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Los cuarenta y cuatro años en los que Colombia vivió en paz

Por: Redacción Pares


Foto tomada de: Historia de Colombia


Los mayores de sesenta años han crecido en Colombia en medio de una gerra que no ha tenido pausas. La paz de Santos entró en la zozobra por culpa de la premisa de Duque con el acuerdo de paz, la inclasificable frase de “Ni risas ni trizas” que, al final, les hizo mucho daño a los acuerdos de La Habana. Muchos ex combatientes no se sintieron seguros y regresaron al monte a armarse. Otros extrañaban el negocio de la coca. Nuestros indicadores indican una disminución de la violencia que teníamos a comienzos de este siglo. Según León Valencia, director de la Fundación Paz y Reconciliación, el periodo que va entre 1995 y 2005 dejó el 68% de las víctimas del conflicto. Somos un mejor país pero no es mala idea apuntarle, no a una paz parcial, sino a una Paz Total. Para fraseando a Lennon nos merecemos en este país una chance para la paz.


La Derecha ha instalado una premisa histórica, la de que en este país es imposible vivir en Paz. Acá hubo un periodo entre 1904 y 1948 en el que los fusiles callaron. Antes tuvimos que atravesar una guerra cruda como pocas. La de los Mil días. Entre 1899 y 1902 se combatió en todo el país, menos en la Amazonia y en Antioquia porque allá todos -al menos una abrumadora mayoría- pertenecía al partido conservador. Se dieron plomo por si eran rojos, por si eran azules. Los muertos fueron más de cien mil. Teniendo en cuenta que la población del país era de 4.5 millones de personas estamos hablando de una de las peores masacres de algún país en el mundo. Un loco dirigía las huestes conservadoras, el generar Aristides Fernández, que se había trazado aniquilar hasta el último liberal. La guerra profundizó la crisis económica y la genial idea del entonces presidente José Manuel Marroquín, fue venderles Panamá a los gringos. Cinco millones de dólares le pagó Estados Unidos a Colombia por el istmo. La mayoría de esa plata se invirtió en vías férreas, ¿Dónde están los trenes?

A Rafael Reyes le tocó levantar un país en ruinas cuando lo recibió en 1904. Reyes era conservador, pero tenía ideas progresistas y de inclusión y supo darles juego a los liberales. Si no se restañaban las heridas el país era inviable. Según Antonio Caballero en su Historia de Colombia y sus oligarquías, Reyes, que tenía ínfulas de dictador, admiraba a Porfirio Díaz pero, además, un hombre de empresa “Un emprendedor y un empresario: ni abogado de formación, ni militar de profesión, salvo por su casi casual pero muy afortunada participación como general victorioso de las tropas conservadoras en las guerras civiles”.


La paz, quien lo creyera, coincidirían con dos décadas de gobiernos conservadores. Los liberales tienen una renovación después de los 1000 días y aparecen líderes de peso, modernos, a los que les cabía el mundo que surgía en la cabeza como Alfonso López Pumarejo o el aguerrido abogado Jorge Eliecer Gaitán. Los conservadores, mientras tanto, incubaban a Laureano Gómez, mejor conocido como el Monstruo por su capacidad para intrigar y, lo que llaman ahora, polarizar. La crisis desatada por el crack de la bolsa de Nueva York cambió el juego político, termina la hegemonía conservadora y en 1930 el presidente es el boyacense Olaya Herrera. Se esperaba algún tipo de respuesta violenta por parte de los conservadores pero, a pesar de Laureano, lo entregaron de manera pacífica, como si súbitamente nos hubiéramos convertido en un país civilizado.


Sin embargo todo empezaba a romperse por dentro. El desempleo galopaba y los resquemores bipartidistas se hacían sentir en provincia. En 1946 el conservador Mariano Ospina, con sus andares de dandy, ganó la presidencia. El sectarismo, promulgado por el Monstruo Laureano desde el Congreso con sus ataques al Doctor Santos, ya empezaba a ser tendencia.


Bogotá estaba en una burbuja, no tenían idea el caldo que se cocinaba en otros departamentos. Arturo Alape cuenta que, días antes del asesinato de Jorge Eliecer Gaitán, se realizó una corrida de toros en la Santa María. Los animales resultaron mansitos, no embestían con decisión. La gente, desesperada, decidió tomar una decisión que resultó siendo un terrible presagio de lo que vendría: bajó a la arena y decidió linchar al toro. Lo despedazaron ellos mismos. La fiebre estallaría en 9 de abril de 1948 a la 1:05 de la tarde cuando el doctor Gaitán fue abaleado por Roa Sierra mientras salía de su despacho en plena carrera séptima. Empezaría oficialmente la Violencia, el Conflicto, la Guerra que en los años ochenta fue condimentada por la gasolina del narcotráfico y esto se volvió un incendio.


Pero fueron cuarenta y cuatro años de paz. El sino de nosotros no puede ser la guerra. Basta cualquier manual de historia para que esa teoría de la derecha se vuelva lo que siempre fue: humo.

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