Por: Miguel Ángel Rubio
Coordinador
Escuelas de Liderazgo Juvenil
Línea Jóvenes en Riesgo y Participación Juvenil
Detrás de cada gran fortuna hay un crimen
Balzac
Uno se pasa la vida preparándose para algo. Primero se enfada. A continuación, quiere venganza. Después espera. Él llevaba mucho tiempo esperando. Ya no se acordaba ni siquiera del momento en que el enfado y el deseo de venganza habían dado paso a la espera. El tiempo lo conserva todo, pero todo se vuelve descolorido, como en las fotografías antiguas.
Sandor Marai, El Último Encuentro
El siglo XX fue el siglo de las mafias en América y en Italia. Mafias que se arraigaron en Colombia de manera especial con el nombre de cárteles, los cuales, herederos de una tradición siciliana, han sido en muchos momentos enclaves económicos con sustento en poderosos dirigentes políticos, al punto de poner y quitar presidentes en muchos países del mundo. En nuestro país es famoso el escándalo del proceso 8.000, en el que a un expresidente se le acusa de haber recibido dineros de la mafia caleña para financiar su campaña política.
Esto no es, ni más faltaba, una teoría conspiranoica de las que se encuentra uno en las noticias falsas de internet cada tanto. Se sabe a ciencia cierta que las mafias más poderosas del mundo no solo donan grandes cantidades de dinero al Vaticano y establecen sólidas relaciones con otras congregaciones religiosas, sino que tienen alianzas muy fuertes y duraderas con los partidos políticos, con las fuerzas del orden y con las élites, que las desprecian, pero que se usufructúan de ellas para sus beneficios económicos y para su permanencia en el poder.
En Colombia, después de la segunda mitad del siglo XX, emergieron grandes capos y mafias dedicadas principalmente a la comercialización ilegal de marihuana primero y Cocaína después, diversificando su negocio con el juego, las apuestas, la trata de personas, el tráfico de armas, el lavado de divisas, entre otros negocios, y de un tiempo para acá, involucrándose en actividades políticas del tipo, patrocinar campañas políticas o, incluso, lanzar sus propias fichas a elecciones, adquiriendo un poder político que los blinda del siempre débil brazo del Estado y la policía.
El actual presidente de la república se ha visto salpicado en relaciones de este tipo y sus actuaciones y declaraciones no dejan saber lo contrario.
Es de este tipo de relaciones establecidas entre la mafia y la política, de lo que habla la última novela del escritor, politólogo, periodista y director de la Fundación Paz & Reconciliación (Pares), León Valencia Agudelo. La Sombra del Presidente es una novela recientemente publicada por Editorial Planeta, que, en clave de novela de ficción, cuenta los últimos 20 años de la historia política de Colombia desde dos grandes familias, la una terrateniente y conservadora, arraigada en el amor a la tierra, el poder a la tradición y las “buenas costumbres”. Es la familia Echeverry, de la que uno de sus hijos llega a ser presidente de Colombia, después de una prolífica pero también polémica carrera política en su región. La otra, la Familia Ferraro, contrabandistas y comerciantes de frontera, cuyo encuentro con los Echeverry determinará su papel en la historia y la política colombianas. Esta novela, publicada en plena pandemia y lanzada de manera virtual en muchas ciudades del país, tuvo finalmente el pasado 30 de abril en Corferias su lanzamiento “en carne y hueso”, con autor a bordo, comentaristas invitados y por supuesto público.
El leitmotiv de la obra es la relación mafia-política, una relación por supuesto de traiciones, asesinatos a mano propia, venganzas, negocios sucios, mentiras, hipocresía, violación, infidelidades, etc., al mejor estilo de la novela gansteril de la línea de Mario Puzo o de Kurt Vonegut, de Cormac McCarthy o de Ken Follet. El relato es al inicio lento, pero no tedioso, pues al narrador le interesa dejarnos claro que habrá una historia de amor irrealizable, signada por la muerte y la traición, y con una relación del pasado familiar turbia, que corresponderá a los nietos Adriana Ferraro y Daniel Echeverry resolver y dejar atrás, para cerrar futuros y fructíferos negocios.
El presidente retratado en la historia, al momento de su aparición y mientras es narrado y va teniendo su despliegue literario, va dándonos pistas de quién es a pesar de que el narrador usa la técnica del nombre falso. Y qué profundo se nos hace en su búsqueda del poder, en las vicisitudes de su ascenso, en sus profundas convicciones políticas, en la defensa de sus intereses y en las actuaciones que le significan su ruina moral y por ende la del país, que lo llevó enceguecido 2 veces al poder.
El otro personaje principal, pues en la novela no se puede decir que uno es más importante que otro, es un narcotraficante, quien, por circunstancias ligadas a los negocios, el honor y la protección a su familia, termina involucrado en la creación de los grupos paramilitares, en un asesinato que determinará el éxito de su amigo presidente y en las negociaciones con estos grupos armados. Luego es traicionado por el presidente con la extradición a los Estados Unidos, lo que le permitirá una reflexión lenta, profunda, tranquila y meditada de su vida, para cuando llegue el momento de cruzar de nuevo su mirada con el presidente Echeverry, antes su amigo, con quien tiene asuntos pendientes.
Con ecos de la novela de dictadores como El Otoño del Patriarca de García Márquez, Yo El Supremo de Roa Bastos, La Fiesta del Chivo de Vargas Llosa o El Jinete de Bucentauro de Alfredo Iriarte, La Sombra del Presidente nos habla de las relaciones de poder, de los miedos de quien lo detenta, del lado oscuro de un presidente que en público es amado por el pueblo y en familia odiado por su esposa. León Valencia logra ficcionar, y de qué manera, la vida política y personal del presidente más cuestionado de la historia de Colombia, sus relaciones con las mafias de Antioquia y la Costa Atlántica, sus vínculos y complicidad con el paramilitarismo y su legado.
Con esta novela madura, de narrativa ágil, de profundidad investigativa, de audacia en el trasunto de la historia, sin toma de postura o juicios de valor, la literatura colombiana cierra un ciclo de literaturas de sicariato, mafias de barrio, traquetos y violencia, y abre otra de literatura política. Retoma la historia, va a la crónica y regresa para novelar, en el mejor sentido de la palabra, una historia de Colombia en la que la ficción parece más verosímil que lo que a diario pasa en este país.
Comments