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¡Pero usted no sea tan sapo, tan lambón, m…!



Esa famosa frase, que suele mencionarse en fiestas y zafarranchos en Colombia, que culmina con ese adjetivo despectivo – marica- , tratando de emular al fallecido cantautor Diomedes Díaz, es el reflejo de lo retardatorios y discriminatorios que somos ante la diversidad de género.

Aquí, en el país del “sagrado corazón de Jesús”, en donde se confunde las desgracias de unos con milagros para otros, sucedió uno de los casos más absurdos de intolerancia. Brayan Garzón, un joven de 22 años que salió maquillado a la tienda, por el baby shower de su hijo, terminó asesinado a pocas cuadras de su casa. Muy seguramente, la deidad en la que crea cada quien, no lo revistió de ningún “manto protector” cuando le propinaron 5 apuñaladas, y falleció minutos después de llegar a un centro asistencial al sur de Bogotá.

Así, pues, me encontré con la nefasta noticia de Brayan. La tradición de maquillar al hombre en los baby shower es muy común en Colombia, es una práctica que tiene lugar en la apertura de los regalos, en donde ante cada desacierto en las características del obsequio se pinta una parte del rostro. No obstante, en la tienda donde realizaba una compra a poca de distancia de su casa, una mujer y su grupo de amigos no entendieron la lógica de la tradición. A cambio, procedieron a lanzar improperios y actos violentos contra el joven, lo cual, resultó en el trágico suceso.

Lo anterior, pone el dedo sobre la llaga de una realidad que se esconde detrás de sotanas, políticos y grupos armados: los asesinatos por prejuicio, numerosos e invisibles. Esto, a la luz que la fe y la politiquería mueve montañas. De dinero. De garajes. Y, si les va bien, de armatostes de cemento. Sin embargo, no mueve montañas de tolerancia ni de respeto. Por el contrario, promueven la invención de sinsentidos, algo de lo que somos buenos los colombianos, como los «falsos positivos»: dos palabras sin sentido. Entonces, engendran la «ideología de género», que no es más que una insensatez, un aborto idiomático, con el objetivo de desinformar y promover la intolerancia ante la diversidad.

Pero, antes, retomemos el caso de Brayan. Si bien este caso causa conmoción en la comunidad, esto se debe a que fue asesinado en un “mal entendido”, es decir, su condición heterosexual produce rechazo por el acto de intolerancia. No obstante, si hubiese sido realmente un travesti o un homosexual, sin lugar a dudas resonarían aquellos que dirían “bien hecho, por marica”. Así, como el pastor bautista en Estados Unidos, Roger Jiménez, quien celebró la masacre en Orlando proclamando que “la tragedia es que no hayan muerto más”. En efecto, lo grave de este asunto, es que la visibilidad de los asesinatos y persecución en la comunidad LGBTI no se trate de igual manera que los homicidios y feminicidios. Antes de ser hombres, mujeres, o lo que deseen ser, son personas. Son vidas que deben protegerse.

Sin ir más allá, analicemos los asesinatos en la Colombia rural de población LGBTI que no ha sido víctima desprevenida del conflicto armado. Por el contrario, han sido asesinados y perseguidos de forma sistemática y, sobre todo, por su diversidad sexual. Es por esto, que la “ideología de género” vende, porque se les quiere seguir sometiendo a una restricción institucional de igualdad de oportunidades y derechos, como cualquier otro cristiano del común. Por esta razón, en el verdadero enfoque de género de los Acuerdos de Paz, se propone concederles la condición de población vulnerable.

Según el informe «Cuando la guerra se va, la vida toma su lugar», elaborado por Colombia Diversa, al menos 164 integrantes de la comunidad LGBTI fueron asesinados en Colombia entre 2013 y 2014. Y, según el Centro de Memoria Histórica, en el informe “Aniquilar la Diferencia”, las victimizaciones que han sufrido en el marco de la guerra las mujeres y las personas de los sectores sociales LGBTI tienen una clara marca de género, es decir, les han sido infligidas en muchos casos por ser mujeres o por no ser heterosexuales. Aunado a ello, “los efectos de esas violencias en sus vidas también están diferenciados por género”. Infortunadamente, quienes cuentan las historias, son aquellos que a pesar de sobrevivir fueron obligados a cambiar su aspecto y que son revictimizados a diario porque «quien los mandaba a ser así».

¿Acaso quiénes se creen pastores, sacerdotes y políticos para ser voceros de ese ser omnipotente, si es que existe, en su inefable divinidad, para expresar tanto odio ante la diversidad? ¿Acaso si somos hechos a su imagen y semejanza, sus defectos y bondades no son equiparables con nosotros, los pobres mortales?

En un país donde pulula la incertidumbre y en donde viajan más rápido las balas que la justicia, aún falta amor y tolerancia para alcanzar una verdadera paz.


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