Por: Francisco Daza Vargas. Investigador Pares.
Fotos: Manuela Botero. Pares Pacífico.
Es medio día en Mondomo, corregimiento de Santander de Quilichao. A esta altura de la Ruta Panamericana se encuentran descansando varios grupos de venezolanos y venezolanas con niños y niñas que esperan, en lo que queda del día, poder llegar a Popayán. Algunos entraron al país por Cúcuta otros por Arauca, entre los municipios recorridos en sus rutas migratoria se encuentran Pamplona, Bucaramanga, Medellín, Calarcá, Cali, Tame, Yopal, Sogamoso, Tunja y Bogotá. “Caminamos desde las 6 de la mañana hasta las 7 u 8 de la noche, siempre llegamos a un pueblo, así nos de las 11 de la noche” nos cuenta uno de estos migrantes.
Los destinos son Perú y Ecuador porque “todo el mundo coge pa´alla”. Sin embargo, otros mencionan: “Así como nosotros estamos bajando hay otros que están subiendo de Perú, dicen que la cosa allá está fuerte, pero la cosa está fuerte en todo lado”. Cubrir las necesidades básicas depende de la suerte que puedan tener en la carretera ya que es poca la atención en salud y alimentación que reciben en los tramos del recorrido, por lo tanto, siempre tratan de llegar a algún centro urbano al finalizar el día.
Contar con la suerte de subirse a algún medio de transporte facilita cubrir las grandes distancias que deben recorrer a diario. Foto: Manuela Botero.
El recorrido lo han realizado a pie y en tractomulas; el aventón en este último medio no es fácil de conseguir, en muchas ocasiones se trepan a estas cuando se detienen en los peajes. Es visible el agotamiento y el desgaste de su ropa, el sol ha quemado varias zonas de su cuerpo como resultado de las largas jornadas de caminata y sus pies están maltrechos de acumular kilómetros de asfalto.
Muchos migran solos, no quieren exponer a sus familias a las incomodidades que puede traer la salida forzosa de su país, además, es una ruta que no siempre tiene tiempos ni destinos definidos. Además, nos encontramos con que, para algunas de estas personas, esta es su segunda salida de Venezuela desde que inició la crisis en aquel país.
A esta altura del recorrido por Colombia el desgaste material es visible. Las maletas y morrales van cediendo poco a poco a las condiciones de la carretera. Foto: Manuela Botero.
Yo salí la primera vez el año pasado en octubre. Estuve dos meses en Cúcuta y de ahí me fui para Perú, allí duré un mes y medio, pero como no conseguí estabilidad baje hasta Ecuador y allá si me quede 6 meses. Regresé a Venezuela porque en ese momento mi esposa estaba dando a luz. Es cuestión de suerte y tener contactos, porque de aventurero uno pasa bastante trabajo.
Humanidad y comunidad
Si bien los y las migrantes de Venezuela que realizan estos recorridos lo hacen en el marco de la mencionada crisis humanitaria de aquel país, en las caminatas por las carreteras colombianas tienen la disposición para llevar a sus mascotas a pesar de los pocos insumos para sobrellevar el día a día. El acceso a comida o refugio no está garantizado durante las jornadas, sin embargo, tratan de que los animales que los acompañan cuenten con agua y alimento mientras están a su lado.
De igual manera, quienes salen solos encuentran en los grupos de caminantes un espacio para hacer el recorrido más llevadero. Improvisadamente, se constituyen “familias de carretera” en las que se cuidan unos a otros buscando el bienestar colectivo; mientras que conversábamos con un grupo migrante se detuvo un bus que accedió a llevar a unos cuantos. La decisión se toma de manera conjunta, subir a niños, niñas y algunos adultos mientras los demás terminan de llegar a la capital del Cauca, nunca definieron como se reencontrarían.
Migrantes venezolanos descansando a la orilla de la Ruta Panamericana. (Mondomo-Santander de Quilichao. Departamento del Cauca). El ánimo se vuelve fundamental para persistir en la carretera. Fotos: Manuela Botero.
Para adquirir ingresos económicos, tratan de buscar algún trabajo en los municipios o ciudades donde se detienen. El que puedan acceder a algún trabajo temporal en estas paradas alarga aún más los tiempos dispuesto para el recorrido que tienen planeado y les permite enviar remesas a sus familiares en Venezuela.
Riesgos y desgastes en la carretera
En los relatos fue común la mención a los peligros de movilizarse a pie. A las lesiones producto de las caminatas se suma el riesgo de desplazarse en horas de la noche, el que puedan ser atropellados por algún vehículo o que sean increpados por personas que puedan hacerles daño o robarles sus pertenencias. Asimismo, para los niños y niñas el desplazamiento diario los y las mantiene lejos de dinámicas propias de la infancia, así como del acceso a algún servicio educativo. De igual manera, están expuestos a riesgos de desnutrición debido a la poca y regular alimentación que reciben.
La vida se lleva a cada paso en los morrales y maletas. El desgaste del calzado es una muestra de la intensidad de las caminatas por las carreteras colombianas. Fotos: Manuela Botero.
Salida y retorno
La salida obligada del territorio venezolano no anula el propósito que tienen de retornar eventualmente a su país. Desde esta proyección conciben las jornadas de caminata como uno de los tantos pasos que les permitirá, en un futuro no tan distante, poder retomar la vida que dejaron atrás. Se percibe que, otra de las consecuencias de la migración es la ruptura del tejido social y familiar de los venezolanos y venezolanas.
La carretera reconfigura las relaciones sociales, pero a su vez los aleja kilómetro a kilómetro de los familiares que se quedaron en Venezuela; comunicarse con ellos se vuelve más esporádico y el envío de remesas queda condicionado a las ganancias que puedan tener cada vez que se detiene en algún municipio.
Queda claro que, en este punto del recorrido por el territorio colombiano, el agotamiento físico y mental condiciona los pasos que dan a diario. Sin embargo, asumen el recorrido por las carreteras de Colombia como una de las tantas acciones necesarias para cerrar el círculo de su migración y regresar con el tiempo a Venezuela.
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