Por: Igor Parma, Internacionalista
Cuerpos encarcelados, dispuestos en filas bajo el más perfecto control de una fuerza policial aparentemente rígida, implacable, que conduce grupos de personas en los que la identidad individual se pierde en un mar de rostros aterrorizados, cabezas rapadas mirando el suelo y cuerpos tatuados. El video que subió esta semana el presidente salvadoreño, Nayib Bukele, a sus redes sociales dividió la reacción del público entre quienes ven en esto una fuerza digna de alabanza y quienes se preocupan por la violación de los derechos humanos.
Tanto Bukele como sus simpatizantes y otros grupos, respondieron a quienes se preocuparon por las violaciones a los derechos humanos de los encarcelados, argumentando que antes no se habían preocupado por el derecho humano de las víctimas que por años sufrieron bajo el control de las pandillas salvadoreñas. Bukele y sus simpatizantes enredan así a sus interlocutores con un argumento de suma cero, según el cual la preservación de los derechos humanos de un grupo de personas solo puede pasar en detrimento de los derechos de otros.
Bukele gradualmente se ha ido transformando a sí mismo en un símbolo político de manera peligrosa y que prenuncia un futuro incierto para El Salvador. Es innegable que la desarticulación de las pandillas trae beneficios para la sociedad salvadoreña, un notable desarrollo social económico en el país ha traído como consecuencia el crecimiento de la popularidad del presidente, que cuenta con el 89,5% de aprobación de la sociedad frente a la guerra del Estado contra las pandillas. Pero la peligrosa acción política de Bukele no está per se en el combate a estos grupos, sino en la instrumentalización narrativa que utiliza para promover su imagen personal como un salvador, un mensajero de Dios, una figura ciertamente mesiánica que diverge de todos los que le hacen oposición, sean actores domésticos o internacionales. El presidente Bukele frecuentemente construye su imagen indirectamente como si fuera la única persona posible para redimir los salvadoreños y protegerles del caos y del dominio de las pandillas. Esto lo hace a través de un discurso que, al tiempo, deshumaniza a los pandilleros encarcelados, aísla a los salvadoreños del escenario internacional y de sus instituciones, y se constituye a sí mismo y a las fuerzas policiales como instrumentos de Dios, en una teología política propia.
La deshumanización de los pandilleros encarcelados es algo que hace tanto explícita como implícitamente. En un discurso en un evento de graduación de nuevos soldados y policías, luego del inicio del régimen de excepción en El Salvador, en abril de 2022, Bukele empezó refiriéndose a las pandillas como un cáncer para la sociedad salvadoreña. Segundos después dijo que “ahora se esconden como ratas literalmente. No lo digo como ofensa para las ratas, por supuesto, pero que literalmente se esconden en hoyos”. Luego, al final del argumento, el presidente dijo que “por eso, curar a nuestro país de las pandillas es como curar un cuerpo con cáncer. Pero es eso o que muramos de cáncer”, haciendo una clara alusión a que se deben eliminar los pandilleros.
A lo largo de su mandato y del régimen de excepción, esta deshumanización se ha ido agravando. En noviembre de 2022, Bukele ordenó a la Dirección de Centros Penales destruir lápidas en tumbas que hacían referencia a las pandillas salvadoreñas, impidiendo la identificación de estas por sus familiares, por más que el presidente haya afirmado que “no estamos prohibiendo que los pandilleros tengan tumba”. Esta acción se basó, según Bukele, en una interpretación del Decreto No. 458 de 2011, que prohíbe las referencias públicas apologéticas a las pandillas (grafitis o publicidad, por ejemplo).
En su discurso, el presidente compara la situación salvadoreña al combate del nazismo en Alemania. Asociaciones como esta son presentadas de manera incompleta e involucran a todo el grupo de encarcelados y lo presentan como si fueron todos miembros de las pandillas de El Salvador, cuando estos no pasaron por un juicio ante un tribunal (por cuenta del régimen de excepción que opera actualmente en El Salvador), algo a lo cual incluso los Nazis tuvieron derecho en el tribunal de Nuremberg. El discurso de Bukele está hecho como si no hubieran en El Salvador testimonios de encarcelamientos arbitrarios, sin derecho a un juicio justo y como si la propia figura del presidente en su relación con esas mismas pandillas no fuera dudosa.
Junto a la deshumanización, Bukele emprende un esfuerzo aislacionista en la sociedad salvadoreña frente al escenario doméstico e internacional. Es un esfuerzo que, por más que cambie su intensidad con el público a quien se dirige, es consistente en su aislamiento. En el escenario doméstico, su discurso es más agresivo y contundente. El presidente se refirió a las ONG de derechos humanos –entre comillas según Bukele por cuestionar que defiendan derechos humanos– en su discurso en la graduación de nuevos policías y soldados (abril de 2022) en el inicio del régimen de excepción como organizaciones de amigos de pandilleros, aunque haya hecho la salvedad de que “no son la mayoría de la comunidad internacional". Luego afirmó: “¿de que habrán servicio las ONG si nosotros no tuviéramos problemas? Ellos necesitan que nosotros sigamos con problemas para poder seguir cobrando sus jugosos salarios. Ellos necesitan que haya baño de sangre y analizar el baño de sangre porque de eso viven”. Posteriormente, en el mismo discurso, hablando de los ingresos de los grupos de pandillas, afirmó que provienen de la extorsión, la venta de droga, los negocios criminales, “aparte del financiamiento que reciben interno y externo de los actores políticos que buscan desestabilizar el país”. Encierra su argumento con un juego de palabras denominando a las ONG de derechos humanos como “ONGs de defensa de derechos de los criminales”.
Bukele persistió, en el mismo discurso, en aislar a la sociedad salvadoreña también de sus instituciones. Mencionó que el sistema judicial del país era –una vez que se suspendió por el régimen de excepción– en total corrupto. Lo hizo después de comparar la lucha contra las pandillas con una lucha contra el cáncer, en la cual “es eso o que muramos de cáncer”. Bukele se dirigió a los nuevos policías, afirmando que “me imagino que…ustedes se frustraban cuando llevaban el montón de pandilleros arrestados y a los tres días salían libres por jueces corruptos”. Construye así una imagen de desconfianza a las instituciones sin emprender esfuerzos para una reforma posterior que ponga garantías o mecanismos de control para solucionar el problema de eventual corrupción de jueces. En efecto, la última reforma judicial firmada en El Salvador por Bukele fue en 2011, con el Decreto No. 144, posteriormente suspendido por la Cámara de Familia, toda vez que fue era un decreto polémico con potencial para jubilar cerca de un tercio de los jueces del país en ese momento.
En el escenario internacional, Bukele emprende los mismos esfuerzos de aislamiento, aunque con un discurso más blando, presentando a El Salvador en su discurso a la Asamblea General de la ONU como un vecino pobre siendo demandado por un vecino rico –supuestamente las grandes potencias del sistema internacional– que le quiere impedir reparar su casa por querer “venir a mandar en nuestra casa”. Pide después a la comunidad internacional que “reconozcan nuestros derechos a ser libres, a ser independientes de verdad” y remata diciendo que “estas Naciones Unidas se crearon…con el respeto absoluto a la soberanía y a la autodeterminación de cada país…”.
El aislamiento que conduce Bukele es así una estrategia discursiva política que debilita sus instituciones democráticas y no pretende ofrecer a la población salvadoreña una mejoría ni una alternativa que no se encuentre en su persona, en su misión y compromiso supuestamente con su pueblo para redimir a El Salvador de su pasado violento. Para esto utiliza una teología política propia, presentándose a sí mismo y su fuerza policial como una herramienta que cumple la voluntad de Dios. En su discurso Cómo estamos logrando la victoria… de noviembre de 2022 presentó la lucha contra las pandillas en un mar de referencias a Dios, al bien y al mal. Afirmó que “nosotros seres humanos tenemos la dicha de ser instrumentos de Dios todos nosotros para llevarle paz, libertad y felicidad a lo pueblo salvadoreño. Y nosotros [él mismo y la fuerza policial, a quien se dirige] somos el instrumento para sanar esta tierra. Cada uno de ustedes son un instrumento de Dios para hacerlo”. Luego habló de una degradación de los valores fundamentales en el mundo, valores que se pierden cada vez más, lo que lleva a la degeneración de sociedades que alguna vez fueron grandes. Contrapone esto el escenario de El Salvador bajo su mandato, afirmando que “los valores que antes estaban degradados en nuestro país ahora son los más importantes…¿Cómo no va surgir una nación que pone primero a Dios?”.
Estas acciones discursivas constituyen el mayor peligro de Bukele frente al futuro de la sociedad salvadoreña. Con su discurso y acción política, el presidente debilita las instituciones democráticas, construye una fuerza policial subordinada a él y deshumaniza una figura de enemigos que, sin un sistema que les confiera un juicio justo, bien puede ser modelada para conformarse a enemigos políticos, lo que ya sucede con la restricción a libertad de prensa en el país. En su acción político-discursiva, Bukele arroja una sombra de incertidumbre sobre el futuro del país y el posible fin del régimen de excepción.
Comentarios