Por: Iván Gallo
Foto tomada de: El Tiempo
Una de las decisiones que tranquilizó al país, incluso hasta los que no habían votado por Gustavo Petro, fue anunciar, poco después de ganarle a Rodolfo Hernández la segunda vuelta en las elecciones, que José Antonio Ocampo sería su ministro de Economía.
Independientemente de sus posiciones políticas, Ocampo era un experto en la materia. Su currículo hablaba por si mismo: Director Ejecutivo de la CEPAL, Secretario General Adjunto de Naciones Unidas, profesor de universidades tan prestigiosas como la de Columbia, su nombramiento acalló las voces alarmistas que presagiaban el desastre que le traería a la economía colombiana el mandato de Petro.
Muy al contrario de lo que pensaban los que compraron dólares pensando que se iba a disparar a los 5.000 pesos, la economía colombiana, comparada con otros países de la región, goza de buena salud. El dólar está estancado y la inflación y el desempleo han bajado. La salida de Ocampo no constituyó ninguna debacle. Sin embargo, la clase política se ha ensañado contra Petro y sus últimos nombramientos alegando que la única cualidad que se necesita en este gobierno es ser un petrista barrabrava.
Todo un debate se ha abierto en el país sobre la necesidad o no de nombrar tecnócratas en ministerios o puestos claves del gobierno. Leí un trino de León Valencia y lo voy a parafrasear. A lo largo de la historia republicana las élites clientelistas colombianas han llenado la administración pública de técnicos y “corbatas”, o como le llaman ahora, activistas. Es comprensible que Gustavo Petro quiera rodearse de funcionarios a fines a su ideología. Los cambios que está proponiendo necesitan de personas que entiendan como se está moviendo el ajedrez político. En un momento en el que reformas tan importantes como la de la Salud están empantanadas, necesita gente de su entraña ideológica. Es obvio que los expertos son importantes y están en cargos secundarios en este gobierno pero, ¿de verdad tienen autoridad moral caciques como César Gaviria de criticar a Petro por creer en lealtades personales a la hora de nombrar a alguien en un cargo público?
En su última columna en El Espectador, titulada El buen gobierno, como la vida buena, necesita tanto activistas como técnicos, Rodrigo Uprimny, a propósito del debate sobre tecnócratas y activistas, cita a Bertrand Russel “ni el amor sin conocimiento ni el conocimiento sin amor pueden producir una vida buena”, y remarca que es necesario mantener el equilibrio entre lo técnico y lo político a la hora de escoger los funcionarios de gobierno. Está muy bienintencionada la columna, pero debe saber que Petro en este momento está en un tránsito.
Sus reformas están en vilo y necesita lealtades. Si, han aparecido los Gustavo Bolívar, los Alexander López, los Carlos Carrillo, pero el presidente, en horas tan cruciales, necesita también de mosqueteros que le cuiden las espaldas. ¿O es que Uribe no los tuvo? Daniel Palacios, quien fuera ministro del interior de Duque, se hizo carrera gracias a cargarle la maleta a Uribe durante veinte años. Él mismo dice que es como si fuera un hijo suyo. ¿Por qué lo técnico sólo se lo están exigiendo a la izquierda?
Había una consigna en los tiempos de la China de Mao que rezaba: los funcionarios deben ser rojos y calificados. Es decir, para su caso, buenos comunistas y a la vez con alta calificación técnica. El presidente está en todo su derecho de escoger a personas afines a su proyecto, al cambio. Se gobierna desde lo técnico y también desde lo político. Petro tiene derecho a no traicionarse.
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