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Netanhyau: otro duro enemigo de la especie

Por: Guillermo Linero




Si bien es cierto que Benjamín Netanyahu –primer ministro de Israel- tal vez no empuñe en sus manos un fusil y tal vez tampoco sepa accionar una bomba, un mortero o un cohete y, pese a que poderosos Estados lo justifican y lo aúpan y, aun sabiendo que a todos nos consta que en la Franja de Gaza son muchos los israelíes que disparan fusiles y accionan sus bombas y cohetes contra la población civil, pese a todo eso, también es cierto que dichos soldados actúan apartados de sus criterios éticos unipersonales y de sus objeciones de conciencia, y lo hacen en cumplimiento del deber, obedeciendo con patriotismo las órdenes de Netanyahu.


Desde tal realidad, es fácil entender que si bien Netanyahu no es quien acciona directamente las bombas, ni los morteros ni los cohetes, ni es quien dispara con pistolas y fusiles contra la población (tampoco Hitler entregaba de su propia mano los dulces envenenados a los niños judíos) Netanyahu sí es quien al levantar su dedo índice de gobernante puede provocar que miles de soldados israelíes asesinen “a nombre del pueblo” a individuos, digámoslo así, de la misma especie.


En tal suerte, no es descabellado hacer de Netanyahu –que no del pueblo de Israel- target de nuestra crítica en calidad de responsable del genocidio contra la población palestina, e incluso, por intermedio suyo, hacernos nosotros igualmente blanco de la autocrítica, si consideramos una corresponsabilidad de la especie por cuenta del respaldo de poderosos gobernantes que pueden disuadirlo y por culpa del silencio e inacción oportunista de muchos otros.


El trasunto de esta anomalía, y esto hay que reconocerlo si deseamos cambiar la recurrente tradición de auto eliminarnos por una conducta social de preservación de la especie, es que la humanidad todavía no ha podido concretar un orden social donde quien administre sea en verdad el poseedor de la voluntad popular. Y mientras eso no ocurra los pueblos seguirán inmersos en elecciones azarosas, cuyos resultados –no importando si en regímenes parlamentarios o presidencialistas- han sido en su mayoría negativos: la historia nos ha demostrado la dificultad de los pueblos para elegir personas interesadas en trabajar en beneficio de todos y no para sí mismos, ni para sus familiares y vecinos, ni para sus copartidarios o correligionarios.


Lamentablemente, la habilidad para escoger buenos gobernantes es un asunto de cultura política de la población, y eso no hemos podido alcanzarlo. A lo largo de la historia los pueblos han tenido que soportar con estoicismo a gobernantes que han sido enemigos de la especie, como a Pinochet y a Uribe en Latinoamérica, o como a Nerón, a Gengis Kan, a Stalin y a Hitelr en otros hemisferios.


No obstante, en el presente ya no es un pueblo, sino la humanidad entera la que resiste con vergonzante estoicismo los genocidios de Netanyahu. Y no hay otra verdad: al pueblo de Israel -por causa del azaroso juego democrático de la elección de los gobernantes- le ha tocado en suerte una persona que piensa nada más en sí misma, en su familia y en sus copartidarios y correligionarios; una persona preocupada solamente por sus connacionales y capaz de irse -con los modos de la barbarie más atroz- lanza en ristre contra la misma especie.


Y lo digo así, “contra la misma especie”, pensando en la famosa frase de Hobbes “el hombre es un lobo para el hombre”, palabras que connotan la crueldad humana y el hecho de que en ocasiones nuestros peores enemigos sean nuestros semejantes; pero lo digo, especialmente, pensando en que los niños –hoy target de la barbarie de Netanyahu, del ejército israelí y de los gobernantes poderosos que se han callado con hipócrita complicidad- no son propiedad de ningún Estado, ni de ningún grupo armado.


Los niños asesinados cruelmente en la Franja de Gaza eran, aparte de naturales palestinos, esencialmente humanos. Los niños de Palestina, como los de Israel y los de cualquier lugar del mundo, al nacer ni siquiera pertenecen a ninguna lengua; no están comprometidos con ideologías, ni saben lo que es pensar mal. Los niños son inocentes, pero también son inocentes la mayoría de los civiles que por cuenta de esa falta de la referida “cultura política de la población”, nada de nada entienden o los han pervertido.

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