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Foto del escritorLeón Valencia

Tantos obstáculos y miedos para un cese al fuego



La situación es así: desde que se iniciaron las conversaciones, hace más de tres años, el ELN ha insistido en acordar un cese bilateral al fuego y hace poco el presidente Santos dijo que estaba dispuesto al acuerdo. La visita del papa Francisco le ha metido una enorme presión al asunto. También las elecciones que se avecinan y la tranquilidad que traería el silencio de los fusiles en una contienda electoral que se anuncia incierta y reñida como ninguna. Es algo que parece tan sensato, tan pleno de beneficios, que llama a que de inmediato se instale en Quito una mesa técnica que dé luz a los compromisos y obligaciones de las partes y que establezca los protocolos que regirán el pacto. Pero cuando se empieza a hablar en público o en privado de los detalles, comienzan a saltar los miedos y los obstáculos y la cosa se enreda tanto que el tema empieza a perder fuerza de inmediato. El escepticismo es enorme. Ni los medios de comunicación ni la opinión pública le paran mayores bolas al debate.

La primera discusión que aparece es el tipo de cese al fuego. Para el ELN lo mejor sería la suspensión temporal de los ataques entre los contendientes y unos arreglos humanitarios específicos. Para el gobierno, en cambio, adquiere sentido un cese al fuego si tiene vocación duradera y si está acompañado del abandono del secuestro, la extorsión y la voladura de los oleoductos.

Recientemente, el ELN ha abierto un poquito las puertas estableciendo una lista de lo que ellos consideran hostilidades que el gobierno debería suspender o acabar para, ahí sí, ampliar sus propias obligaciones. Exigen –en su lenguaje– el cese a la agresión contra el movimiento popular y tomar medidas concretas contra los miembros de la fuerza pública aliados del paramilitarismo; el incumplimiento a las garantías de derechos humanos acordadas con el movimiento social; las acciones que provocan el confinamiento de las comunidades; la judicialización de los líderes y la protesta social; y el hacinamiento infrahumano de la población carcelaria.

La segunda discusión, no menos difícil, es sobre la verificación. El gobierno ha manifestado en diversas oportunidades que le resulta muy complicado firmar, con letras grandes, un cese bilateral al fuego y a las hostilidades si no hay una concentración de las guerrillas y una verificación plena del pacto. Prefiere, de darse, lo que hizo al principio con las Farc: desescalar la confrontación, es decir, que cada una de las partes anuncie unilateralmente el cese de actividades y la opinión pública se convierta en juez del cumplimiento. En cambio, para el ELN es posible formalizar una delimitación de los territorios donde tienen presencia y suspender allí mutuamente las operaciones.

¿Será posible saltar por encima de los miedos y los obstáculos? ¿Será posible, en un mes que falta para la llegada del papa, concretar el acuerdo? Se necesitaría una inusual flexibilidad entre los negociadores de ambos lados en Quito. Sería obligatorio trabajar a marchas forzadas y darle un gran margen de maniobra a una comisión técnica compuesta por militares y mandos del ELN. Se requeriría una intervención directa de Santos y de Nicolás Rodríguez Bautista, jefe del ELN, para superar algún impase que se presente tal como lo hicieron, en momentos cruciales en La Habana, el presidente y Timochenko. Pero la ocasión lo amerita. Pongo un ejemplo concreto. Un apoyo explícito de Francisco a la paz con las Farc y al cese del fuego con el ELN en la congregación de más de un millón de personas que seguramente acudirán al acto en Medellín se convertirá en una bendición inapelable para el catolicismo de un departamento que en su mayoría se ha opuesto a los acuerdos de paz. La mesa de Quito tiene en sus manos la llave para ampliar significativamente el apoyo popular a la terminación definitiva de esta larga guerra. Sería un error imperdonable que desperdiciaran esta oportunidad.

Así mismo, el impacto de un acuerdo de cese bilateral al fuego y a las hostilidades en las elecciones del año próximo será quizás decisivo. A la oposición de derechas encabezada por el expresidente Uribe se le hace agua la boca esperando eventos de violencia en medio de la contienda electoral. Cada acción armada potencia el discurso de este sector político y le da valiosos puntos en las encuestas. Un ambiente pacífico y tranquilo es letal para las aspiraciones del uribismo y beneficia a las fuerzas del centro del espectro político y de la izquierda.

Ahora bien, algo debe estar cambiando en el ELN porque las cinco condiciones que publicaron al final del anterior ciclo de los diálogos no tienen este tinte maximalista y ese tono de exigencia inmodificable que han tenido sus pronunciamientos a lo largo de estas conversaciones. También se nota que la delegación del gobierno está comprendiendo que esta negociación es muy distinta a la de La Habana, que el ELN es de verdad muy diferente a las Farc y los tiempos son otros.

Estas dos realidades pueden llevar a que las partes modifiquen sus expectativas y se transen por un cese al fuego y a las hostilidades hasta más allá de las elecciones, y con un discreto monitoreo internacional que simplemente le dé un salto a las negociaciones y mantenga la esperanza de un acuerdo de paz definitivo con el nuevo gobierno.

Columna de opinión publicada en Revista Semana


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