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La metáfora del mercado político

Por: Germán Valencia

Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia


Desde hace siglos, las y los políticos –tanto teóricos como los prácticos– han utilizado la metáfora como un instrumento para analizar y practicar el poder. Es común escucharles hablar del Estado bajo la figura de un gran Leviatán, un monstruo de siete cabezas, capaz de proteger o destruir al ciudadano, con el cual se hace un pacto: se le entrega la libertad a cambio de protección y seguridad.

También escuchamos la forma en la que se concibe a la personalidad política como un líder carismático –parecido a un pastor de la iglesia–, capaz de utilizar su encanto físico y verbal para convencer a un pueblo de que lo siga. A partir de una idea motivadora, el personaje político ofrece un programa y hace una promesa: que será capaz de llevar a cabo lo prometido una vez llegue al poder.


El pensamiento metafórico toma conceptos abstractos como la “libertad”, el “poder” o el “bienestar” y los transforma en imágenes conocidas y comunes, acercando lo desconocido y ampliando nuestro saber. De allí que una metáfora bien construida y presentada se convierta en un instrumento potente que permite transformar una situación compleja y difícil de entender en un conocimiento simple, cercano y fácil de agarrar o digerir.


Una metáfora usa el poder de las imágenes y las palabras para comprender la realidad de otro modo. Parte de un saber previo, explora su conocimiento interno y construye un nuevo saber. Tiene el poder de dar luz y acercarnos al saber; es decir, la metáfora –además de embellecer el discurso– tiene el poder explicativo de la realidad.


Entre las metáforas más utilizadas por la política en las últimas décadas, para ver y explicar su mundo democrático, se encuentra la del mercado. La teoría económica de la democracia ha usado esta figura, proveniente de la ciencia económica, para dar la luz y evidenciar los riesgos de la democracia representativa. Concibe los procesos electorales como un asunto similar al que ocurre en el mercado.


Desde aquella otra ciencia, se ve a la sociedad económica como una especie de escenario donde confluyen oferentes y demandantes. La idea de la que se parte es de concebir este concepto abstracto –el mercado– como un lugar en el que agentes económicos –empresarios y consumidores– buscan maximizar el bienestar, y para ello eligen, entre las diversas opciones de bienes y servicios, la mejor.

El mercado económico tiene el poder de permitir que se crucen oferentes y demandantes, y de que cada agente, de manera libre y autónoma, decida utilizar los recursos que tiene a su alcance para elegir la mejor situación. En breve, desde la ciencia de la elección, se concibe a todas las personas como agentes que deben actuar buscando su bienestar.

Esta metáfora de uso económico –que ha servido como eje estructurante del sistema capitalista– ha sido incorporada por la política para entender la democracia. En este mundo, el empresario o la empresaria se convierte en el personaje político que aspira a llegar al poder, y el consumidor en un ciudadano o ciudadana votante.


En el mundo democrático, la personalidad política se comporta de forma parecida a una persona empresaria: con la esperanza de llegar al poder, ofrece programas o políticas a cambio de votos. Los políticos son profesionales en la ciencia de gobernar: buscan que se les delegue el poder a través de promesas creíbles o programas viables que se le hacen a la ciudadanía.


Y el consumidor se transforma en una persona de la ciudadanía que desea recibir un programa de gobierno o una agenda legislativa. Es un agente que utiliza su voto para pagar por una propuesta que le gustó, convirtiendo al voto en el dinero que se usa en el sistema democrático. Dinero que entrega con libertad a quien más le convenga, a quien le ofrezca el mejor programa en las elecciones.


Así, la metáfora del mercado político se ha convertido en una idea penetrante en el mundo de la política: permite acercar una idea que todos conocemos –como lo es la de ir al supermercado y comprar algo– a un mundo algo complejo o difícil de comprender, como lo es la democracia representativa. Allí el voto se comporta como el dinero en la economía.


En este escenario, se presenta un intercambio simbólico donde el político ofrece algo que nos interesa y, a cambio, le entregamos nuestro voto. En campaña y elecciones, esta persona hace un ofrecimiento y elabora un pacto de cumplimiento: dice que cuando le deleguemos nuestro poder soberano para la administración de lo público, buscará cumplir su palabra. De lo contrario, nos devolverá el dinero y dejará el poder, ya sea a través de la revocatoria del mandato o de la no reelección.


El mercado político se convierte en una metáfora viva que sirve para ilustrar lo que estamos y estaremos viviendo en Colombia, en torno a la elección del presidente de la República y Congreso, en los próximos ocho meses. Un momento en el cual múltiples candidatos y candidatas –en competencia– harán propuestas a la ciudadanía –ofrecerán programas– con el objetivo de conquistar nuestro voto –ser elegidos y elegidas–.


Las metáforas también votan, no en el sentido literal, sino para hacer entender la responsabilidad de cómo comportarse que tienen las personas oferentes. Es necesario que piensen muy bien qué va a proponer y cuál será su programa de gobierno; que conviertan propuestas y pensamientos en acciones, en programas y en políticas; que intenten vincular con sus propuestas al mayor número de personas; que con sus equipos de campaña fabriquen discursos que evidencien que se está escuchando a la ciudadanía, que está atendiendo de manera sincera las necesidades actuales.


Debemos decirle a la personalidad política aspirante a Presidencia, que se quiere convertir en piloto de la nave del Estado, que debe trabajar en adquirir las competencias para hacerlo. Que se prepare muy bien para escuchar al pasajero, aquel que durante cuatro años estará a bordo, para que su viaje sea divertido, placentero y lleno de buenas vivencias. Una experiencia donde se logre maximizar el bienestar de toda la ciudadanía. Y que sus propuestas no sean falsas promesas llenas de engaños.


Y a la ciudadanía hay que decirle que le preste atención a su papel de consumidora de programas y políticas. Que recuerden lo importante que es utilizar bien la información que tienen del mercado de propuestas que hacen las y los políticos. Que recuerden que estamos en tiempos de crisis, donde requerimos de bienes necesarios y no suntuarios –aquí, propuestas como una renta básica, con la cual conseguir lo mínimo para sobrevivir, es muy conveniente–. Que piense muy bien en su elección de hoy, pues de ella dependerá la vivencia que tengamos en el futuro.


Además, decirle –tal como lo plantea Max Weber– que debe elegir bien a su conductor o conductora. Este puede ser realmente un ángel o convertirse en todo un diablo. Recuerde que desde la ciudadanía somos quienes decidimos poner el voto en la urna y pagar para ver qué se obtiene. Somos nosotros y nosotras, finalmente, quienes viviremos las consecuencias de la presencia del mandatario o la mandataria por cuatro años. Debemos elegir con responsabilidad. El futuro se construye con las decisiones que tomemos hoy.


Finalmente, hay que reconocer que esta es una metáfora para nada inocente. Por el contrario, parte por reafirmar una realidad en la que estamos inmersas todas las personas. En la actualidad, tanto el sistema económico como el político están concebidos como mercados, construidos bajo la misma idea de actores racionales que buscan maximizar su bienestar y actúan guiados por este fin. Debemos ser conscientes de esta realidad y aprovecharla.



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