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Por: Carlos Montoya Cely, Coordinador de Conflicto, paz y postconflicto-Pares


La tragedia del Monte Vesubio ocurrió en el año 79 d.c y sólo hasta 1738 la ciudad fue redescubierta. Uno de los relatos más impactantes de su historia tiene que ver con que la erupción del volcán fue un imprevisto sin antecedentes. No había forma de saber que la lava que salía de la montaña era letal. La ciudad fue enterrada por la ceniza y los cuerpos encontrados en las posiciones en las que probablemente se encontraban al momento de la erupción.

Siempre me ha llamado la atención el valor de la experiencia y el aprendizaje en la conducta humana. Pese a que la ciudad estuvo enterrada por más de 1500 años, los relatos de Plinio el Joven, quien fue testigo de la tragedia y dejó cartas sobre los hechos, sentaron un precedente: los habitantes de la región aprendieron los peligros del volcán.

Cuento esta breve historia porque el domingo en la noche, luego de conocer los resultados electorales cuestioné la capacidad de aprendizaje y experiencia que tenemos muchos colombianos. Podrán pensar que la analogía resulta desproporcionada, pero creo que el mensaje es contundente; la guerra nos mata y que la vieja (nueva) política tradicional, amarrada a la ilegalidad, entierra cualquier espacio de renovación y profundización de la democracia. Es decir, entorpecerá las victorias que se han alcanzado.

Elegimos a Iván Duque y con él las retardatarias ideas de Alejandro Ordoñez, Andrés Pastrana, César Gaviria, Viviane Morales, Fernando Londoño, José Obdulio Gaviria y otros tantos que han instigado la democracia desde sus lugares de poder. Tampoco se puede olvidar que en su afán, Duque pactó con la clase política más cuestionada del país: Olga Suárez Mira, Enlise López “La gata”, Jorge Coral Rivas, Samy Merheg, Juan José García, Ramiro Suárez y otros que desde cárceles o la impunidad han sabido mantener sus lugares de poder político.

Detrás de Iván Duque, como su jefe, está Álvaro Uribe, quien desde la presidencia de la República compró su reelección, persiguió la oposición, las cortes y cualquier contradictor, anuló la participación de las minorías, y creó un imaginario en el que sólo por medio del reciclaje de la guerra se podría vivir en paz. Quizá Duque, como buen pupilo, aprendió que el secreto del éxito es saber representar aquello que no se es. Duque y Uribe han utilizado la desinformación para fomentar el olvido. Por ejemplo, que el periodo con mayor número de víctimas en la historia de Colombia ocurrió en el mandato, precisamente, de Uribe, el mismo que trajo a Duque para ser senador y hoy lo sentó en la presidencia.

Ahora bien, tal como ocurrió con la tragedia de Pompeya, pese a que la ciudad quedó escondida bajo las cenizas por cientos de años, a lo lejos Plinio el Joven se encargó de escribir la historia de lo sucedido. Veo con algo de esperanza que más de 8 millones de colombianos han reconocido desde su experiencia, que regresar al uribismo no era la alternativa adecuada. La tarea de los próximos años será cada vez más aguda en defensa de la paz y la democracia. Un día después de las elecciones, el nuevo gobierno nos demostró que su lucha será a favor de la impunidad y en contra de la paz, la solicitud de aplazar la reglamentación de la JEP hasta la posesión de Duque es sin duda una bofetada a las víctimas del conflicto armado.

Cerrada la campaña presidencial, nos alistamos para la nueva contienda electoral, desde lo local tenemos todas las posibilidades de proteger y seguir sumando espacios de representación en favor de la democracia y la paz. No se trata de un triunfo moral, esta vez se ha demostrado que la trasformación es una posibilidad real, nunca antes se había avanzado tanto en materia de ganar lugares de representación política desde los sectores alternativos. No es momento para retroceder. Quienes sabemos que la guerra, al igual que la lava, mata y que la política tradicional, como la ceniza, oculta lo que hemos construido, estamos llamados a proteger la vida y profundizar la democracia.

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