Por: Guillermo Linero Montes
Escritor, pintor, escultor y abogado de la Universidad Sergio Arboleda
Este miércoles 07 de junio asistí a la Plaza de Bolívar para sumarme a la marcha en apoyo a las reformas del gobierno de Petro. En realidad, aunque ese hubiera sido el propósito central de dicha movilización, personalmente me movió más el conato de golpe blando que viene calentándose con avidez, gracias a las argucias de la oposición y al temerario impulso que le están dando algunos medios de comunicación a esa trama malsana.
Y me motivó, porque creo indispensable que el pueblo, cuyo poder político está en manos del presidente Petro, sería el único tumbado de ocurrir un golpe blando; lo cual, desde mi percepción, no va suceder; pero podría significar un trance de mucha violencia y persecución, porque también es previsible que ya jamás volverá a salir el poder de sus manos.
Aunque no se trató de la primera marcha convocada por el presidente Petro, me llamó la atención –pues sin duda es un fenómeno raro y especial en las democracias– que tanta gente decidiera salir a protestar, o mejor, a manifestarse en favor de un gobierno. La historia política nuestra, antes del triunfo de la izquierda, es una tira de levantamientos, de marchas, de asonadas, de manifestaciones y de movimientos sociales, todos en contra de los presidentes de turno; y siempre en oposición a un ejército y a una policía formados estrictamente para reprimir.
Así las cosas, algún ciudadano desapercibido podría preguntarse esto: ¿contra quién o quiénes se manifestaron los colombianos de modo tan masivo? Paradójicamente, en una suerte de país de las maravillas, la respuesta es que se levantaron contra aquellos que, teniendo el poder de las riquezas (los dueños de los monopolios económicos y los reyes de la contratación estatal) y teniendo el poder de la política tradicional (los jefes de los partidos tradicionales y los corruptos que trabajan para ellos), se resisten a los cambios propuestos por el presidente Gustavo Petro, pues estaban acostumbrados a elegir presidentes cómplices o simples títeres.
A los primeros, a quienes tienen el poder de las riquezas –empresarios y grupos de poder económicos, la llamada oligarquía–, no les interesan los cambios porque, por ejemplo, la distribución equitativa de las tierras del Estado, así como la igualdad en el tratamiento financiero, tanto para pequeños y grandes empresarios, los conduce a visualizar un futuro consecuente con los presupuestos morales de un Estado de Derecho, en el que ellos no serán los únicos beneficiarios; y no les conduce a visualizar un futuro con los presupuestos inmorales a los cuales estaban acostumbrados por ser sujetos activos de de un narcoestado.
En cuanto a quienes poseen el poder de la política tradicional (clanes y familias que se creen dueños del Estado, la llamada plutocracia) tampoco les convienen los cambios que implican que el espectro de las ideas políticas se amplíe democráticamente, dándole espacio a otras vertientes que por nuevas o de tradición izquierdistas, se oponen a las suyas que son fundamentalmente intolerantes.
Gracias a los estudios e investigaciones de organizaciones de derechos humanos, y gracias a la Comisión de la Verdad y a la Justicia Especial para la Paz, hoy se sabe que los gobiernos anteriores a Petro: liberales, conservadores o uribistas –así lo precisa la historia que apenas ahora dimensionamos–, pusieron en práctica un sistema de exterminio para aniquilar a cuantos pobladores escogieran caminos ideológicos distintos a los suyos. El caso del genocidio a la Unión Patriótica y las declaraciones de Salvatore Mancuso, dan cuenta de ello y son prueba de tan vergonzosa atrocidad.
De modo que los colombianos que salieron a marchar el 07 de junio lo hicieron antes que en favor de las reformas –que sin duda apoyan–, contra el régimen –contra los ricos poderosos y contra los clanes políticos–. Y lo hicieron contra quienes aúpan –ya sea por oligarcas, plutócratas, o por ignorantes– el golpe blando. Y, por supuesto, lo hicieron indirectamente contra los fascistas, que de asistir a las marchas no hubieran soportado la presencia de la diversidad que tanto aborrecen.
En efecto, en la Plaza de Bolívar, sólo vi gente que contrasta –por oposición– con los denominados fascistas. Los fascistas tienen como principio fortalecedor de su sistema ideológico la constitución de familias modelo –conformadas por “gente de bien”– y en la marcha pululaban familias destruidas por culpa de las persecuciones criminales, por el desplazamiento y el abandono estatal a los que se les ha sometido.
En su autoritarismo los fascistas rechazan todo lo que huela a comunismo, a socialismo o a izquierdas, y en la plaza vi muchos representantes del proletariado, obreros y campesinos evidenciando con sus atuendos y modales su condición de víctimas de la lucha de clases, o más exactamente, de las desigualdades sociales.
Los fascistas, cuyo mundo organizacional no trasciende lo corporativo, tienen por principio la obediencia a un único partido o tendencia política, y en la plaza vi y escuché a personas pertenecientes a distintas vertientes políticas –todas defensoras de los derechos humanos y de la equidad social como base fundamental de la convivencia pacífica y del derecho al desarrollo–.
Los fascistas tienen entre sus más retardatarios postulados, el racismo, no sólo contra las personas de raza negra, sino de igual manera contra los indígenas y las minorías diversas, en una tradición propia de los nazis, que en su tiempo infernal soñaron con una raza intelectualmente superior y físicamente aria; es decir, altos, blancos, fuertes y de ojos azules. Sin embargo, y para el desasosiego de los fascistas, en la plaza vi mucha gente de todas las etnias y razas, y/o pertenecientes a grupos sociales minoritarios.
Los fascistas, que rinden culto a la personalidad sin méritos benévolos y lo hacen usando los medios de comunicación de su propiedad o influencia, en la marcha del 07 de junio, se habrían sentido incómodos al ver cómo la multitud que estuvo en la plaza mostró admiración y respeto no sólo por la figura del presidente Gustavo Petro, sino también por la figura de la vicepresidenta Francia Márquez y por la del presidente del Senado, Álex Flórez.
De haber asistido a la plaza pública, los fascistas habrían extrañado, y se hubieran quejado por ello, las imposiciones de líneas de pensamiento o las posturas políticas de subordinación. Igual habrían extrañado la ausencia de policías, de militares, o de guardias indígenas, porque el presidente ha manifestado una y mil veces que ya no habrá autoridades violentas o que vean a los pobres como enemigos a quienes hay que atacar cruelmente.
Tampoco hubieran visto persecuciones a quienes arengan contra el gobierno, aunque hubo el rechazo y la expulsión de puntuales medios de comunicación que, si bien han jugado mal con las noticias, en el ámbito de las sanas costumbres y el respeto a los otros, han debido permitirles trabajar cómodamente. En fin, si algo vieron los fascistas y los promotores del golpe blando que asistieron a las marchas, es que este gobierno ni su presidente están solos.
*Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad de la persona que ha sido autora y no necesariamente representan la posición de la Fundación Paz & Reconciliación al respecto.
Comments