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¿Cómo ser Mujeres y “jefas”?

  • Foto del escritor: Ghina Castrillón Torres
    Ghina Castrillón Torres
  • hace 13 horas
  • 2 Min. de lectura

Por: Ghina Castrillón Torres. Politóloga feminista.



Los recientes escándalos por acoso laboral en algunos ministerios han desatado discusiones que considero necesarias. Más allá de los hechos particulares, a los cuales no me voy a referir en este momento, creo que debemos reflexionar sobre cómo las mujeres podemos ejercer el poder de manera distinta.


Históricamente los que han mandado han sido los hombres, consolidando una forma autoritaria de ejercer el poder. En ese sentido, el acoso laboral muchas veces no se reconoce, porque se han integrado como parte del paisaje, reforzando la idea de que el liderazgo se impone desde el miedo. Cuando una figura masculina grita o descalifica, se relaciona con demostración de autoridad, pero cuando lo hace una mujer se convierte en tema de debate.


Esto no significa que las mujeres líderes deban reproducir esas lógicas, ni mucho menos que avalemos el acoso laboral si es ejercido por mujeres. Por el contrario, se trata de entender que las mujeres llegan a escenarios de poder desde procesos muy diferentes. No hemos sido educadas para mandar o aspirarlo. Por eso muchas veces no tenemos referentes distintos a los del poder masculino autoritario que observamos desde pequeñas, y sin quererlo, se terminan reproduciendo esas formas autoritarias.


Según ONU Mujeres, a 1 de junio de 2025, solo 18 países tienen una mujer como Jefa de Estado y 20 como Jefa de Gobierno. El panorama global es profundamente desigual, con el ritmo actual, la paridad en las más altas esferas de poder se alcanzará dentro de 130 años. Además, la presencia de ministras tiende a concentrarse en carteras tradicionalmente feminizadas, como Mujer e Igualdad de Género, Familia e Infancia, Inclusión Social y Desarrollo, Protección Social y Seguridad Social, y Cultura, lo que evidencia una persistente segmentación de género en el ejercicio del poder político.


En este panorama tan desigual, nuestro tono es constantemente fiscalizado y en el espacio público se nos exige moderación. Si somos firmes, nos acusan de histéricas y altaneras o si somos conciliadoras, nos llaman débiles, cosa que no se hace con los hombres. Pero entonces la pregunta debe ser cómo liderar en un sistema que no fue diseñado para nosotras. No creo que debamos salir al mundo a “maternar” en las entidades, pues eso también refuerza estereotipos que nos ha relegado siempre ámbito doméstico. Recordemos que, además, en el sistema capitalista todo se valora por la productividad y los vínculos están mediados por la competencia. Sin embargo, sí creo urgente que pensemos en nuevas formas de ejercer el poder que no estén basadas en la violencia.


No tengo la respuesta correcta, pero sí creo que debemos avanzar hacia modelos de liderazgo donde lo colectivo y el reconocimiento mutuo sean centrales. Sin intentar evitar el conflicto, se deben gestionar las diferencias sin aplastar a la otra. “Mandar” no debe ser un sinónimo de violentar. Las mujeres no deben llegar al poder para replicar las peores formas masculinizadas. Seguramente no sabemos todavía con exactitud cómo hacerlo, pero pensemos y construyamos otras formas. Y como lo he dicho en otras columnas transformar el mandato de la competencia entre mujeres es una práctica política feminista.


La revolución feminista está en cosas como disputar y cambiar el ejercicio del poder.

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