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El lío que se le armó a Gabo para invitar a sus amigos a recibir el Premio Nobel

Por: Iván Gallo - Editor de Contenidos



Hace 42 años el país estaba de fiesta. Por primera vez uno de sus autores recibía el Premio Nobel de Literatura. Gabriel García Márquez no necesitaba de distinción alguna para ser un autor inmortal. Desde el lanzamiento en 1967 de Cien años de soledad la inmortalidad le dio un abrazo y no lo soltó. Así Gabo lo haya negado toda la vida él estaba ansioso por ganr el Nobel. Y 1982 parecía ser año. El 20 de octubre  de ese año Mercedes y él iban a almorzar cuando un amigo los llamó de Estocolmo, alguien cercano a la Academia Sueca: el premio estaba asegurado. Cuando colgaron, cuenta su biógrafo Gerald Martin, Mercedes lo miró a los ojos y exclamó: “Dios mío, el lío que se nos viene encima”. Ese día no hicieron siesta. Corrieron hasta la casa de Alvaro Mutis en donde estuvieron hasta la una de la madrugada. Sin dormir miraban anhelantes el teléfono. Necesitaban la confirmación. Esta llegó sólo a las 5:59 de la mañana. A esa hora sonó el aparato. Detrás de él estaba el viceministro de asuntos exteriores sueco. La noticia estaba confirmada.

 

Entonces sus amigos empezaron a llamarlo. El primero fue el presidente de la República, Belisario Betancur, después llegaron mensajes de Francois Miterrand, entonces mandatario de Francia, un héroe de la resistencia contra los nazis que se había convertido en un íntimo amigo, luego llamó Cortázar, el gigante que nunca envejeció, Borges, quien no era conocido por su amabilidad y camaraderia con sus colegas, decidió felicitarlo a través del teléfono. Lo mismo hizo su traductor al inglés Gregory Rabassa y Juan Carlos Onetti. Fue un día de júbilo y para Colombia, el país de donde había huído porque lo iban a matar.

 

La fecha en la que debería salir a Estocolmo para que le dieran el premio estaba pactada para el 6 de diciembre. Lo que viene me lo contó mi gran amigo Guillermo Angulo, quien a sus 95 años goza de buena salud en una finca en Choachí que él ha convertido en un jardín con orquideas y nenúfares. Anguleto vive en una casa que fue alguna vez de Miguel Abadía Méndez en donde Gabo odiaba quedarse porque está atestada de fantasmas. Juro que jamás he visto uno solo.

 

A Angulo le tocó la ingrata tarea de pulir la lista de invitados que lo acompañarían a Estocolmo. Nadie quería perderse esa invitación y Gabo, cuidadoso con los hermanos que le había dado la vida, decidió no ensuciarse las manos. El “sicario” sería Angulo. Fueron 12 sus amigos. Doce que lo acompañarían en un viaje que duró veintidos horas. Además de ellos los acompañaron 70 músicos que se pusieron de ruana y calentaron los -22 grados que hacía en la capital sueca en esa época del año. Pleno invierno. Alli llegaron otros amigos desde Europa, su consentidora editora, Carmen Barcells, Tachia Quintanar, su gran amor parisino que se llevaba a las mil maravillas con Mercedes, regis Debray y el propio presidente francés, Francois Miterrand.

 

Bueno, lo que vino después pertenece a una de las historias más gloriosas de la cultura colombiana. La elección de este contestatario de ponerse un liquiliqui y no un frac fue toda una declaración de principios. La ceremonia y no es porque Gabo sea colombiano, fue de las más recordados de todos los tiempos. Ahí está en Youtube, para todo aquel que la quiera recordar. Gabo le tenía miedo al Nobel porque en el momento de recibirlo era un muchacho de 56 años y la mayoría de escritores al recibir el galardón eran más pasado que presente. Pero, con la publicación de El amor en los tiempos del cólera demostró que su talento no se doblegaba a maldiciones. El era más fuerte que la mala suerte.

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