Las malas palabras
- León Valencia
- hace 22 horas
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Por: León Valencia

En 2004, en el Congreso de la Lengua Española, realizado en la ciudad de Rosario, Argentina, el genial Roberto Fontanarrosa, pronunció un discurso en Defensa de las Malas Palabras, de esas palabras su favorita era “Pelotudo” por la contundencia del insulto y el retrato a mano alzada del contradictor. Esa palabra, quizás, dice muy poco en Colombia, como dice poco para nosotros “Gilipollas” que en ocasiones es una verdadera bofetada entre los españoles; también, según he oído, “Pendejo” tiene su gran ají en México, pero acá tiene una fuerza menor, aunque algo ofende en el calor de una disputa.
Vi que Fincho Cepeda, el senador conservador, político que ahora funge de héroe entre las huestes clientelistas, hace unas semanas, estaba ofendidísimo con el presidente Petro porque le dijo, en uno de sus discursos, HP, una expresión incolora e insabora, una abreviatura de ¡Hijueputa! Esta sí una palabra ofensiva, que en el insulto callejero la gente le agrega doble, triple y hasta tetra porque piensan que así elevan al infinito la ofensa.
Pero la palabra ¡Hijueputa! Es un vocablo genérico y tiene los más diversos significados; apunta en primer lugar a la madre, igual que ¡Malparido! Que es el segundo insulto preferido por los colombianos. Después estas palabras sirven para todo, incluso, en ocasiones son una expresión cariñosa. Yo que nunca he utilizado esas palabras como insulto, las empleo con frecuencia como desahogo con una eficacia enorme, me ayuda para reducir el dolor cuando el dedo pequeño del pie choca aparatosamente contra un objeto y grito adolorido ¡Hijueputa! Saltando en un solo pie.
En cambio, no veo que los políticos y grandes empresarios se ofendan mucho cuando Petro en su retórica los llama ¡Oligarcas! O ¡Nazis! O ¡Esclavistas! O ¡Negreros! O, incluso, ¡Mafiosos! En fin, diversas calificaciones que remiten a la historia y tienen una manifiesta intención política. Quizá piensan que estas palabras se han desgastado en su reiterado uso por las izquierdas.
Tampoco veo que Petro se ofenda mucho cuando le dicen guerrillero, castro-chavista, cocainómano, pirómano, gay, aprendiz de tirano, narciso, incompetente y otra variedad de calificativos, porque siente que estas palabras, transformadas en insultos, no le hacen ninguna mella entre sus seguidores.
En la grave irritación en que se encuentra el país, en esta exacerbación de la polarización, por el ascenso del primer gobierno de izquierdas, me he dado cuenta de la pobre imaginación de los colombianos para mostrar con palabras punzantes la naturaleza del rival o para llegarle al corazón con un insulto.
A mí tampoco se me ocurren palabras con el peso de Pelotudo o Gilipollas, hace mucho tiempo acudía a la palabra morrongo o sibilino para hablar de personajes de oscuras y dobles intenciones y la palabra forajido para señalar a matones o facinerosos, nada especial, nada sonoro y poderoso.
Dije atrás que los políticos o empresarios tradicionales no se ofenden con las malas palabras de Petro, pero se alarman, o fingen que se alarman y manifiestan, a voz en cuello, que estos insultos constituyen amenazas, graves amenazas, a la vida, que tarde o temprano terminarán en violencia, pero yo no veo muchas probabilidades de que eso ocurra.
Petro dice esas cosas, pero no tiene a los Chulavitas, ni a los paramilitares, ni a los militares, ni al ELN que lo tacha de peor que los gobiernos de derecha, no tiene a esas fuerzas en armas que lo secunden, como si las tenían una variada gama de políticos que lo antecedieron.
Petro entonces recurre a malas palabras, a la movilización popular y busca afanosamente algún mecanismo para consultar a la población pensando que esa es su potencia. También la oposición de derechas, a la vez que insulta a Petro, apela a la movilización social para tratar de contener al gobierno en sus ambiciones y, sobre todo, ha hecho del Congreso de la República una trinchera para contener las reformas sociales que quiere la izquierda.
A mi me parece que esta situación tiene su lado bueno. Quiere decir que las malas palabras y la apelación a los mecanismos de la democracia están sustituyendo a la agresión armada.
Quizás resulte más fácil educar a los políticos en las buenas maneras o ayudarlos a imaginar malas palabras para desahogarse con el contrario sin herir en demasía el honor o incurrir en la injuria y la calumnia. Digo que es más fácil esto que parar la confrontación armada, mecanismo preferido por los colombianos para saldar las graves diferencias en estos dos siglos de vida republicana.
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