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Foto del escritorGuillermo Linero

La insensibilidad de la Revista Semana

Por: Guillermo Linero Montes

Escritor, pintor, escultor y abogado de la Universidad Sergio Arboleda



Aunque la sensibilidad la tienen indistintamente todos los seres humanos, los formados y los no formados, es corriente llamarles sensibles a quienes con juicio y espontaneidad se preocupan del respeto a los otros y por la protección de los débiles y, en el caso de los periodistas, porque se preocupan por el esclarecimiento de los hechos sociales anómalos o extraordinarios, y porque los mueve la necesidad de comunicar la verdad.


No obstante, sin importar el área cognitiva en la cual se desenvuelva cada quien, hay quienes por su conducta indolente frente a los otros, son denominados insensibles. Incluso, son tantas las personas con un grado de sensibilidad tan bajo y tan anormal, que la comunidad científica ha concluido hábilmente que ello es consecuencia de la carencia de una neurona, la llamada neurona espejo. La neurona espejo genera las empatías y las fraternidades y, sobre todo, a las personas que la poseen, les permite vivir lo que sienten las otras personas, con la sola experiencia de observarlas en sus modos de actuar y expresarse.


Siendo muy joven conocí, aquí en Bogotá, a periodistas importantes y me hice amigo de ellos, como por ejemplo del hipersensible Orlando Sierra, subdirector del periódico La Patria, asesinado en Manizales el 01 de febrero de 2002 por esclarecer y comunicar la verdad; es decir, por ser muy sensible. Esa hipersensibilidad suya, revela que Orlando contaba con más de una neurona espejo, que le permitieron moverse siempre en el terreno de las verdades, y sus investigaciones, por sensibles, lo expusieron con indefensión ante los criminales de este país, ante los insensibles.


Fui amigo cercano de Julio Daniel Chaparro, cronista del periódico El Espectador, a quien asesinaron en Segovia, Antioquia, el 24 de abril de 1991, por estar indagando sobre la verdad en un contexto social donde todas las autoridades parecían comprometidas con lo criminal. Desafortunadamente, aparte de estos dos periodistas citados, también asesinaron por sensibles a otros muchos.


Según el diario El Espectador, refiriéndose a los 161 periodistas colombianos asesinados desde 1977, “61 trabajaban en medios de prensa, 64 en radio y 16 en televisión. Los 161 periodistas asesinados fueron víctimas del paramilitarismo, de las bandas criminales, de los narcotraficantes, de las cadenas de corrupción, de miembros de la Fuerza Pública y de las guerrillas como las FARC, EPL y ELN”.


En el presente, ya pasado el tiempo de las mayores atrocidades –el tiempo de las FARC, de los paramilitares y de los políticos corruptos–, me pregunto: ¿qué habrá pasado en esos años por la mente de aquellos periodistas a quienes no asesinaron, ni persiguieron, ni les hicieron la vida imposible? La respuesta es que pasó muy poco, y hasta da grima decirlo; pero lo cierto es que un buen número de ellos hacía parte de los insensibles.

Los insensibles no sólo carecen de la neurona espejo, como ya lo ha explicado la ciencia, sino además tienen hinchado el gen egoísta, porque sólo ven su propio interés y dejan de lado la empatía hacia los otros; y sufren de aporofobia, porque rechazan y desprecian a los pobres, al ver en ellos a quien no puede devolverles nada a cambio.


Por todo eso, en el presente es comprensible que los mismos jefes paramilitares (y no porque se les haya activado la neurona espejo, sino porque gracias a la JEP se les ha convertido la verdad en una moneda de cambio) están confesando que nada de lo realizado por ellos lo hubieran podido llevar a cabo sin la complicidad de algunos medios de comunicación y de algunos periodistas. Y aunque haya suficientes indicios acerca de quiénes pueden ser esos medios y esos periodistas, debemos esperar a que sus nombres los dé a conocer la Fiscalía y no un ciudadano corriente, ni un modesto opinador, como lo soy yo, así escriba para la Fundación Paz & Reconciliación (Pares), que es un medio bastante conocido por la sagacidad de sus investigadores y por la excelsitud de sus investigaciones.


Lo cierto es que las noticias sobre las barbaridades cometidas contra la población hasta hace muy pocos años las recibían los grandes medios y las editaban a puerta cerrada. Si de obtener información se trataba, resultaba casi imposible conseguirla en las instalaciones de los medios que las atesoraban, pues había que sortear una rigurosa requisitoria y era muy difícil acceder a los cubículos de sus oficiosos periodistas que se cuidaban de que los “chiviaran”. Siendo así: ¿quién podría enterarse de las informaciones antes de que estas fueran ocultadas o editadas al antojo de políticos y grupos económicos?


Si bien los hechos noticiosos de orden público sucedían en todo el territorio nacional, no se podía obtener informaciones veraces sobre ellos; porque, siendo precisamente el tiempo de las comunicaciones a puerta cerrada, los ciudadanos de a pie que las presenciaban –que podrían propagarlas sin restricciones– no contaban con un fax para enviar informaciones noticiosas con inmediatez; ni con un beeper para poner mensajes y hacer llamadas urgentes, y menos contaban con una cámara fotográfica o con una costosa filmadora para registrar los hechos a comunicar. A esos dispositivos sólo podían acceder los periodistas adscritos a los grandes medios.


Semejante realidad, tecnológicamente antidemocrática, y muy bien aprovechada por los poderosos privilegiados, viabilizó la ocurrencia de la barbarie paramilitar, al evitar que la población se enterara de las verdaderas razones que la movían y al permitir que pasara como normal en una sociedad violenta; porque los ciudadanos, al desconocer lo que realmente estaba ocurriendo, construían imaginarios a partir de cuanto los medios de comunicación les informaban, y la conclusión falaz devenía en algo así como: “el país va en desarrollo, porque estamos ganando la guerra”. Una guerra imposible de ganar, porque nadie gana contra sí mismo auto eliminándose y menos promoviendo el desarrollo de una minoría a costa del subdesarrollo de la mayoría.


Bajo ese contexto de informaciones manipuladas, la población cayó en un estado de conformidad y resignación, frente a una realidad social que le habían obligado a entenderla solamente así: inequitativa, de relaciones esclavistas y donde los jóvenes se desaparecían por la puesta en práctica de una premisa criminal: si no están recogiendo café es porque están delinquiendo.


En el presente, cuando ya no hay que buscar el teléfono en cabinas telefónicas o pedirlo prestado a una casa vecina, porque se lleva en el bolsillo un celular que contiene, además del teléfono una cámara fotográfica y una grabadora de audiovisuales, cuando el costo de todos esos dispositivos tecnológicos, reunidos en un solo aparato, es asequible a la mayoría de las personas, las noticias llegan a todo mundo con urgencia y oportunidad, y puede cada quien sacar sus conclusiones y hacer el análisis de ellas, mucho antes de que puedan ser ocultadas o ajustadas a la medida de los poderosos.


Por tal razón, en el presente es muy fácil saber cuáles son los medios que ocultan, tergiversan o crean noticias falsas, como lo hace la Revista Semana, pues cada persona que tiene un celular puede contrastar sus noticas con las versiones que recibe de ciudadanos, conocidos o anónimos, gracias a las redes sociales y a su teléfono celular. Por ello se ha venido derrumbando la credibilidad en los periodistas de la Revista Semana, pues es comprobable fácilmente que sólo producen noticias falsas o falaces. Ya nadie cree en ellos y quienes los leen y acompañan es porque hacen parte del mundo de los insensibles, o de quienes –lo cual sería una excepción– no cuentan con un teléfono celular o no tienen acceso a las redes de internet.


Con todo, pese a que sólo me he referido a la Revista Semana, entiéndase que incluyo igual a otros medios como Blu Radio, Caracol, RCN y la W Radio, o a periódicos como El Tiempo, El Colombiano y El País, que por haber nacido y haberse forjado en los tiempos de las puertas cerradas y la insensibilidad, se niegan al cambio porque todavía no se les activa la neurona espejo. En tal suerte, se están derrumbando junto a la Revista Semana y se están llevando consigo a la Flip, por su falta de rigor investigativo o por ser parte aberrante de los insensibles.


*Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad de la persona que ha sido autora y no necesariamente representan la posición de la Fundación Paz & Reconciliación al respecto.




 

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