Ha empezado a correr la idea de postular a Uribe a la Vicepresidencia haciendo fórmula con uno de los tres precandidatos del Centro Democrático a la Presidencia.
Esta propuesta, de concretarse, desatará una gran controversia jurídica porque la función esencial del vicepresidente es reemplazar al presidente en caso de ausencia definitiva y para eso está impedido Álvaro Uribe Vélez. Pero ya el uribismo ha sorprendido al país con mayores audacias, de manera que esta iniciativa no se puede subestimar.
No sé qué tanto se ha agitado este propósito en el interior del uribismo. Se lo oí a un grupo de personas que no tiene una gran influencia en esa agrupación política, pero me pareció una jugada tan astuta como difícil de llevar a la práctica.
Los resultados del plebiscito le han dado alas enormes al uribismo y han estimulado este tipo de propuestas. No es para menos. El triunfo del No se convirtió en el primer pulso electoral de las elecciones presidenciales, dio un resultado que nadie esperaba y le pegó una patada al tablero político.
Los precandidatos del uribismo hasta ahora no pintan mucho en las encuestas de favorabilidad, y el Centro Democrático solo tiene el 20 por ciento del Congreso, 56 de 1.121 alcaldías y un gobernador de 32. Su condición decididamente minoritaria en las instituciones y su aislamiento internacional llevaron a pensar que no tendrían mucho chance de convocar al No y ganar el plebiscito. Se decía, incluso, en algunos círculos políticos, que sería la puntillada final a esta corriente y por eso la victoria del Sí tendría que ser apabullante.
Grave equivocación. Uribe y los del No lograron capitalizar la bronca a las Farc, la resistencia al cambio, las visiones tradicionales de la familia, los graves prejuicios frente a las minorías sexuales, étnicas y raciales, las inocultables críticas a Santos. Ganaron por un estrecho margen de votos, pero ganaron y le cambiaron el color a la coyuntura. Ocurrió otra cosa en el mapa municipal. El Sí aventajó por poco al No en el número de municipios: 563 por el Sí, 558 por el No.
El contraste con la segunda vuelta presidencial de 2014 es importante. Esa vez le ganó Santos a Zuluaga por cerca de 1 millón de votos, pero en el número de municipios fue distinto: Zuluaga ganó en 613 y Santos solo en 508.
Pero lo que debemos resaltar es que cuando está en juego el tema de la paz y las reformas para el país y cuando se pone a votación el liderazgo nacional, la competencia es muy reñida entre el uribismo y el resto de las fuerzas. Hay una correlación clara entre votación por el uribismo en presidenciales y votación por el No en el plebiscito. (Ver mapa ganador por municipio segunda vuelta presidencial) (Ver mapa ganador por municipio en el plebiscito).
Se ha discutido mucho en este mes sobre las causas de la extraña derrota del Sí. Se le atribuye a los errores en la campaña del gobierno y de todos los actores políticos afines a la paz, y también, claro está, a las habilidades y trampas manifiestas de Uribe y los impulsores del No. De todo eso hay.
Pero ahí no está la razón principal. Tenemos que aceptar que los líderes políticos más que convencer interpretan a un pueblo. Uribe recoge esos sentimientos y esas ideas tradicionales, conservadoras, intolerantes y refractarias a la solución pacífica de los conflictos. Eso tiene un gran arraigo en la Colombia profunda. Uribe como Donald Trump, como Silvio Berlusconi en su momento, dicen lo que mucha gente quiere oír.
Hasta el día del plebiscito, Germán Vargas Lleras era el más opcionado para estar en la segunda vuelta presidencial. Ahora se sabe que el candidato que defina el uribismo es el que tendría mayor probabilidad de llegar a esa instancia. Los demás se disputarán esa posibilidad. Con mayor razón si el Consejo Electoral se atreve a validar que Uribe esté como candidato a la Vicepresidencia en el tarjetón. Se le daría así el visto bueno a la pretensión de conformar un binomio como el de Vladimir Putin y Dimitri Medvédev hace algunos años en Rusia: Uribe gobernando en la realidad y quizás Iván Duque ostentado el título formal de presidente.
Para que esto ocurra es obligatorio que los temas de la paz y el posconflicto sigan en el primer lugar de la controversia pública. De ahí que no exista la menor posibilidad de que el uribismo se comprometa en serio con fórmulas que faciliten la firma conjunta del acuerdo de paz con las Farc y la culminación rápida de las negociaciones con el ELN, un consenso de país. El uribismo está interesado –y quizás obligado– a mantener sus diferencias en este terreno. Es eso lo más taquillero para ganar la batalla presidencial. Muy pronto tendremos que olvidarnos del gran acuerdo nacional en torno a la paz.
Ahora bien, puede ocurrir en esta ocasión lo que pasó en el año 2014. Un factor fundamental para que Óscar Iván Zuluaga perdiera en segunda vuelta fue el haber ganado en la primera generando verdadero pánico en todos los partidarios de la paz negociada. El triunfo del No en el plebiscito puede servir de acicate para que desde la primera vuelta presidencial de 2018 se arme una gran coalición de quienes respaldaron el Sí –desde la centroderecha hasta la pura izquierda–, para garantizar hacia adelante el cumplimiento de los acuerdos de paz y el desarrollo exitoso del posconflicto. Podría escoger como candidato a quien esté marcando mejor en las encuestas en el momento decisivo de la campaña.
Columna de opinión públicada en Revista Semana
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