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Nos veremos otra vez dentro de diez mil inundaciones o sequías

Por: Germán Valencia

Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia


Parece que el propósito de muchas personas y grupos económicos en Colombia es hacer trizas la propuesta del Gobierno Nacional de iniciar, durante este cuatrienio, una transición exportadora y energética. Una propuesta que consiste, básicamente, en reducir la dependencia exportadora de hidrocarburos del país y, al mismo tiempo, bajar el consumo generalizado de la gasolina y el carbón, apostándole a las energías renovables.

Una decisión de política económica que comenzó a liderar el gobierno Petro y que tiene la virtud de que, al mismo tiempo que ayuda al país a no depender de hidrocarburos –que son recursos que tarde o temprano se agotarán–, serviría de hecho ejemplificante para que las generaciones venideras vieran cómo un país suramericano, además del regalo de las lecciones de paz, le hizo al mundo otro que fue la lucha por la salud ambiental del planeta.

Factores como el incremento en el precio del dólar –que afecta el mercado cambiario y devalúa nuestra moneda–, el alto déficit fiscal –que hoy se sitúa en 7,5 puntos del PIB y que supera el que se tenía en la crisis de finales de los noventa–, la necesidad de crecimiento económico y de más recursos para el gasto público, hacen que, finalmente, la decisión de poner al país en una transición exportadora y energética se postergue o, al menos, no sé de con la fuerza que se pensaba inicialmente.

De allí que el ministro de Hacienda y Crédito Público, José Antonio Ocampo, y el mismo presidente de la República, tengan que salir a declarar –en cada rueda de prensa o evento público al que se les invite– que los contratos de exploración petrolera y carbonera, la producción de hidrocarburos y la exploración de energéticos, no se suspenderá durante este gobierno.

Para el Gobierno es claro que en estos momentos de crisis mundial está por encima la estabilidad macroeconómica que la contribución que pueda hacer el país a la conservación del medio ambiente, la atención al cambio climático y el futuro planetario. Que la prioridad hoy para la mayoría de las personas sigue siendo el crecimiento económico, la salud de las finanzas públicas y la ganancia inversionista.

El ministro “apaga incendios”, como le dicen, ha tenido que salir durante el último mes a convencer a los grupos ofuscados de ciudadanos, a los empresarios inquietos y a los medios de comunicación escandalosos, de que el gobierno actual es sensato, y que, en momentos de crisis nacional y mundial, priman los valores económicos e inmediatistas sobre los medioambientales y de largo plazo. Les pide a todos y todas que apaguen sus antorchas y las bajen, además que regresen a sus moradas, pues no existe riesgo de que ocurra la desdichada decisión.

En breve, el Gobierno Nacional ha tomado la decisión política de priorizar la estabilidad macroeconómica del país por encima de la transición energética y, por ello, ha decidido –por el momento– desapretar el acelerador al plan que tenía con el país y la economía de avanzar seriamente, durante estos cuatro años, en una transición exportadora y energética necesaria para todos.

Una decisión de desacelerar la implementación de la transición, que seamos sensatos, no es la más adecuada para el planeta. Dejamos atrás un siglo XX en el que avanzamos mucho en la destrucción de nuestra casa global. Nos metimos en el tren del crecimiento económico, sin pensar en la contaminación del agua, del aire y la tierra, generando –a causa de la búsqueda de la riqueza– un daño ambiental del que todo mundo se ha dado cuenta y del que hoy todos somos víctimas.

Esta semana, por ejemplo, el mismo presidente de la República ha tenido la necesidad de plantear la emergencia económica para atender la crisis climática y enfrentar la calamidad pública de la que la humanidad somos responsable. Una situación lamentable que se repetirá una y otra vez, aquí y en todas partes del mundo, y que nos costará mucho más que lo que ganaremos quemando petróleo y carbón.

Una destrucción del medio ambiente de la que somos conscientes y que desde hace tiempo hemos dicho que atenderemos, y frente a la que siempre las acciones se han aplazado. No es sino recordar cómo hace medio siglo, en 1972, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) reconoció el cuidado del medio ambiente como un tema relevante e internacional, pero no hizo nada.

Lo mismo que pasó en la reunión de la ONU en 1987, cuando se creó la Comisión sobre Medio Ambiente y Desarrollo y se presentó el Informe Brundtland. Allí se habló del concepto de desarrollo sostenible, que involucra lo económico, social y ambiental. Y se nos invitó a comprometernos, antes del fin del siglo, con un desarrollo duradero, que use bien los recursos planetarios y que se comprometiera a no poner en riesgo las generaciones futuras.

Incluso, en 2015, hace tan solo siete años, la misma ONU discutió y aprobó una agenda mundial para el desarrollo, llamada Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Un acuerdo global que busca, con 17 objetivos y 169 metas, Transformar nuestro mundo con la Agenda 2030 para el desarrollo sostenible.

Pero como se ha dicho, todas estas iniciativas y buenas decisiones no han logrado llevarse a cabo. La humanidad no ha podido superar la vieja idea de desarrollo como crecimiento económico. Seguimos amarrados a la equívoca idea de explotar y consumir los recursos que dañan el planeta; buscamos, sin parar, continuar por la línea infinita de crecer cada año, cada mes y cada día, a costa del bienestar de las generaciones futuras y de nuestro futuro mismo.

Es lamentable que, a pesar de tener identificadas las acciones que deberíamos ejecutar para enfrentar esta situación crítica de la humanidad y del planeta, y evitar la catástrofe ecológica que vemos todos los días, continuemos como caballos desbocados o burros con orejas y ojos tapados –disculpen la analogía, por favor, los animales– por el sendero de la destrucción.

Economistas e intelectuales, como Amartya Sen, nos vienen hablando, desde hace décadas, sobre la necesidad que tenemos de realizar un giro en el modelo económico. Este autor nos propuso en su libro Desarrollo como Libertad tener una mirada más amplia del bienestar individual y colectivo, incluyendo, por supuesto, las variables ambientales y sociales.

A pesar de ello, seguimos poniendo al ser humano como el centro de la Tierra y del universo. Todavía, y desde hace quinientos años, hemos puesto a la naturaleza y todo lo que nos rodea al servicio de los seres humanos. Le pedimos a nuestros cohabitantes planetarios que nos sirvan de consumo para nuestros deseos de utilidad desbordada. Que nos dejen ser felices bajo la idea errónea de acumulación de riqueza, bienestar material y consumo egoísta e individual.

Esperemos que la idea de hacer trizas la transición exportadora y energética no se mantenga. Y que cuando se reduzca la agresividad a esta propuesta no sea demasiado tarde para parar el daño ambiental y las desigualdades sociales. Que llegue algún día el momento para actuar decididamente por el cuidado del planeta y la responsabilidad de dejar a las generaciones futuras una opción de vida saludable y no una realidad cataclísmica como la que encontramos en las visiones realistas del futuro.

Por el momento, pensemos que el gobierno Petro, aunque no logre avanzar en acciones para el cambio en el uso de energéticos, sí pueda dejar en estos cuatro años instalada la agenda para que los próximos gobiernos puedan tener un ambiente favorable para el cambio de nuestra base exportadora y el consumo responsable de energéticos. Además, deje sembrada la semilla de una iniciativa que ojalá sea recordada por las generaciones futuras como el periodo presidencial en el que Colombia quiso responsabilizarse de la crisis ambiental mundial.

 

*Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad de la persona que ha sido autora y no necesariamente representan la posición de la Fundación Paz & Reconciliación al respecto.

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