Por: Miguel Ángel Rubio, Coordinador Escuelas de Liderazgo Juvenil
Línea Jóvenes en Riesgo y Participación Juvenil
Se definió el ministro de educación del gobierno entrante del presidente Gustavo Petro, el economista e ingeniero civil Alejandro Gaviria, también excandidato a la presidencia por la Coalición Centro Esperanza, exministro de salud, ex subdirector de Planeación Nacional, exrector de la Universidad de los Andes y lector de Borges.
Las reacciones del sector petrista en redes sociales no se hicieron esperar. Algunos a favor, otros en contra y otro tanto con una postura de cautela ante el sorpresivo nombramiento de una figura que no pertenece a la izquierda y que viene, más bien, de las entrañas del neoliberalismo puro y duro.
Sin duda alguna la apuesta por la cartera de educación es una decisión política, no sectorial, es decir, Petro prefirió un tecnócrata del gusto del establecimiento, que una persona del sector educativo. Algunos miembros del Pacto Histórico esperaban a alguien como Julián de Zubiría, pero en la baraja no sonó un solo momento. Esta elección busca encontrar un punto medio entre las élites a las que Gaviria representa muy bien dados sus orígenes políticos, económicos y familiares, y la academia universitaria por la que ha trasegado en los últimos años, hasta ser rector de la Universidad de los Andes.
Sin embargo, Gaviria tiene por delante fuertes retos que debe asumir. En mi opinión, y desde mi experiencia como educador, son los siguientes:
Tendrá que interlocutar de manera abierta y franca con Fecode, que mancillado en su orgullo por quedar fuera del empalme en este ministerio, y al saber del nombramiento de un ministro que consideran neoliberal, seguramente construirá una resistencia fuerte en torno a su nombre. Con Fecode se le vienen a Gaviria peleas como el estatuto único de contratación docente, la salud del profesorado, la nivelación salarial justa, el reconocimiento económico de las maestrías y especializaciones, y la formación y cualificación del sector docente. Además de la vigilancia de este fuerte sindicato sobre sus logros y privilegios salariales obtenidos en años de paros, marchas y negociaciones. Deberá demostrar que su paso por las aulas le permite empatía y posturas centradas frente a este sector.
Su paso por universidades privadas como los Andes quizá no le permita ver las difíciles condiciones de las universidades públicas, la desfinanciación constante, la necesidad del aumento de cobertura, la falta de inversión en investigación, la necesaria apertura de concursos para nombramientos docentes en propiedad —caso de la Universidad Tecnológica de Pereira, que en más de 15 años no aumenta su profesorado de planta, pero cada año recibe más estudiantes—, el tema de la matricula gratuita (promesa de Petro), la necesidad de construcción de universidades nuevas, la dificultad de la educación en la virtualidad y la deuda que dejan años de abandono estatal, sumada al duro golpe de la pandemia. En educación superior le corresponderá discutir con el movimiento estudiantil las reformas a la ley 30, la autonomía universitaria y la elección de delegados del gobierno en los consejos directivos. Además, el bienestar estudiantil buscando bajar la deserción sin que vaya en desmedro de la calidad y la pertinencia, y la garantía de que áreas como las humanidades y las artes tengan sostenibilidad presupuestaria, pues para nadie es un secreto que este tipo de carreras son las primeras sacrificadas cuando las universidades tienen crisis financieras.
La reforma del currículo, discusión a la que todos los sectores le temen. Si se busca una sociedad del conocimiento se deben aumentar las horas lectivas de materias como ciencias, química, física, matemáticas, español e idiomas, filosofía y artes. Con estas cinco áreas fundamentales, elevando su tiempo de estudio, con buenos laboratorios, bibliotecas, bases de datos y alta formación del profesorado, Colombia empezaría el camino hacia una sociedad del conocimiento. Esto debe ir acompañado de una política que el Ministerio de Educación puede abanderar: la conectividad de internet como servicio público esencial sobre el que se debe lograr el 100% de conectividad de alta capacidad en el territorio nacional, para que la educación virtual sea una realidad. Democratización de la información.
El laicismo pleno en la educación pública. Gaviria ha sido reconocido como ateo. Esto le ha costado, por supuesto, críticas adversas y favorables, sin embargo, ha mostrado siempre en algunas charlas y entrevistas una postura ecuánime frente a las libertades religiosas en Colombia. Quizá su postura atea y democrática pueda ayudarle a abrir camino a una reforma de la asignatura de religión en las escuelas públicas del país, cuya apuesta debería ser que en su currículo se considere estudiar todas las religiones existentes en el mundo, sin preferencia por alguna en especial como lo es actualmente, cuyo enfoque solo es católico y poco o nada se habla de confesiones distintas, y de ateísmo menos. Necesaria esta reforma en esta asignatura en un mundo que aún hoy emprende guerras por diferencias religiosas entre naciones, viola derechos fundamentales abrogados en argumentos religiosos y fragmenta sociedades entre distintos miembros de diversas comunidades religiosas.
Como lector de Borges y ensayista literario, Gaviria deberá aumentar la lecturabilidad en las aulas, construyendo novedosos planes de lectura, renovando autores y géneros, pero ligando la organización de festivales de literatura, ferias del libro y demás eventos literarios del país a la cotidianidad de los colegios y escuelas. Aumentar la dotación de bibliotecas y pelearse un subsidio para el acceso al libro en Colombia de las clases más bajas.
El lunar más difícil de cauterizar serán los programas de alimentación escolar, sobre los que todos los días se suscitan nuevos escándalos en todo el país. Para esto, la apuesta es que el monopolio de la alimentación en las escuelas vuelva a ser del Estado, es decir, eliminar la tercerización y acompañar el complemento alimenticio con planes de nutrición acompañados por el Ministerio de Salud.
Gaviria es un académico serio, se muestra equilibrado en sus posturas y mesurado hasta en su tono de voz, sin embargo tiene fuertes cuestionamientos en su paso por la cartera de salud de Santos. Uno de los más polémicos es el caso de Camila Abuabara, a quien se le negó la financiación por parte del Estado colombiano de un tratamiento en los Estados Unidos para salvar su vida de una leucemia, teniendo que hacerse tratar en Colombia, decisión que le costó la vida y de la que culpan a Gaviria por omisión y por dar prelación a los recursos de la salud sobre la vida de una paciente que tenía derecho a un servicio que garantizara su vida.
Queda abierto el debate. El petrismo descontento seguramente pondrá la lupa sobre cada paso de la gestión de Gaviria y no le perdonarán si no responde a lo prometido por Gustavo Petro para los jóvenes. Estos deberán volverse los más críticos y estudiosos de esta etapa del Ministerio de Educación, desde las veedurías ciudadanas, movimientos estudiantiles universitarios y demás formas de organización existentes, pues los jóvenes son los principales demandantes de garantías para educación, y fue esta la principal bandera del estallido social del año pasado.
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