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No se lo tome personal

  • Foto del escritor: María del Rosario Laverde
    María del Rosario Laverde
  • hace 6 horas
  • 2 Min. de lectura

Por: María del Rosario Laverde


Esta era una conversación telefónica normal, acerca de los problemas de la economía familiar. Mi interlocutor era una persona cercana, así que me resultaba muy fácil contarle mis preocupaciones. De repente las cosas se subieron de volumen, él las subió, y empezó a gritarme: “petristaaaaaaa, petristaaaaaaaa, petristaaaaaaaaaa”, completamente poseído por un odio hacía mí, desconocido hasta ese momento. Colgué el teléfono y corrí a esconderme, presa del pánico. Por supuesto, nunca más pude hablar con esa persona. Para entonces, jamás hubiera pensado en ser etiquetada con tal adjetivo, pues había pasado por una mala experiencia laboral durante la alcaldía de Gustavo Petro, y no planeaba hacer parte de sus filas.

Eso tampoco tenía por qué convertirme en miembro del equipo contrario, al que menos me interesaba pertenecer. Pero, como en mi sangre hay conciencia social de sobra, estaba muy clara sobre dónde quería estar. Y como en Colombia solo se puede ser o lo uno o lo otro, calladamente seguí los avatares de la política y me encomendé al Divino Niño, esperando que nos fuera lo mejor posible como país.


Curiosamente, esa no fue la única conversación que ha terminado mal, ni la única distancia que ha nacido del tema político.  Son muchas amistades o relaciones sólidas que se enfriaron o se acabaron por culpa de la extrema polarización. No puedo entender cómo gente que me conoce hace décadas, y que jamás en su vida ha conocido al político, objeto de su adoración, me saca de su vida con tal de proteger la imagen del otro, a quien venera.


El pasado domingo, la mal llamada marcha del silencio, convocada en principio como señal de solidaridad con la difícil situación del senador Miguel Uribe Turbay, se convirtió en una muestra más de lo enfermos que estamos. Las redes sociales se llenaron de videos que evidenciaban agresiones a marchantes que eran tildados de asesinos o guerrilleros por pertenecer a un partido o trabajar en un medio x. Yo no sé a usted, pero a mí eso me da una tristeza infinita. Me siento cansada de que nuestra vida esté determinada por el poder de la agresión del otro o hacia el otro. Y tan fácil que sería respetar sus ideas.


Tzvetan Todorov, en su libro La Conquista de América. El problema del otro, habla de la firme convicción que se tenía acerca de la superioridad europea sobre los indígenas, aunque esto no es ninguna novedad, y el libro es mucho más profundo que esta simple afirmación, yo me pregunto quién les dijo a los unos o a los otros que eran los únicos con derechos o con verdades absolutas.


Esta columna no tiene una posición política, solo quiere recordarle que valore a su gente y que la ame por encima de sus ideas, que haga del disenso un ejercicio saludable de convivencia y que deje a los políticos hacer su trabajo sin odiar a su vecino o a su tía.

Esta columna no es una invitación a que no se involucre: hágalo hasta los huesos, grite todo lo que tenga que gritar, pelee todo lo que tenga que pelear, pero primero párese duro por los que tiene al lado.


Nos hemos olvidado de lo esencial: pensar diferente no nos hace diferentes, nos hace iguales.

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