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Doce cuentos peregrinos, la última hazaña literaria de Gabo

Por: Redacción Pares



¿En qué se parecen los Nobel y los papas? En que ambos deben tener más de setenta años para ser elegidos. Al menos ha sido la mayoría de veces en la historia. Karol Woytila fue un caso inusual en el Vaticano. Al ex actor de cine polaco lo eligieron como papa cuando tenía 58 años. Lo mismo pasó con Gabo en el mundo de las letras. Le dieron el Nobel a los 55 años. Después del Nobel publicó tres libros notables, una, cuya fama fue tan grande como la de Cien años de soledad, El amor en los tiempos del cólera, que cuarenta años después de su publicación sigue teniendo una vigencia pasmosa -fue uno de los libros más vendidos en el mundo durante la pandemia- El general en su laberinto, una de las obras más infravaloradas del cataquero, el relato más descarnado y vívido sobre el último viaje de Simón Bolívar y Doce cuentos peregrinos.

 

1992 fue un año muy importante para América. Se cumplían 500 años del descubrimiento. En un intento por resarcirse de la masacre cultural que nos representó la llegada de los españoles, figuras como Gabo fueron redescubiertas en España. Ese año, justamente, se publicaron Los doce cuentos peregrinos. El lanzamiento fue durante la exposición universal que ese año se realizó en Sevilla. Fue un suceso editorial sólo comparable con novelas suyas como Crónica de una muerte anunciada. Los peregrinos fueron los cuentos con los que muchos jóvenes nos iniciamos en la literatura. Se vendían como churros. En esos años había una versión con la portada de las doce rosas rojas en cada kiosco, en las tiendas de barrio. Es difícil que ahora, después del apocalipsis, podamos entender que un libro se vendiera como la Coca-Cola.

 

Hace unos días volví a leerlo. No lo hacía desde que tenía 14 años. Sigue siendo alucinante. Estos relatos son peregrinos porque Gabo los fue llevando consigo a cada trasteo, en cada cambio de ciudad. Al principio eran notas periodísticas y muy personales. Por eso hay cuentos que relata desde su propia experiencia. Hay uno que se llama Fantasmas de agosto, Gabo, Mercedes y sus dos hijos deciden pasar una noche en el castillo que acababa de comprar el escritor venezolano Miguel Otero Silva. Ese castillo en Italia estaba embrujado. Allí uno de sus primeros dueños, un condotierri llamado Ludovico, asesinó en los años del Renacimiento, a su amada. En uno de los cuartos del castillo estaba aún la sangre manchando la sábana como si el crimen hubiera acabado de pasar. Ese cuarto estaba completamente clausurado. Desde entonces su fantasma atormenta cada rincón del lugar. Los hijos de Gabo insistieron con pasar la noche en el castillo. Querían conocer un fantasma de verdad. El escritor y su esposa se resignaron. Durmieron plácidamente en su cuarto, cuando se despertaron se encontraron con la terrorífica sorpresa: estaban en el cuarto de Ludovico.

 

Barcelona, Roma, Cartagena, Viena, los lugares donde fue feliz Gabo están en los cuentos peregrinos. Por eso es una suerte de autobiografía, de ajuste de cuentas con su pasado. Estos relatos iban a ser publicado en 1980, poco antes de Crónica de una muerte anunciada, pero los papeles se perdieron. En un intento por recuperarlos Gabo los volvió a hacer desde donde mejor los recordaba: la imaginación. Aunque los cuentos arrancan con la historia de un presidente exiliado en Ginebra, Gabo es absolutamente autorreferencial. En la Santa él vuelve a ser un estudiante de cinematografía en Roma, fiel discípulo de Cesare Zavattini, el guionista padre del neorrealismo, en el Verano feliz de la señora Forbes son sus hijos los protagonistas de la historia y él se reconoce como un escritor latinoamericano lo suficientemente snobista como para poner a una niñera alemana como tutora de sus hijos. Obviamente hay historias que no tienen nada que ver con él como son las inolvidables Sólo vine hablar por teléfono y Tu rastro de la sangre en la nieve.

 

Si ustedes buscan conocer a Gabo de una manera fácil, directa, Doce cuentos peregrinos es la puerta de acceso. A Gabo hay que tenerlo siempre ahí, en la mesa de noche, al alcance de la mano.

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