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La necesidad de la transición energética en Colombia: mucho más que una moda de las Energías Renovables

Por: Álvaro Martínez


Foto tomada de: Portafolio


Esta no es la primera vez que el territorio colombiano enfrenta una transición energética ni una transformación productiva. Si se considera la Transición Energética como un conjunto de cambios en los patrones de generación y consumo de energía, su afectación a la explotación de ciertos recursos y los usos finales de la energía generada, es posible encontrar varios ejemplos icónicos de cambio en nuestra historia.


René de la Pedreja Tomán, en su libro Historia de la Energía en Colombia 1537-1930 (1985), señala algunos casos de cambio energético que evidencian transformaciones significativas para la vida social y productiva colombiana durante varios periodos: 


Transitar de la leña a la vela (para la iluminación doméstica) y de la leña al carbón (para la explotación de sal, de minas, la cocción y la calefacción) fue un cambio fundamental en los modos de consumo energético durante la Colonia y gran parte del siglo XIX. Sin embargo, el cambio no fue total. Hoy, de acuerdo con cálculos de la UPME, 1,8 millones de hogares aún sigue utilizando leña y otros combustibles de uso ineficiente para uso doméstico en todos los departamentos del país.


La introducción de animales de tracción (equinos y bovinos), en conjunto con el uso conjunto de la rueda y el hierro por parte de los colonizadores españoles, obligaron a ciertas actividades a transitar del uso de la fuerza humana al aprovechamiento de la fuerza animal. Estas innovaciones generaron cambios importantes en la agricultura y el transporte desde los primeros años de la conquista hasta bien entrado el siglo XIX. Hoy, en zonas rurales, aún utilizamos equinos de tracción y animales de carga (mulas y burros) para transporte de carga y pasajeros y para otros trabajos agrícolas.


La introducción de la teja, la cal y el ladrillo como insumos de construcción y los cambios en las técnicas constructivas impulsaron la minería de canteras, los chircales y la instalación de hornos. También fomentaron el desarrollo de habilidades gerenciales a gran escala, de la mano de ciertas comunidades religiosas, a medida que se aceleraba el crecimiento demográfico. En el caso de los cementos, es evidente su importancia en la generación de energía; primero para autoabastecimiento y luego para consumo masivo. Hoy, muchas de estas técnicas de construcción, utilizadas en los primeros siglos de colonización, aún son utilizadas en algunas zonas rurales de Colombia; de igual forma, hemos heredado algunos de los problemas ambientales y laborales asociados a esta actividad, evidenciados desde sus inicios.


La fuerza de la energía hidráulica, en principio, se utilizó para impulsar molinos de trigo, pero también hay registros de su uso en talleres de carpintería, papel, algodón y caña, especialmente en el río San Francisco de Bogotá y en los ingenios del Valle del Cauca durante el siglo XIX. Este mismo principio se usaría posteriormente para impulsar las primeras ruedas Pelton del país.


El desarrollo del alumbrado público, alimentado primero con antorchas de sebo, luego con gas natural y finalmente con electricidad es un ejemplo significativo de cómo los cambios energéticos conllevan retos directamente relacionados con el desarrollo de otros sectores: seguridad urbana, comercio exterior, minería, insumos de construcción y urbanización son algunos ejemplos notables. Al mismo tiempo, la historia de la instalación y desarrollo de nuevas tecnologías en las luminarias nocturnas de las ciudades da cuenta de los enormes retos de regulación y gobernanza que traen los cambios tecnológicos a gran escala, y de la intrincada relación del sector energético con las entidades de gobierno que regulan su operación.


El petróleo primero fue utilizado como ungüento medicinal por parte de los indígenas que habitaban las zonas de Barrancabermeja y del Catatumbo. Posteriormente, fue utilizado como brea protectora de embarcaciones por parte de los primeros colonizadores españoles. Desde finales del XIX, como consecuencia del impulso de las grandes compañías petroleras británicas y norteamericanas, se convirtió en el combustible fósil más utilizado en el mundo. Colombia, apenas empezó a conocer algunos beneficios de esta industria hasta después de 1950 (con la creación de Ecopetrol). Desde finales del XIX y hasta bien entrado el siglo XX, la especulación, la dependencia y la desconexión entre el desarrollo local y la riqueza de la industria fueron la norma (algunos de esos efectos perduran hasta hoy). Algo paradójico, si se tiene en cuenta que contábamos con yacimientos de explotación superficial en algunas zonas del país de los que se decía que “brotaban como manantiales”.    


Esta no es la primera vez que el territorio colombiano enfrenta una transición energética ni una transformación productiva. Pero la Transición Energética que debe enfrentar nuestra generación sí es muy diferente a las anteriores.


Si bien, al revisar la historia, hoy también evidenciamos muchos de los viejos problemas de gobernanza, desarrollo regional y paz que nos han dejado viejas prácticas regulatorias, de relacionamiento industrial y de gestión social, en la actualidad también se debe tener en cuenta nuevas variables que hacen que planear e implementar del desarrollo energético contemporáneo sea mucho más complejo.  


Los centros de pensamiento, las entidades oficiales de planeación, ejecución y regulación, las empresas, las comunidades, la academia y los entes de cooperación internacional actualmente juegan en un escenario que lleva más de doscientos años probando la eficacia de los combustibles fósiles para generar energía, a la vez que los efectos amenazantes de los GEI (Gases de Efecto Invernadero) que estos producen y las tensas relaciones de muchas de estas empresas con las comunidades y los gobiernos locales. La historia industrial de los últimos 200 años, a la vez que evidencia una importante expansión económica y productiva, también señala las graves afectaciones a las comunidades, las dinámicas de la redistribución desigual de la riqueza y las enormes afectaciones al medio ambiente, cuya solución es requerida cada vez con mayor urgencia por la comunidad científica y las comunidades afectadas.  

 

Además del complejo panorama ambiental, sustentado en las discusiones y compromisos de las Conferencias de Medio Ambiente y Desarrollo de Naciones Unidas (especialmente las de Estocolmo, Rio de Janeiro, Kioto y París), la Transición Energética actual implica no sólo una descarbonización de la generación y el consumo energético, sino que propone ¡al menos nueve nuevas formas de producir energía! (entre las cuales se puede contar las energías fotovoltaica, eólica, geotérmica, undimotriz, mareomotriz, nuclear, de hidrógeno, el biogás y los biocombustibles, el almacenamiento energético, entre otras). La geografía de Colombia cuenta con ventajas comparativas importantes para todas y cada una de ellas, pero deberá elegir sabiamente cuál se adecúa mejor a las necesidades económicas, sociales y ambientales de los territorios y qué estrategia adoptar como país: a qué ritmo implementar, cómo y qué reemplazar, hasta qué punto hacerlo y qué efectos (aún no evidenciados) puede traer cada transformación.   

 

De igual forma, en un mundo ampliamente conectado y electrificado, luego de más de dos siglos de desarrollo industrial y en medio de las revoluciones de la conectividad y la inteligencia artificial, el reto no sólo será ambiental o comunitario, también habrá que contar con estrategias de reindustrialización y tecnificación aceleradas, así como de responsabilidad en el manejo de la información. Aquí entra en juego la importancia del conocimiento y la imaginación para resolver el trilema energético y cumplir, al mismo tiempo, con estándares de Seguridad Energética, Accesibilidad al servicio y Sostenibilidad al implementar las diferentes tecnologías de transición en todas las cadenas productivas existentes o por desarrollar. 


Ante este panorama, el gobierno nacional, a través del Ministerio de Minas y Energía, ha propuesto la consolidación de una Red Nacional de Conocimiento para la Transición Energética Justa (TEJ). La iniciativa, que ya fue presentada al país y que el primero de abril firmó un pacto por la TEJ con las principales universidades de Colombia, recurre al concurso de expertos y entidades en varios campos del conocimiento para: trabajar en red, conectar con experiencias internacionales, iniciar una agenda de eventos nacional y regional, influir en normatividad y promover un enfoque multidisciplinar que pueda comprender mejor los cambios globales que traen al país el mayor desafío energético, económico, ambiental y social de su historia.  


Conciliar estos objetivos no será fácil. Las respuestas no serán unívocas y muchas veces serán contradictorias. Generar una agenda multidisciplinar que sea responsable con la utilización de los recursos, equitativa para las comunidades y próspera para el sector productivo, en un mundo interconectado que ya lleva varias décadas implementando sus propias transiciones, no será un reto menor. La estamina necesaria para lograrlo deberá durar varias décadas (en principio hasta 2050, año meta establecido para descarbonizar nuestra economía) y enfrentar todo tipo de obstáculos.  


En conjunto con todas las entidades que hacen parte de la Red del Ministerio de Minas y Energía (los ministerios de Ciencia y Tecnología, Comercio Industria y Turismo, Educación; el SENA; las comunidades interesadas gestionar su consumo energético; las cámaras de comercio y demás organizaciones sociales) el recién inaugurado Centro de Pensamiento de la Fundación Pares para la Transición Energética, la Gobernanza y la Paz hará parte de la discusión, estará presente en los eventos decisivos y aportará a insumos a las nuevas políticas con investigación rigurosa, divulgación asertiva e ideas para transitar hacia este brave new world de las energías renovables y la descarbonización del planeta.  

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