Por: Luis Eduardo Celis
El papel de los medios de comunicación está en un amplio cuestionamiento a nivel mundial, no hay sociedad en la que el tema no sea controversial. Bueno, para acotarlo de manera realista, digamos que es un tema controversial donde hay democracias con pesos y contrapesos en la dinámica de la sociedad: instituciones elegidas de manera democrática y unos medios de comunicación más o menos plurales.
Hace tiempo sabemos del poder que tiene la información, la comunicación y el periodismo en la dinámica de las sociedades. Un poder que se complejiza ahora con la revolución tecnológica, que coloca a cada ciudadano y ciudadana como un reportero in situ, con todo lo bueno y lo complejo que ello significa para poder entender, comprender y relacionarnos con un mundo de información que nos puede abrumar y saturar, y las múltiples dinámicas de tergiversación, manipulación y atropello diario ante la mentira descarada o sutil.
Aterrizando en Colombia, tenemos un panorama de grandes medios de comunicación ligados a poderes económicos que van más allá de la comunicación, con muy pocas excepciones. Eso ya es un problema delicado, lo cual está diagnosticado hace décadas y frente a lo cual nada se ha hecho. Los medios de comunicación no se pueden declarar como imparciales, sus dueños tienen múltiples intereses en la economía y han construido lazos de acción con la política y los gobiernos a todos los niveles, es un tema en el cual hay que insistir en el debate público y en una agenda de transformaciones, partiendo de que hay mucho por transformar en la información y la comunicación pública.
No es un tema fácil, como ninguno que toque intereses y se meta con grandes poderes. De hecho, hay valoraciones en el sentido de que los medios de comunicación son campo inexpugnable y cualquier alusión a su mal funcionamiento despierta a tirios y troyanos, y entramos en el difícil campo de los señalamientos de autoritarismos, censuras y propósitos autoritarios.
Hay que colocar en la agenda pública el tema de los medios de comunicación y su desempeño, y trabajar en cambios que son pertinentes, por ejemplo la separación de los medios periodísticos del poder económico y político. Un segundo punto sería el tema de su financiación, para que puedan ser independientes del poder, de cualquier poder y realmente ser unos implacables y escrutadores del poder, de todos los poderes. Eso suena como utópico e inviable, pero si ese es el mundo ideal, unos medios plenamente autónomos e independientes de los poderes que debe fiscalizar desde su acción periodística. Hay que apuntarle a ese máximo objetivo, por irrealizable que hoy se vea.
En las últimas semanas nos enteramos de que el trabajo periodístico de Laura Ardila para mostrar el poder de la familia Char en Barranquilla ha recibido una abierta censura de la editorial Planeta. Una muestra más del poder controlando al periodismo, mala cosa, igualmente hemos sabido del acto digno y solidario de Juan David Correa de renunciar a su puesto, al sentir que su trabajo ya no tenía ninguna viabilidad en esta empresa, acto que lo enaltece como ciudadano y como intelectual, ninguna censura y atropello nos debe ser indiferente.
Hay que persistir en que los medios de comunicación igualmente están infectados por el poder de manera nociva y perniciosa, y que eso debe ser transformado. Sin prensa libre no hay democracia de calidad.
Postdata: esta es mi última columna, por ahora, asumo mi participación en el equipo del Alto Comisionado de Paz, con un rol distinto. Cierro por ahora mi participación en el debate público y asumo mi participación en la promoción de la política de Paz Total.
Gratitud con la Fundación Paz & Reconciliación (Pares) por esta posibilidad de ser parte de un equipo tan vital y comprometido con una Colombia en paz y con una democracia de calidad.
*Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad de la persona que ha sido autora y no necesariamente representan la posición de la Fundación Paz & Reconciliación al respecto.
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