LA MENTIRA Y LOS MENTIROSOS
- Guillermo Linero
- hace 4 horas
- 4 Min. de lectura
Por: Guillermo Linero Montes

Este año, un buen número de colombianos y colombianas, se han detenido frente a las pantallas para ver y escuchar las audiencias de acusación contra el expresidente Álvaro Uribe Vélez. Y no podría esperarse otra cosa, si consideramos que dichas audiencias son una suerte de “novela negra” en la cual es posible internarse en tiempo real. La “novela negra" se caracteriza, por la exploración de cuanto ocurre a oscuras -de ahí proviene su nombre- y del envilecimiento humano; dos elementos fundamentales en el mundillo del expresidente acusado.
No obstante, cabe subrayar que aparte de lo atractivo que resulta asistir con asombro a un festín de mentiras y mentirosos, el interés subyacente de los colombianos por el desenlace del mentado proceso, está fundado en algo muy serio para nuestra armonía social, como lo es la búsqueda del conocimiento de la verdad. Esto, porque en Colombia la mentira reina impunemente y, dependiendo de la resolución de este juicio, serán las “consecuencias morales y sociales”. De ganar Uribe, sacaría pecho la cultura traqueta, y de perder, triunfaría una cultura afín al país de la belleza.
La mentira es una conducta definida por los diccionarios corrientes, tal una expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, piensa y siente. “Contraria a lo que se sabe”, acuérdense de la conducta de los periodistas que, sabiendo la verdad de los hechos político- sociales, los malversan elaborando noticias para beneficiar a sus patrones; “contraria a lo que se piensa”, hay quienes interiormente se deleitan con sus pecados y exteriormente los disimulan con religiosos golpes de pecho; y es “contraria a lo que se siente”, algunos políticos en tiempos de elecciones, siendo personas cargadas de sentimientos aporofóbicos, se acercan a los pobres y los abrazan con guasona hipocresía.
Para el filósofo cristiano San Agustín, la mentira era simplemente la divulgación de una falsedad con la estricta intención de causar daño. Por entonces descontaban los fines benévolos buscados tras el engaño, y a la mentira la consideraban un acto inequívocamente inexcusable, contrario a lo que diez siglos después el jurista católico Santo Tomás de Aquino, en su obra contra las mentiras, “las dividiera entre las que hacen daño y las que lo no hacen, y de estas últimas hablara de tres principales: las que ayudan a alguien, las que pueden salvar la vida de alguien y las que protegen la pureza de alguien”[1].
“Las que ayudan a alguien”, como cuando alentamos a quien se encuentra decaído, diciéndole que “todo va a estar bien”, sin tener la menor certeza de que vaya a ser así; “las que pueden salvar vidas”, como cuando se espanta a un asaltante con un arma de juguete; y “las que buscan proteger la pureza de alguien”, como cuando a los niños católicos les enseñan la existencia de fantasmas y demonios para que se aferren a Dios y a las buenas costumbres.
Pese a su condición de inexcusables en el ámbito penal, en el contexto de la ciencia ocurre lo contrario. Según el filósofo Karl Popper, para que haya una proposición científica es necesario que esta pueda ser falsada (es decir; susceptible de ser desmentida mediante pruebas o experimentos). “Una hipótesis que explique todos los hechos a los cuales esta se refiere -tal era la tesis del artífice del método falsacionista-, debe ser rechazada en su carácter de científica”[2].
¿Y los mentirosos? Aparte de los mitómanos -que mienten por causa de trastornos sicológicos y no por el impulso malévolo de un canalla, ni por el ánimo benévolo de un honrado, los mentirosos son simple y llanamente los que mienten por costumbre, o aquellos que lo hacen para esconder pilatunas o actos delictivos. De tal modo, a los criminales confesos y condenados, pareciera muy fácil descreerles, máxime si se trata de avezados delincuentes como los reunidos para su defensa por el expresidente procesado.
Con todo, la estrategia del interrogatorio no es para creer en lo narrado por los supuestos mentirosos -las meras declaraciones no tienen valor de prueba- sino para acceder, por medio de estas, a las pruebas fehacientes; por ejemplo, cuando alguien dice que entró a un sitio, y las cámaras allí dispuestas muestran lo contrario.
La mentira, ahora que analizamos a estos testigos del expresidente Uribe, siempre o casi siempre, según grandes psicólogos, es una respuesta a un complejo de inferioridad. “Yo soy bruto”, dicen estos interrogados, “Yo no pude ir a la escuela”, “Desde niño me salí a la calle”; en fin, se creen incapaces de ser iguales a los otros en términos de conocimiento, y el complejo es tan grande que a sus ojos son gigantes los dotados de conocimiento o poder económico: “Uribe es Dios”. “Esa vez yo mentí por los nervios -dijo uno de los interrogados en favor del expresidente en el banquillo-, porque ahí había mucha gente de la clase alta, muy preparada”.
La persona realizada con su oficio, por ejemplo, el doctor o el comerciante agradecidos de la suerte de serlos, o el pintor y escritor satisfechos con sus destinos, no son dados a mentir, porque carecen de complejo y expresan sus deseos como no pueden hacerlo los mentirosos, pues estos sufren -así lo explican los psicólogos- de deseos reprimidos. Tal vez por ello los mentirosos más comunes sean los políticos -deseosos de un poder superior- que siempre envuelven ilusionando con mentiras, o haciendo promesas cuyo trasfondo es un aplazamiento de la verdad o, en el peor de los casos, una cruel estrategia para perpetuar la mentira.
Otra característica de los mentirosos, a la vista en estas audiencias, es la cobardía. Los mentirosos son cobardes y por ello, con el fin de inhibir a sus rivales -cuya valentía reside en la fuerza de la llamada “conciencia limpia”- se expresan con actitudes agresivas. Quienes hablan con la verdad no se angustian, no tiemblan de miedo, excepto si quien los interroga es un inquisidor que espera de respuesta una y solo una cosa.
Con todo, no se puede señalar de mentiroso a quien expresa su relato aparentemente desbordado de la coherencia, hasta cuando no haya una prueba material que soporte la validez del testimonio, pues este podría ser una mera imaginación infiel a la realidad o una fiel versión de ella. Son muchos los casos en el mundo, en los cuales por la aparición de una prueba se ha revelado la inocencia de alguien que ha pagado muchos años de cárcel, como ahora es claro que el expresidente Álvaro Uribe, con la complicidad de una caterva de mentirosos, deseaba hacerlo con el senador Iván Cepeda Castro.
[1] Duarte-Mote J, Sánchez-Rojas G. La mentira, una reivindicación moral. De cómo la mentira es útil en un paciente en etapa terminal. Med Int Méx. 2017 sep;33(5):668-674.
[2] Pantoja y Zuñiga, Diccionario Filosófico.