Foto: Semana.com
La sociedad colombiana vive un quiebre histórico, el más importante de los últimos ochenta años, cuando se incubo este largo conflicto armado que ha dejado tantas tragedias y desgarros en la sociedad, pero la amplia mayoría de la sociedad no lo percibe, no lo asimila y mucho menos lo asume, se vive dentro de la cotidianeidad como si nada transcendental estuviera ocurriendo.
El acuerdo que pacientemente y de manera rigurosa se ha construido entre el gobierno del presidente Santos y las FARC, nos acerca a una posibilidad de trabajar por una Colombia con una paz política importante, incompleta pero importante, que se corresponde con la transformación de una fuerza insurgente que desarrolló una guerra larga, intensa y extendida, y lograr su transformación en una fuerza política civil, que se aplique a desarrollar un acuerdo que tiene un sentido de ampliación de esta precaria democracia, no es poca cosa.
El conflicto armado contemporáneo se inició cuando la sociedad colombiana vivía un dinámico proceso de urbanización, dejó de ser la Colombia rural y se transformó en una sociedad mayoritariamente de concentración urbana, el conflicto fue pequeño y marginal, hasta que el M-19 se lanzó a un accionar en Bogotá y volvió el pequeño conflicto en un tema nacional.
Con la persistencia de un régimen político cerrado y con rasgos autoritarios y criminales, la guerrilla mantuvo sus argumentos y su proyecto armado, la guerra creció, se juntaron muchas violencias y la sociedad urbana de la Colombia de los años 90 nunca logró una cabal comprensión del tipo de conflicto que sufría la sociedad Colombiana, ni la naturaleza de sus actores, ni sus motivaciones, ni el comportamiento del estado, que lejos ha estado de una ética de responsabilidad, muy por el contrario, retadores y defensores, se degradaron en sus actuaciones.
La guerra tuvo sus razones y sus intereses, unos querían preservar el estatu quo y otros transformarlo, así tuvieran dudas del camino de las transformaciones, lo cierto es que tanto retadores como defensores, no concitaban un amplio respaldo, la indiferencia ganaba su lugar de preponderancia, la consigna que primó, fue, “esa guerra no es conmigo”, de allí que tanta barbarie en medio país rural, le importara muy poco al país urbano.
Ahora que se aproxima un cierre negociado entre Gobierno y FARC, y estamos iniciando una campaña por el SI o por el NO, a este acuerdo negociado, nuevamente vuelven las dudas sobre qué tan preparada esta la sociedad para concurrir de manera responsable a ejercer su voluntad ciudadana, en un tema en el que Colombia se juega las posibilidades de avanzar en una ampliación de una pequeña democracia o se mantiene anclada en un orden de exclusiones y autoritarismos.
El grueso de la población no tiene una comprensión clara de lo negociado. A pesar de que lo negociado hasta el presente es información pública, la apropiación de lo acordado es muy precaria, bien sea por desinterés en estudiar y conocer lo pactado o por la manipulación con la que el uribismo desinforma y manipula lo acordado.
El acuerdo negociado por el Gobierno del presidente Santos y las FARC, va a temas pendientes en la sociedad, por donde arrancó el conflicto hace más de medio siglo: un orden rural tremendamente inequitativo y la falta de garantías para la competencia política, ambos temas centrales en el origen y desarrollo de esta violencia y que han sido puntos negociados, para pensar en transformaciones en positivo, por supuesto que el uribismo no tiene interés en transformar el campo y mucho menos la política, se siente a gusto en este orden de exclusiones atravesado por violencias de todo tipo.
En octubre o noviembre estaremos convocados al Plebiscito de Paz, y los partidarios del SI y del NO tenemos la oportunidad de debatir con argumentos y rigor, lo que significa este acuerdo en una sociedad enferma de indiferencia y de rabias mal tratadas.
Columna de opinión publicada en Colombia2020.co
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