Desempleada cincuentona busca
- María del Rosario Laverde
- hace 9 horas
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Por: María del Rosario Laverde

Pasados los cincuenta el trabajo ya no es algo que le quite el sueño porque a esa edad ya se está más que acomodada en un cargo, que de seguro algún día terminará, y muy probablemente, será con su jubilación.
Usted realiza su tarea a ojo cerrado y su única preocupación es la incursión de alguna nueva tecnología que en principio parece aterradora, pero que finalmente consigue dominar.
En el país existe un fuero para los prepensionados del sector público que no pueden ser despedidos sin justa causa a tres años de obtener el derecho a pensión, no es su caso y ni siquiera es necesario pensar en eso, además, a usted le faltan como diez por el tiempo que no cotizó por dedicarse a una maternidad financiada muy apenas.
Se queja de su trabajo, pero la adrenalina que se vive allí no la cambiaría por nada. De repente, un amigo del jefe anda desocupado y le da una llamada a su viejo compadre. Ahí aparece usted en la conversación, al día siguiente inventan una crisis presupuestal que los obliga a prescindir de sus servicios. Usted lo sabe: amigo mata empleada.
Está tranquila, recibe una buena indemnización y se queda con lo bueno que le dio ese empleo, tal vez sea hora de pensar en otros espacios. Su única pariente cercana ingresa a la clínica y aunque cuenta con algunos recursos, usted gasta parte de su indemnización en ella, no hay problema, la plata circula, la vida devuelve las buenas acciones, su talento es innegable, en fin, todo va a estar bien.
Pronto le sumará un año más a sus cincuenta y tantos. Lo que sigue es repartir cvs a diestra y siniestra, de los lugares más maravillosos le contestan que conocen de su experiencia y que será un gusto considerarla para una próxima oportunidad.
Alguien le habla vagamente sobre un subsidio de desempleo en las cajas de compensación en el que hay que hacer unos cursos para convertirse en emprendedora, ¿emprendedora a esta edad? Qué pereza, estoy para mejores cosas, piensa.
Continúa su búsqueda, recibe llamadas de personas bienintencionadas que le piden mantener el teléfono libre porque un amigo de ellos al que le hablaron de usted, pronto la llamará para ofrecerle un trabajo, eso sí temporal, apenas un freelance, no sucede, no llama.
Lentamente usted comienza a hacerse invisible, las palabras de aliento no pagan servicios ni comida. Si es una persona muy de buenas, le aparecen tres o cuatro viejos conocidos que no han estado cerca de su vida en años, pero quieren ayudar: una plata, un mercado, una risa, todo sirve y devuelve el entusiasmo. Por varios días come mejor que cuando tenía trabajo.
El tiempo sigue pasando y usted va viendo cómo reducirse, quita el Netflix, vende algunos libros, empieza una dieta. Piensa en aquellos parientes que la sacaron de su vida hace años y en los que ya murieron, uno o dos la invitarían a almorzar.
El sonido de los tacones de su vecina se agudiza, se sueña gritándole por la ventana todo lo que se merece por su falta de empatía, pero usted sabe que el problema es otro: su edad.
Se pregunta a qué horas se convirtió en una adulta mayor incontratable y no puede creer que se le haya acabado la vida útil como a su lavadora, que eligió un pésimo momento para sacar la mano. Si el país fuera otro, estaría produciendo en un supermercado o en un museo, y su experiencia (edad) sería un plus, no un problema.
Con varios meses de angustia encima aparece un pequeño rayo de luz, es mínimo, se alegra de volver a pagar la eps, no conseguirá la cita con el especialista y le negarán algún medicamento, pero no importa, es una ciudadana con el derecho a la salud cubierto.
En total relax entra un rato a sus redes sociales y encuentra el pedido de auxilio de otras dos mujeres cincuentonas, conocidas suyas, que se ofrecen para trabajar en lo que sea, con tal de poder comer. Un vacío estomacal viene con algo de culpa por haberlo logrado. Toca madera y espera aguantar otro tiempo. Desea que ellas tengan su misma suerte.