Por: Guillermo Linero
Escritor, pintor, escultor y abogado de la Universidad Sergio Arboleda
El miedo que Petro ha demostrado tenerle a la palabra izquierda –que no a los izquierdistas– puede hacerle perder votos en las elecciones que, al menos al día de hoy, parece tener ganadas. Esto, porque a la luz del actual furor de las inconformidades sociales, hay más personas desfavorecidas con la idea clara acerca de qué les conviene en el próximo Gobierno (llámese como se llame su timonel), y son muy pocas las que, afectadas por guías espirituales, votarán por quien diga su pastor (como muchas lo hacían apenas tres años atrás). Recordemos, además, que no es baladí aseverar que Jesús fue un izquierdista. Basta revisar las tesis decimonónicas del izquierdista hegeliano Ludwig Feuerbach Strauss y su obra “Vida de Jesús”, bien reconocida como una de las más sólidas argumentaciones del humanismo cristiano.
En efecto, Petro ha dicho que él no divide la política entre izquierdas y derechas, como se hacía en el siglo XX, y dice de manera tajante que ya no es izquierdista. Con todo, conociendo como ha demostrado que conoce la tierra movediza de la política, resulta extraño que no explique que el término izquierda no significa leninismo, ni estalinismo, ni tampoco castrochavismo; sino simplemente –filosófica y humanamente hablando– significa estar del lado de las personas pobres.
El día que no haya pobres, el día que desaparezcan las inequidades sociales, ese día no habrá izquierda ni tampoco se necesitarán izquierdistas. Hasta entonces, solo hasta ese día, la realidad política se verá enriquecida con inquietudes diferentes. Algo así como “primero lo primero”. Primero la estabilidad social y el cuidado del planeta, y después las otras necesidades que igual tendrán que suplirse.
A la luz de los desapercibidos y de los entusiastas neófitos de la política, esa demostración de repulsa a un término puede semejarse bastante a la estrategia de sus opositores, que también –no todos– pretenden esconder su irrestricta ascendencia de derecha para vestirse ahora de políticos de centro (pienso en Sergio Fajardo, en Alejandro Gaviria y en Federico Gutiérrez).
No obstante, el cambio de agujas de Gustavo Petro sería sorprendente, de no ser por su acostumbrada renuencia al centro y, sobre todo, por su coherencia política. Petro siempre había dicho que era de izquierda, como su programa político lo es. No en vano, su comportamiento político al respecto parece replicar la estrategia uribista: pelear con los conceptos en vez de debatir con la exposición de soluciones a los problemas.
De hecho, la estrategia uribista es acentuar la desconfianza que suscita el izquierdismo peyorativo (o, mejor, la izquierda autoritaria). A mi juicio, Petro debería empeñarse en dar claridades cognitivas para que los seguidores del uribismo (la gente de bien y otros más) se centren en comprender al izquierdismo natural. A lo largo de la reciente historia, los conceptos definidores de la izquierda han sido fabricados con intereses variopintos, pero la esencia que diferencia a unos de otros es una estricta situación modificable: la existencia de un bando con el mayor número poblacional que no tiene ni cinco en sus bolsillos, y la de otro que, siendo de unos cuantos, lo acumula todo.
A eso le llama el mundo “izquierda” y “derecha”: a las ideologías que buscan la igualdad social y a las ideologías que se mortifican con el igualitarismo. Tales son las nociones fundadas en la tradición de ambos conceptos. Unos entendimientos difíciles de cambiarles a los politólogos o a quienes desde la barrera –fuera de la acción política– se acercan a ellos y estudian, más allá de la praxis política, el trasfondo de sus fundamentos ideológicos.
La verdad es que cuando a los izquierdistas se les ha criticado con razón, ha sido porque han tomado distancia de los principios de la izquierda (la búsqueda de la igualdad social), y se han convertido en gente de derecha (aborreciendo el igualitarismo). Cuando Fidel Castro, por ejemplo, planteaba que no podía dejar el poder en manos de otro que no fuera él, su hermano Raúl o en alguien de su buró político, estaba realmente abandonando el espíritu izquierdista y dejándose poseer por el diantre de la derecha (aunque en su caso, valga decirlo, aupado por el bloqueo económico que les impusieran y todavía les imponen los americanos).
De igual manera, los movimientos obreros y de trabajadores, que a la sombra de la izquierda alcanzaron poder en Rusia y Europa, se tornaron (vaya y venga si por culpa de los vicios burgueses) en una suerte de derechas represivas. En tal contexto, a esa trasmutación de intereses ya no podía llamársele izquierdismo.
De semejante forma, los liberales clásicos dejaron de serlo cuando advirtieron el posicionamiento del capitalismo salvaje y el dominio de la ultraderecha en el mundo; en respuesta, decidieron acoger formas de integración social, pero esta vez equivocadamente basadas en el debilitamiento del Estado (en oposición a los regímenes de Lenin y Stalin, y a los gobernantes autoritarios) y en el favorecimiento del individualismo. De ahí surgiría el neoliberalismo, que hoy es un modelo económico considerado al servicio de los empresarios y en contra de los trabajadores.
A la izquierda, cuando es de izquierda, siempre se le descubre por su permanente defensa de las poblaciones pobres, y por su incansable búsqueda –de ahí su progresismo– de una armonía social vinculante y garante del desarrollo a todos los niveles sociales. Al apartarse de la izquierda –no importa si por afectaciones lingüísticas–, indefectiblemente, Petro ocupará el centro. El centro, que es un intermediario favorable para los polos, pero no es más que eso.
El centro une y desune a los polos. Cuando los desune crecen la desigualdad social y la violencia –por eso es negativa o contraproducente la polarización–. No obstante, cuando los une –ese es el propósito de la llamada Alianza Verde y del Pacto Histórico– los mantiene en su lugar, poniéndolos a trabajar en función de unas situaciones democráticas; es decir, producto de la conjugación de esas dos fuerzas.
Desde tal perspectiva, el centro no existe sino como herramienta política sin banderas ideológicas determinadas, sin programas políticos que no sean prestados o contrahechos; pero atento a las necesidades de ambos polos o del que más poder le ofrezca. Aun así, no es difícil aseverar que Petro no le teme al modelo izquierdista, sino al término, porque estamos, como nunca, reconociendo los usos y beneficios que presta la neurolingüística. Ahora se trata de aprovechar las percepciones que tiene la gente en su imaginario, y enviarle a su cerebro informaciones equívocas sobre la realidad (o simplemente difusas).
Bastante razón tenía Aristóteles cuando, siendo alumno de Platón, le advertía que la realidad, y no lo que suponemos de ella o en torno a ella, es el verdadero camino de la verdad. Una realidad cercada por los sentidos de la percepción y no por los de la intuición o por nuestros deseos. Para el estagirita, salirse del corral perceptivo (digamos, salirse de la izquierda sin haberse acabado la pobreza), para internarse en el misterioso mundo de la no-realidad, era algo así como caer en la cueva del conejo de Alicia.
* Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad de la persona a la que corresponde su autoría y no necesariamente representan la posición de la Fundación Paz & Reconciliación (Pares) al respecto.
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