Soy una millennial trabajando con una centennial
- Ghina Castrillón Torres
- 9 may
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Por: Ghina Castrillón Torres. Politóloga feminista.

De mi grupo de amistades millenials, soy la que menos se identifica con los memes sobre la vejez o los achaques al cumplir 30 años, pues, sinceramente, no me he sentido “vieja”, ni he vivido esas crisis que las gentes anuncian cada cumpleaños, no por negación, más bien porque me preocupan otras cosas. Pero últimamente, debido a que trabajo con una joven centennial de 23 años, no he sentido la vejez, pero sí una gran brecha, una enorme distancia en la forma de vivir e interpretar el mundo.
Lo que marca la diferencia principal es la relación con el tiempo y la velocidad. Por ejemplo, dice que le cuesta ver películas porque es demasiado tiempo para esperar el final, dos horas le parecen una eternidad, y frente a esa impaciencia, prefiere videos rápidos que le den respuestas inmediatas. Algo similar le ocurre con los libros pues suele ir directamente al final porque necesita saber cómo termina la historia. Después de eso, pierde el interés por el desarrollo, es decir por el proceso, proceso que, para mí, es mucho más importante.
No se trata aquí de decir qué está bien o qué está mal, ni de idealizar una generación sobre otra. Pero sí me parece fundamental que como millenials, especialmente de sectores de izquierdas, reflexionemos sobre lo que esto significa. No con nostalgia sino con curiosidad ¿Qué hay detrás de ese afán? ¿Qué nos dice esa necesidad de inmediatez sobre cómo los y las jóvenes experimentan la vida?
La interacción diaria con ella me ha llevado a admirarla profundamente y a cuestionarme muchas cosas, empezando por mi propia relación con el tiempo. Yo, por ejemplo, no puedo escuchar audios de WhatsApp acelerados. Siento que me roban el sentido, hasta siento que me da taquicardia. Ella me ha pedido que hable más rápido, que vaya al punto y yo le respondo que me tenga paciencia, que ella va más rápido que yo. ¿Tanto afán es para llegar a dónde? la vida no tiene adelanto automático x2.
Muchos “viejos” suelen caer en la trampa de criticar estas nuevas formas de estar en el mundo diciendo que “los jóvenes de hoy ya no saben nada”, pero esa mirada me parece inútil y obtusa. Creo que el reto está en entender lo nuevo, no para forzar lo irreconciliable, sino para repensar cómo transmitimos el conocimiento, cómo adaptamos nuestras prácticas políticas y culturales a unas subjetividades que se están configurando de otra manera.
Mientras los “viejos” se escandalizan porque las nuevas generaciones no leen libros como antes “por culpa del celular”, preguntémonos ¿Cómo podemos promover sin imponer? pues tienen unas sensibilidades particulares. Según el Décimo Estudio de Percepción de Jóvenes, realizado por Cifras y Conceptos en Colombia, casi seis de cada diez jóvenes manifiestan sentirse satisfechos con su vida. En cuanto a las emociones predominantes, sienten alegría siete de cada diez, mientras que sentimientos como la tristeza y el miedo se registran en dos de cada diez jóvenes.
Adicionalmente, no podemos ignorar que, aunque los y las centennials parecen mostrar posturas más conservadoras en algunos aspectos, también tienen mayor conciencia frente al cambio climático y las identidades de género diversas. Esta mezcla es un reto enorme y más aún si le sumamos cómo se posicionan políticamente, encontramos que, según el mismo estudio, la mayoría se identifican entre la derecha y el centro, lo que evidencia una configuración ideológica que nos confronta directamente a las izquierdas. También, un estudio publicado en la revista Journal of European Public Policy revela una creciente brecha de género en el apoyo a la extrema derecha entre jóvenes europeos, mientras el 21% de los hombres jóvenes votó por esos partidos, solo el 14% de las mujeres lo hicieron. Estas contradicciones deben ser leídas con cuidado, porque, aunque los centennials se movilizan distinto, no han dejado de tener inquietudes intensamente políticas.
Entonces, considero que no se trata de romantizar el pasado ni satanizar el presente, se trata de entender que las formas de conocer, opinar, incluso de amar, no son las mismas. Y que en ese proceso necesitamos un diálogo generacional. Porque sí, para mí, dos horas de película es el tiempo justo, pero para mi compañera, como para otres centennials, dos horas son una eternidad. Y el deseo de inmediatez no es un capricho, sino una configuración distinta del deseo y del sentido.
Creo que las izquierdas debemos reflexionar seriamente al respecto, porque si no logramos leer bien estas tensiones generacionales, corremos el riesgo de perder la disputa contra las fuerzas reaccionarias antidemocráticas.
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