo también que los señalamientos de tipo penal los debía dirimir la justicia.

 

Esas afirmaciones, desde luego, tienen un sesgo humanista y una consonancia con el estado de derecho. Pero no son muy potables en el ambiente político. La reputación del gobierno se afecta, y no poco, con la presencia de una persona que tiene sobre sus hombros adiciones y desafueros producto de esas adiciones.

 

Tan dañinas son, para la buena imagen del gobierno, que el mismo Petro se apresuró a decir en su cuenta de X, sobre su caso: “La calumnia lanzada contra mí, tiene que ver con que en mi vida he tenido alguna adición. Mi espíritu revolucionario, que busca siempre la libertad, es contrario a la esclavitud, y las adiciones son esclavitudes del espíritu”.

 

La papaya que se les ofrece a los medios de comunicación y a los grupos políticos que están haciendo una oposición sin hígados y sin mayor decoro, es muy dulce. En la tradición colombiana se tenía cierto respeto por la figura presidencial y por la vida privada de los presidentes y eso se está haciendo añicos ahora con la llegada de la izquierda al poder.

 

Petro aguanta el chaparrón y se enfrenta a sus detractores, acudiendo, incluso, a palabras de grueso calibre. Pero no todos tienen el mismo cuero duro.  La primera dama, Verónica Alcocer, valga un ejemplo, retrocedió ante la infamia. Con toda su espontaneidad se lanzó a la conquista de la opinión pública en el primer año de gobierno y después, no sin pesar, se arropó en un bajo perfil.

 

Yo me divierto un poco viendo a políticos, a intelectuales, a líderes de opinión, escudriñando acuciosos la vida privada del presidente Petro y de altos funcionarios de su gobierno; los veo y recuerdo que muchos de ellos también son señalados, en los corrillos, de llevar una doble vida. Hubo un tiempo en que asistía a cocteles, no sin deleite, para escuchar los chismes sobre personajes públicos.

 

Incluso me gusta saber las cosas malas que dicen de mí. Esas cosas, como asegura el cineasta español Alex de la Iglesia, también le confieren a uno identidad.

 

 

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