Foto de La Silla Vacia
Hay unos resultados absolutamente claros, absolutamente precisos. Ganó Santos con la ayuda decisiva de la izquierda. Perdieron Vélez y Marta Lucía Ramírez con una alta votación. El voto en blanco, cuyo principal promotor fue el senador Jorge Enrique Robledo, registró menos del 4 por ciento de la votación. Si la política fuera seria no habría ninguna duda sobre el papel que le corresponde a cada quien en los próximos cuatro años.
Santos tendría que conformar una nueva coalición política y un gabinete ministerial para la paz y las grandes reformas donde la izquierda tuviera un lugar privilegiado. El Centro Democrático, en cabeza del senador Álvaro Uribe y el sector del Partido Conservador que acompañó a Marta Lucía Ramírez, tendrían que consolidar una oposición de derechas pura y dura. Y los sectores del Polo Democrático y de la Alianza Verde que llamaron a votar en blanco tendrían que agruparse y perfilar una oposición de izquierda radical. Ese es el nuevo mapa político del país. Las elecciones del 15 de junio lo revolcaron todo, lo rompieron todo.
Pero ahora resulta que los líderes de izquierda que se la jugaron para que ganara Santos y su proyecto de paz, que tuvieron esa audacia impensable, ese arrojo extraño, para una corriente política siempre rígida, siempre marginal, no se atreven a exigir una participación decisiva en el gobierno que arranca el próximo 7 de agosto. No se atreven a pedir un papel protagónico en la conducción del Congreso. Mataron el tigre y se asustaron con el cuero. Me cuesta creer esto.
El domingo 15 en la noche cuando veía el alborozo de todos mis amigos de la izquierda con la victoria pensaba que el mismo lunes ya tendrían un plan de grandes reformas sociales y políticas para proponerle al nuevo gobierno y unos nombres para el nuevo gabinete. No ha ocurrido así. Volvieron las dudas. Volvió la incertidumbre. Los del voto en blanco se van a salir con la suya, van a arrastrar otra vez a la oposición a toda la izquierda. Como van las cosas Robledo va a imponer de nuevo su voluntad en el Polo y el espíritu de Peñalosa ambiguo y difuso se va a imponer en los verdes.
Y Santos tampoco le ha hecho honor, en estos días, a la nueva realidad política. El mandato del 15 de junio es la paz y las reformas y la conducción del Congreso debía estar en una persona a la altura de este reto, una persona con peso histórico, una persona que surja del consenso entre todas las fuerzas que apoyaron a Santos en la segunda vuelta. Sé quién debería ser, más no lo digo. Pero se están haciendo los arreglos de siempre. La presidencia del Senado y las mesas directivas se están repartiendo entre parcelas políticas de acuerdo a los resultados clientelistas de marzo.
Y si nos atenemos a lo que sale en los medios de comunicación sobre el gabinete ministerial todo va a quedar igual. Se va a reeditar el gobierno de Unidad Nacional. La U, los liberales, los conservadores y Cambio Radical, con pequeñas variaciones, van a tener las mismas carteras. Solo habrá cambio de algunos nombres. Y cuando se habla de las reformas a la educación, a la salud, al campo, a la política, a la Justicia, se alude a proyectos que se intentaron en el Congreso pasado, que están en las gavetas del gobierno. No se habla de un nuevo espíritu para estas leyes, no se habla, por ejemplo, de conformar mesas de trabajo con nuevos protagonistas de la izquierda y de las fuerzas sociales que le darían una visión muy distinta a los cambios que requiere el país. Esto no es serio. No corresponde al discurso de la victoria donde Santos dice que rectificará lo que haya que rectificar y que reformará lo que haya que reformar.
Para que las cosas sean aún menos serias solo falta que Marta Lucía Ramírez y las personas que la acompañaron acepten la reconstrucción de la unidad del Partido Conservador y su ingreso pleno al gobierno. Así se desmembraría también la oposición de derechas que se configuró en la segunda vuelta presidencial.
Digo esto a 20 días de la instalación del Congreso y a un mes largo de la proclamación del nuevo gobierno y quisiera equivocarme con los rumbos de la izquierda y con las decisiones de Santos; porque el momento es excepcional para intentar una paz con reformas profundas y para configurar un sistema político serio donde los que ganan gobiernan y los que pierden hacen oposición responsable pero recia.
Columna de opinión publicada en Semana.com
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