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Los impuestos huelen a protesta

Por: Germán Valencia


En el siglo primero de nuestra era, el emperador romano Flavio Vespasiano les puso un impuesto a los baños públicos, a los lugares donde la gente orinaba. Esto lo hizo con el objetivo de llenar las arcas vacías que le había dejado su antecesor Nerón. De inmediato las críticas surgieron, y con ellas la respuesta cínica que caracteriza a los gobernantes: “Pecunia non olet”, expresión latina que traduce “el dinero no huele” o no tiene olor.


Esta es una situación muy similar a la que se vive hoy en Colombia. Alberto Carrasquilla –el ministro de Hacienda del gobierno Duque– ha decidido proponer una reforma tributaria; la cual le establece un impuesto a casi todo. Quiere gravar la mayoría de los productos de la canasta familiar; incluso al servicio de agua, aquella que utilizamos para lavar la ropa sucia o vaciar los baños en todas casas.


Con esta propuesta queda confirmada, una vez más, lo insensible que es este gobierno frente a la situación que vive los colombianos. Lo único que le importa es el dinero, no su procedencia; como le ocurrió al emperador romano. Una acción irracional, sobre todo en un momento como estos, donde es necesario que la poca renta que tiene la población la utilicen para sobrevivir, y no para cubrir los impuestos y gastos onerosos del Estado.


Una medida opuesta a la que el mismo John M. Keynes –el padre de la macroeconomía moderna y quien sacó al capitalismo de la Gran Depresión– sugiriera. Este brillante economista propuso a los gobernantes que, en tiempos difíciles o de vacas flacas, debería aumentarse el gasto público, si se quiere, endeudándose, para permitir que tanto el gasto del Gobierno como el consumo de los ciudadanos aumenten la demanda agregada.


Pero una cosa es lo que sugiere la teoría y la sensatez académica y otra muy distinta la que utilizan los burócratas. Estamos ante una propuesta de reforma tributaria regresiva e injusta. Una reforma que, de concretarse, hará que el país se sumerja en crisis aún peor; sobre todo, para una población desempleada y empobrecida. Todos veríamos como la clase pobre se expande mientras el Estado se lleva los pocos ingresos que esta población tiene.


Por esto, desde que se comenzó con el rumor de una segunda reforma tributaria durante el gobierno Duque, la ciudadanía ha querido manifestar su descontento e inconformismo. Para esta última semana de abril y la primera de mayo, por ejemplo, la población insiste en parar y marchar, como mecanismos para presionar al Gobierno y suspender esa posible reforma.


Desafortunadamente, estas acciones colectivas se realizan en un contexto especial: en el momento más duro vivido por los colombianos en medio de la pandemia por la Covid-19. Lo cual pone en apuros a los colombianos: si salen a la calle se puede contagiar y con esto aumentar la probabilidad de muerte de ellos y las personas cercanas; pero, si no salen a la calle, se estaría dando una mala señal al Gobierno y a los políticos, que insistirán en la reforma tributaria.


Sin duda, tanto el Gobierno Nacional, como regional y local recurrirán a este miedo al contagio para disuadir las marchas. Lo usarán como estrategia para reducir las protestas sociales. Serán comunes los cierres de municipios, los no permisos para marchar y la insistencia de quedarse en casa. El miedo se ha convertido en un muy efectivo mecanismo para llegar al poder, mantener el orden y realizar a su antojo lo que desea el Estado.


Así ocurrió hace dos décadas, donde, debido al miedo y la rabia por las fallidas negociaciones con las guerrillas, se respaldó a un candidato –quien llegó a la presidencia– y tuvo con él mucha tolerancia frente al excesivo uso de la fuerza. Incluso se le permitió al gobierno de la Seguridad Democrática decretar en dos ocasiones el estado de conmoción interior y una vez el estado de emergencia social. Todo ello, gracias a la sensación de miedo que se construyó en la ciudadanía.

Ahora, de nuevo, el miedo al contagio será utilizado como instrumento de disuasión. Se insistirá sobre lo irresponsable que será estas semanas salir a las calles y protestar. Argumento que tendrá efectos directos sobre la movilización; además, podrá servir en un futuro como instrumento de defensa del Gobierno ante la inoperancia para hacerle frente a la vacunación y el incremento de las muertes que hoy sobrepasan el umbral de las 70 mil; cifra, que valga decir, es muy cercana al número de homicidios que se cometieron en Colombia entre 2002 y 2003 (31.807 y 26.214, respectivamente).


La ciudadanía, por su parte, intentará presionar al Gobierno de varias maneras. Tal vez la más efectiva e inmediata será las acciones colectivas de volcarse a las calles, a pesar del riesgo. La reforma tributaria se está convirtiendo en el mejor incentivo para unirse colectivamente y protestar. Los jóvenes están cansados del encierro y son actores atentos que cuestionan las injusticias. Se oponen a que los pocos ingresos reciben la mayoría se vayan para un Gobierno impopular.


Pero parar y salir a la calle no es el único mecanismo que utilizarán los manifestantes. Desde hace rato la protesta se realiza también por los grupos de WhatsApp y las redes sociales. Durante las próximas semanas serán comunes las banderas rojas y carteles en casas y parques en contra la reforma tributaria. Serán comunes los comentarios negativos contra el Gobierno entre amigos y conocidos. Y por supuesto, sonarán las cacerolas, como lo hicieron hace un par de años.


Además, dado que estamos en un año preelectoral, la amenaza de castigar en las urnas a quienes se atrevan a apoyar la reforma en el Congreso de la República se convierte en un poderoso instrumento para acabar de hundir la impopular reforma. Los ciudadanos estarán muy atentos a la forma como se comporten sus representantes políticos. Anotarán en sus libretas y teléfonos el nombre de quien no lo escuchó en 2021 y por quienes no deben votar.


En conclusión, asistiremos esta semana a un momento importante de movilización social. Una que, además de las tradicionales marchas callejeras, presenciara el uso de creativas acciones. Propias de una realidad que exige, por un lado, un equilibrio entre el cuidado de la salud y las manifestaciones democráticas; y, por el otro, el uso de nuevas estrategias de comunicación para fortalecer las acciones colectivas, que van desde el comentario crítico con el vecino hasta la difusión del mensaje en la internet para que la voz ruidosa se escuche hasta en la lejana Uganda.


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