Por: Iván Gallo*
Entre el 16 y el 22 de febrero del año 2000, 450 hombres de las Autodefensas Unidas de Colombia comandadas por Luis Francisco Robles Mendoza, alias Amaury, John Jairo Esquivel Cuadrado, alias El Tigre, y Uber Enrique Banquez Martínez, mejor conocido como Juancho Dique, siguiendo órdenes de sus jefes, Jorge 40 y Salvatore Mancuso, irrumpieron en la población de El Salado, jurisdicción del Carmen de Bolívar y asesinaron a un número indeterminado de personas. Según la Fiscalía fueron más de 100 en uno de los hechos más atroces que perpetraron los paramilitares. Lejos de cualquier repudio, una semana después, el 1 de marzo del 2000, con corbata y lustrado, aparecía Carlos Castaño en el programa Cara a Cara con Darío Arismendi. Los que habían conocido desde antes a Castaño quedaron impresionados con su actuación. Tosco, primario, violento, gritón, los adjetivos que acompañaron toda su vida a este señor de la guerra, no se ajustaban a lo que los colombianos vieron, un político hábil, con conceptos de país, populista pero hábil. Incluso pudo citar, con holgura, un poema de Mario Benedetti. Hubo colombianos incluso que empezaban a verlo como presidenciable.
Las preguntas de Arismendi, por supuesto, eran bolas lentas, fáciles de batear. Existe un artículo titulado Los medios de comunicación y los actores armados: ¿condena o reivindicación? Del periodista Andrés Suárez que se pregunta ¿Por qué no le preguntó por la masacre de El Salado? ¿Qué tuvo de malo preguntarle por Pizarro, Jaramillo Ossa y algunos de los líderes de las AUC asesinados cuando ya se tenía certeza de que detrás de estos hechos estuvo la Casa Castaño? ¿Y del asesinato de Jaime Garzón, ocurrido un puñado de meses atrás, qué?
En agosto de ese mismo año Castaño volvió a mostrar sus ideas en un programa de entrevistas, esta vez en RCN. En los meses que van entre febrero y agosto del año 2000, según el Observatorio de Memoria y Conflicto del Centro Nacional de Memoria, los paramilitares perpetraron 581 masacres. Su comandante fue entrevistado dos veces pero no fue importunado con alguna pregunta incómoda. Incluso estaba preparando un libro, una autobiografía, junto al periodista Mauricio Aranguren que se convertiría en un best Sellers. En ese momento los paramilitares vieron la posibilidad real de convertirse en un poder político. Estaban impulsando incluso un proyecto de “pacificación” en Urabá, entregarles tierras a campesinos también en Córdoba, crear “bases sociales” a través de lo que ellos llamaban su proyecto antinsurgente. Al menos así lo pensaba Castaño quien se rodearía de tres asesores que lo intentaron pulir.
Uno de ellos era Ivan Roberto Duque, abogado de la Universidad de Caldas, militante en su juventud del partido Liberal, alcalde del municipio de la Merced en 1987. Dos años después fundaría MORENA, el Movimiento de Reconstrucción Nacional, según León Valencia, en su libro Parapolítica, historia del mayor asalto a la democracia en Colombia, fue el primer intento por hacer parapolítica en este país. Iván Roberto Duque, ya con el nombre de Ernesto Baez, sería uno de los tres comandantes paramilitares que en el 2004 fueron aplaudidos con fervor en el Congreso. Otro de los hombres que asesoraron a Castaño en su idea de convertirse en un líder político fue Hernán Gómez. Conocido como Hernancito, ideológicamente no tenía nada que ver con Castaño. Fue miembro del EPL y en Montería, su tierra, lo conocían por ser un fogoso líder estudiantil. Se decepcionó de la izquierda y como tantos otros casos se fue al otro extremo. Las clases de Gómez le servían a Castaño para conocer a sus enemigos máximos desde adentro.
El otro maestro fue Rodrigo García. Los investigadores León Valencia y Mauricio Romero conocieron a García a comienzos de este siglo en medio de la investigación que iba a evidenciar el fenómeno de la parapolítica. Fue un ganadero de gran influencia, candidato a la gobernación y presidente del Fondo Ganadero de Córdoba. Su fervor por Carlos Castaño era sólo comparable al que sentía por Laureano Gómez. En ese momento ya estaba muerto Castaño y García creía que con su asesinato -acusaba a Mancuso de haberlo cometido- se habían acabado las esperanzas de alejar al movimiento paramilitar del narcotráfico y el crimen. Creía, según le contó al propio León Valencia , que “Lo sacrificaron para dejar atrás la misión original de proteger a los empresarios, a los ganaderos y enfrentar a la guerrilla”.
A medida que iba tomando más consciencia política Castaño se dio cuenta de lo imposible de su sueño. Tenía las manos untadas de sangre y coca y así a un sector de la población su discurso anti Farc cautivara, los gringos jamás permitirían que se les montara un narco de las proporciones de Castaño. Con su asesinato en el 2004 no terminó la idea de los paras -que en ese momento ya controlaban el 35% del congreso- de crear un partido político. Un sector de las autodefensas quería tener su partido propio y fue Ernesto Báez quien los bajó de la nube. La idea fue de Don Berna quien incluso había creado una ONG para iniciar esa participación. Los argumentos que dio Báez fueron incontrastables: “Los políticos que nos han acompañado van a recelar, lo más probable es que entremos en disputas que no favorecen para nada la negociación y la reinserción a la vida civil, es mejor seguir en las estrategias de alianzas regionales”. Ya tenían el congreso listo y una negociación favorable. No podían pedir más. Sin embargo, como le confesaría Mancuso a León Valencia “nos mató el exceso de uribismo”. Pero, sobre estas traiciones se hablará holgadamente en otros artículos.
*Los datos de este artículo se sacaron del libro Parapolítica, historia del mayor asalto a la democracia en Colombia de León Valencia.
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