Abrazar a un hermano
- María del Rosario Laverde
- hace 17 horas
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Por: María del Rosario Laverde

Estoy en un lugar público esperando ser atendida y mi primer pensamiento es para mi hermano, las lágrimas brotan enseguida y no las puedo detener, ya debería estar acostumbrada a vivir sin él, pero no puedo evitarlo, el dolor me agarra por sorpresa cada cierto tiempo, y no me suelta.
Muchos de los que crecimos en hogares disfuncionales, a veces no vinimos con una piel de repuesto que nos ayudara a cicatrizar la dureza de nuestras experiencias; por el contrario, permanecemos rotos y pocas veces estamos a gusto con la vida.
No sé cuántos años tenía cuando, una tarde de sábado en Chapinero, terminé tomada de la mano de un señor que no era mi madre, rápidamente me di cuenta de que estaba perdida y, para mi fortuna, el señor que me encontró, era un buen samaritano, que me ayudó a buscar a mi madre hasta dar con ella. A su lado, mi hermano estaba prácticamente desmayado del llanto. Me contaron, después, que yo me abracé a mi madre sin soltarla durante mucho rato. Creo que, para entonces, aún no había muerto mi papá. Los siguientes veinte o treinta o cuarenta años, cuando recordábamos ese incidente, mi hermano no podía parar de llorar, yo debía abrazarlo y hacerle ver, entre risas, que no estaba perdida, y él siempre respondía, sí, pero ¿qué tal que te hubieras perdido?
Recuerdo cuando mi hermano decidió irse con su familia a otro país, y cómo nos despedimos. Vi su carro detenerse una calle más adelante porque el llanto no lo dejaba manejar. Debió esperar unos minutos, para lograrlo.
Me pregunto, con algo de inseguridad, si estará bien escribir algo personal en una columna de la Fundación Paz y Reconciliación, y me respondo que por qué no, ¿acaso la paz y la reconciliación no son algo que debimos aprender en casa, con nuestras familias?
No creo que las redes sean el mejor lugar para ventilar temas personales, y sí encuentro un poco siniestro hablar de algo tan personal, públicamente, considerando aquel viejo dicho de que la ropa sucia se lava en casa, pero la verdad es que la vida se me ha hecho más difícil desde que mi hermano decidió sacarme de su vida hace años.
Mucho tiempo creí que solo a mis hermanos y a mí nos había tocado la mala fortuna de la orfandad paterna y la difícil relación materna, ahora que sé que todos, en alguna medida, hemos vivido nuestras propias disfuncionalidades, no me alivia saberlo, pero sí me hace trabajar por una existencia mejor para la vida que me queda.
Nos creemos dueños del tiempo y de la razón, y no imaginamos que sea posible perder todo y quedarnos sin el único amor con el que creíamos contar para siempre. Aunque a nuestra vida lleguen otros amores, incluso hijos.
A veces nos tocan familias complejas, llenas de carencias mentales y emocionales, y es nuestro deber cuidar la única conexión que tenga salvación, así sea una sola. Mi hermano corrió con mejor suerte sin mí, pero yo, al perderlo a él, me perdí.
Hace tiempos no lloraba, y hoy no he podido detenerme, quizás por el síndrome de la nostalgia dominguera, que a todos nos ataca alguna vez. Solo quiero recordarle, desconocido lector/ra, que la vida es un ratico, que nada vale tanto la pena como vivir en paz.
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