top of page

La traición de Álvaro Uribe a los comandantes paramilitares

  • Foto del escritor: Redacción Pares
    Redacción Pares
  • hace 3 minutos
  • 4 Min. de lectura

Por: Redacción Pares




En el año 2004 Alvaro Uribe Vélez tenía una popularidad que superaba el 70% de favorabilidad entre los colombianos. Nunca antes un presidente, al menos en la era moderna, había tenido esos niveles de aceptación. En junio de ese años los tres comandantes paramilitares más relevantes, Ernesto Báez, Salvatore Mancuso y Ramón Isaza, entrados de Everfit al Congreso en donde fueron aplaudidos por los padres de la patria. Algún tiempo después centros de pensamiento como la Corporación Arco Iris, o senadores como Gustavo Petro, demostraron que esos políticos habían sido escogidos por medio de la presión militar e incentivos económicos de las AUC. Había un gran proyecto político que giraba en la legitimación de este grupo.


Justicia y Paz desarmó a sus guerreros. El plan con el que Uribe negociaría con los paramilitares le quitaría al país uno de sus grandes plagas. Se terminarían por fin las masacres, los desmembramientos, el horror que caracterizó el proyecto paramilitar.  Desde la izquierda se le hacía una fuerte crítica al presidente Uribe: ¿No se les estaba colando mucho narco en las movilizaciones? ¿Las masacres del Salado o La Gabarra no querían impunes con esta movida? Estas críticas no afectaban tanto como la presión que se ejercía desde Estados Unidos. La caída de las torres gemelas había pasado apenas unos años atrás, la política del entonces presidente Bush y luego su sucesor, Barack Obama, no dejaba espacio para las corta-pizas, los comandantes paras eran terroristas que estaban obligados a pagar sus crímenes con todo el rigor de la ley y eso sólo lo garantizaba que sus penas las pagaran encerrados en celdas norteamericanas.


Además estaba la verdad. Comandantes como Evert Veloza, conocido por otro de sus alias, “H.H”, comandante del Bloque Calima, tenía un compromiso con la verdad. Estaba contando detalles. El país necesitaba saber quienes estaban detrás del proyecto paramilitar, los políticos a los que beneficiaron, los oficiales del ejército con los que triangulaban operaciones, donde estaban los desaparecidos, ¿Por qué mataban? Decir que el país necesitaba saber esto es simple retórica. Las víctimas y sus familiares necesitaban justicia. Pero se los llevaron en mayo del 2008. Unas versiones apuntan a que al gobierno le molestara que el nivel de las confesiones de los comandantes paramilitares apuntaran hacia hombres poderosos de la industria y la política. Otros afirman que fue simple presión de los Estados Unidos.


El punto es que a los 14 comandantes paramilitares que fueron extraditados en mayo del 2008 -de un día para otro, sin que ellos lo esperaran- les molestó esta decisión. Llamaron incluso traidor a Uribe. La esposa del expresidente, en una reunión privada, se lamentaba de este acto. No le quedaba duda, la familia Uribe quedaría preocupada. Tendrían unos enemigos de una ferocidad probada. Unos meses después Jorge 40, uno de los comandantes extraditados, escribió una carta dirigida a Eduardo Pizarro, director de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, y quien fue uno de los funcionarios que más presión hicieron para mandar a los Estados Unidos a los comandantes paras. En esa carta por primera vez los paramilitares hablaron de la palabra traición: “Ojalá que quienes optaron nuevamente por la vía armada como medio político, desde las autodefensas gaitanistas de Colombia y las diferentes confederaciones de autodefensas entiendan que así el gobierno nos haya traicionado e incumplido y puedan tener todos los argumentos políticos para haber vuelto a las armas, la vía política armada no le sirve a Colombia para solucionar los problemas que la asfixian”.


Poco después el que hablaría sería Salvatore Mancuso. Envió una carta invitando a una comisión humanitaria a visitarlo a su lugar de reclusión a los Estados Unidos. Al llamado fueron la senadora Piedad Córdoba, el entonces representante a la cámara Iván Cepeda y el excomisionado de paz Danilo Rueda. En la visita Mancuso quedó con la mano extendida después de ofrecérsela a Iván Cepeda, quien fue víctima de estos grupos paramilitares y tuvo que ver la humillación que constituyó para la democracia colombiana la entrada de estos al Congreso de la República en el año 2004. Mancuso estaba molesto con Uribe. En esa reunió empezó a abrirse la compuerta en la que nos tiene hoy la historia: el juicio a un presidente. El comandante de las AUC afirmó en ese momento que el éxito de la Seguridad Ciudadana tenía como explicación las acciones conjuntas que hicieron, con el supuesto beneplácito de Uribe, paras y Fuerza Pública. “Sin nosotros no hubiera existido Seguridad Democrática” Afirmó.

Los paras cumplieron sus penas en Estados Unidos y regresaron al país. Algunos, desde cárceles en Itagui y Cómbita, también hablaron. Uno de ellos fue Pablo Hernán Sierra, alias Pipintá, testimonio clave para desentrañar el misterio que hay detrás de la creación del Bloque Metro. Es uno de los testigos estrellas que ha tenido el juicio de Uribe.


Con los años se ha demostrado que el miedo que sintió en algún momento Lina Moreno tenía mucho de verdad. Los paras se terminaron vengando de Uribe contando supuestas verdades. En eso terminó la venganza, en enlodar el nombre del expresidente. Porque, pase lo que pase en este juicio que se le sigue por manipulación de testigos, el desgaste físico, emocional y ante la opinión pública, ha sido enorme.

bottom of page