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Pablo Escobar no ha muerto

Por: León Valencia, director – Pares


Una buena crónica de Armando Neira en El Tiempo de este 2 de diciembre, sobre Pablo Escobar, a 25 años de su muerte, termina diciendo: “Uno a uno, los integrantes de los carteles del narcotráfico fueron cayendo, muertos o encarcelados, mientras el país siguió su marcha hacia adelante. Con la convicción de decir: ¡Nunca más Escobar!

Desafortunadamente, no es totalmente cierta la conclusión. Los Rodríguez Orejuela, quienes crecieron en paralelo a Escobar, reinaron en el mundo del crimen organizado después de la desaparición del capo del Cartel de Medellín y pusieron a su servicio a sectores de la fuerza pública para la intimidación y los asesinatos selectivos e infiltraron hasta la médula la política nacional. Luego la antorcha del crimen y el terror pasó a manos de Carlos Castaño formado en las filas de Escobar, quien logró construir un verdadero ejército con control de regiones enteras y en ese momento las masacres y el dolor se multiplicaron hasta la saciedad. Ahora, la voz cantante la tiene Dairo Antonio Úsuga, alias Otoniel, a la cabeza del llamado Clan del Golfo.

En la crónica le atribuyen a Escobar 5.500 muertos y más de 100 atentados. Pero el Centro de Memoria Histórica les atribuye a los paramilitares 94.754 asesinatos. Aún no se ha hecho el balance completo de las muertes que carga en sus hombros alías Otoniel; en todo caso no será una cifra menor, porque su trayectoria es larga, sólo para recordar que fue miembro del Ejército Popular de Liberación -EPL- una guerrilla que tenía su retaguardia en Urabá, pasó luego por las huestes de Castaño y ahora se ha consolidado como el jefe mayor de la más poderosa organización de la herencia paramilitar.

Esta línea de tiempo es parcial y muy incompleta. La hago sólo para señalar que los “escobares” en vez de desaparecer se multiplicaron con el tiempo y su terror nunca desapareció y se hizo más intenso y más extenso. Las cifras de su principal negocio han oscilado. Ahora, por ejemplo, estamos en un momento de auge de los cultivos de uso ilícito y del tráfico de drogas y las alarmas han cundido. Se dice que es el momento de más hectáreas de hoja de coca cultivadas y de más cocaína exportada.

La prensa de estos días trae muchas notas sobre los 25 años de la muerte de Escobar y en todas ellas resaltan la resistencia de la sociedad y el sacrificio de muchos de sus líderes en la angustiosa lucha contra las mafias. Es cierto, una parte de las élites políticas y empresariales del país tomo distancia desde el principio de las actividades mafiosas y denunció a los variados jefes de estas organizaciones, para ellas la historia deberá reservar siempre un homenaje.

Pero la verdad pura y dura es que otra parte de las élites políticas y empresariales se ha vinculado de las más diversas formas con los mafiosos y se ha beneficiado de sus actividades. A eso se debe la persistencia de estas organizaciones y de allí derivan la capacidad de mutar y adaptarse. Sobre los hombros de prestigiosos líderes del país han cabalgado los mafiosos. Los pretextos para asociarse con ellos han cambiado con el tiempo. En Medellín se aplaudía, al principio, el espíritu benefactor de Escobar y luego encumbrados empresarios acudían al edificio Mónaco a recibir préstamos o regalos para rescatar o alentar sus negocios en momentos en que se vivía una dura crisis económica.

Después se justificaron de mil maneras las actividades de los paramilitares diciendo que eran una respuesta angustiada de los dueños de tierras y empresas ante el asedio de las guerrillas. Aún en estos tiempos es la explicación que tienen para el surgimiento de estas organizaciones. Cuando alguien intenta demostrar con cifras y ejemplos a la mano que sus víctimas eran siempre humildes campesinos o líderes sociales y políticos indefensos, aquellos defensores o cómplices de mafiosos y paramilitares se salen por la tangente diciendo que no se percataron a tiempo del horror que propiciaron o cínicamente señalan que hay exageraciones y sesgos de los aliados de las guerrillas. Eso sirve para seguir apoyando en la sombra a estas organizaciones y para continuar recibiendo dineros para robustecer sus empresas legales o para utilizar a manos llenas en las campañas políticas.

El espíritu de Escobar está más vivo que nunca, pero también está vivo el recuerdo de quienes en los momentos más oscuros se opusieron a las mafias y a su nefasta influencia en la democracia y en la vida económica del país y cuando estas enseñanzas prevalezcan la sociedad colombiana saldará deudas y empezará de verdad una época de cambios.

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