Foto: www.canalcapital.gov.co
No quería escribir esta columna. Tenía una gran esperanza en los resultados de la Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas designada por el gobierno nacional y las FARC. Tengo un gran respeto por los 14 intelectuales que conformaron esta comisión y parte de ellos son amigos míos. Por eso leí y releí las páginas del informe publicado, indagando si habían cumplido el encargo que les hicieron. No lo cumplieron y sufrí una gran decepción. Esperé a que el gobierno y las FARC hicieran una valoración seria del trabajo. Nada dijeron. Esperé a que alguno de los comisionados le contará al país las razones de tan estruendoso fracaso y ninguno ha sido capaz de hablar. Esperé a que los contradictores del proceso de paz hicieran la tarea y nadie se refirió al tema.
Ahora se habla en La Habana de la conformación de la Comisión de la Verdad y veo venir el mismo error. Por eso me siento obligado a decir lo que pienso. Sé que el gobierno y las FARC se empeñarán en ocultar su desengaño. Sé que es muy difícil enganchar a los lectores con un tema de esta naturaleza. Sé también que referirse a un documento de 800 páginas en la extensión de una columna es, si se quiere, temerario. Pero mi conciencia no me permite callar en algo que creo es de vital importancia para la reconciliación del país.
Para empezar quisiera recordarles a los 14 intelectuales el significado de la palabra comisión: grupo de personas encargadas de resolver un asunto. No se trataba de que cada uno resumiera en 50 páginas lo que siempre había dicho sobre el conflicto colombiano. Esa no era la tarea. Si esa hubiera sido la tarea tendría que decir que la mayoría de los ensayos son buenos, algunos regulares y dos muy malos.
La comisión hubiera hecho un gran trabajo con solo prestar un mínimo de atención al comunicado de La Habana del 5 de agosto de 2014 donde le conferían mandato y a los acuerdos que habían logrado el gobierno y las FARC hasta ese momento. Decía el comunicado en uno de sus apartes: “El informe de la comisión deberá ser el insumo fundamental para la comprensión de las complejidades del conflicto y las responsabilidades de quienes hayan participado o tenido incidencia en el mismo y para el esclarecimiento de la verdad”.
El gobierno y las FARC ya habían resuelto en la Mesa, de manera categórica, las discusiones interminables del país en los últimos diez años. La naturaleza política de las guerrillas, la centralidad del tema agrario en el conflicto armado, el carácter limitado y excluyente de la democracia colombiana, la incidencia insoslayable del narcotráfico en la guerra, la trascendencia de las víctimas en un acuerdo de paz estable y duradero. Todo eso ya estaba en la agenda y en los tres puntos acordados con una contundencia difícil de ignorar.
Pero todos los comisionados se dedicaron a discurrir sobre estos temas, a fijar cada uno su punto de vista, a darle su matiz, en vez de concentrarse en esclarecer de manera colectiva el gran tema de diferencia en la Mesa, el de las responsabilidades. Ese era el asunto a resolver. Ese era el asunto clave sobre el cual la comisión estaba obligada a establecer un consenso mínimo que le sirviera a la Mesa de La Habana y al país para avanzar en la reconciliación.
No se han preguntado los comisionados ¿por qué su informe no ha levantado ninguna polvareda en el país y en el exterior? Porque es un informe inane. Porque no toca a nadie, porque nadie se siente aludido. No se sienten aludidas las guerrillas, ni las elites políticas con sus aliados paramilitares, ni los militares, ni los empresarios, nadie. Porque la fuerza de un informe de esta naturaleza reside en los acuerdos establecidos, en las definiciones colectivas. En cambio los 14 ensayos dan para todo y para todos. En unos las elites políticas salvan sus responsabilidades, en otros las guerrillas, en otros los militares, en otros los empresarios. Cada quien puede escoger el que más le convenga.
Y déjenme decir una cosa drástica. En el esclarecimiento de las responsabilidades y en la aceptación de ellas por parte de los implicados reside el futuro de la paz y la reconciliación. Ahora se discute sobre cárcel o no cárcel para las FARC. Pues bien, los militares, los políticos, los empresarios, todos a una, piden cárcel. Otra cosa dirían si también estuviesen en el banquillo de los acusados. Pongamos el caso más notorio. El de Álvaro Uribe Vélez. Solo cuando reconozca su responsabilidad en este conflicto será más magnánimo con sus enemigos y aceptará por fin un camino hacia la reconciliación.
Columna de Opinión Publicada en Revista Semana
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