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Rodolfo Hernández y Sergio Fajardo

Por: León Valencia, para @infobae


A última hora se supo que no hubo acuerdo entre Rodolfo Hernández y Sergio Fajardo. Debo decir que me hubiera dolido mucho la llegada de Fajardo a las filas de Hernández en esta crucial disputa presidencial.

Con Fajardo he conversado muchas veces de la necesidad de fortalecer la democracia colombiana asediada por la violencia y la corrupción, vapuleada por los clanes políticos y sus alianzas con las mafias, aferrada a la exclusión de las izquierdas y de las fuerzas sociales inconformes. Pues bien, Rodolfo Hernández dañará aún más esta precaria democracia.

La historia de Hernández está atada a la combinación indebida de negocios y política. Se inició como empresario de la construcción en los años setenta y mientras ascendía en los negocios fue concejal dos veces de su natal Piedecuesta. En el segundo periodo, en 1995, fue sancionado por la procuraduría provincial por la firma de un contrato entre su empresa constructora y el municipio. Luego declinó por largo tiempo su participación directa en la política, pero se hizo célebre por la eficacia con la que tramitaba con los políticos y funcionarios sus contratos. Volvió a la política directa y ganó la alcaldía de Bucaramanga en 2015 y allí, otra vez, fue vinculado a un escándalo y a un proceso judicial por la contratación con la empresa Vitalogic.

Algo similar ha hecho durante décadas el Clan Char en Barranquilla y en la Costa Caribe. Utilizan la política para fortalecer sus empresas y se apoyan en sus empresas para ascender en la política. También esta familia ha sido vinculada a preocupantes escándalos de corrupción. En esta mezcla entre negocios y política la democracia sale siempre mal parada.

Pero con Hernández no hablamos sólo de lo que puede pasar con el entramado de negocios y vida pública. Hablamos de su manera de entender la política. El menosprecio al Congreso y a la Justicia. La pretensión caudillista de que la única instancia es la comunicación directa con la ciudadanía y la apelación a ella para enfrentar la institucionalidad.

He citado en estos días El Ocaso de la Democracia, un libro de Anne Applebaum, una escritora militante del Partido Republicano, ganadora del Premio Pulitzer, que me sorprendió con su visión descarnada de los estragos del populismo de derecha en las instituciones democráticas. Hace un recorrido por los gobiernos de Donald Trump en Estados Unidos, de Boris Johnson en Reino Unido, también de la escena política en Polonia y en Austria.

El autoritarismo y el caudillismo bien parapetados detrás de las redes sociales y las noticias falsas van demoliendo una a una las instancias de representación del pueblo y minando paso a paso la separación de poderes, los contrapesos institucionales y la prensa libre. Cosa parecida se puede decir de Nayib Bukele en El Salvador o de Jair Bolsonaro en Brasil. Hernández casa bien en estas características, adobadas además por un lenguaje particularmente agresivo con sus contradictores o denunciantes.

Sería demasiado ingenuo y parcializado si no advirtiera riesgos en la historia y el discurso de Gustavo Petro. En una circunstancia en la que encuentre demasiados obstáculos para sus ideas de cambio y sienta o se imagine un gran respaldo social, puede soñar con aventuras autoritarias y con la búsqueda de atajos extrainstitucionales para sacar adelante sus propuestas, pero muy pronto se dará cuenta de que la vigilancia sobre la izquierda en la sociedad colombiana es suficientemente drástica para impedir cualquier intento de romper el hilo constitucional.

Sé que es muy difícil para Fajardo hacer a un lado los dolores por las ofensas que ha recibido de personas y grupos que acompañan a Gustavo Petro y sé también que no se siente cómodo con el estilo y la radicalidad de algunas de las ideas de Petro. Pero la trayectoria y las ideas de Rodolfo Hernández están aún más lejos de su historia y sus convicciones. Por otro lado, mirando en perspectiva, un triunfo de Petro cerraría un ciclo largo de exclusión de las izquierdas y contribuiría enormemente a la reconciliación del país, cuestiones que han animado la vida pública de Fajardo.

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