Por: Germán Valencia. Instituto de Estudios Políticos, Universidad de Antioquia. Columnista Pares.
La nobel de Economía Esther Duflo estuvo este año en el décimosexto Hay Festival. En compañía de la economista colombiana Ana María Ibáñez, presentó y discutió algunos de los temas que aborda tanto en su libro ‘Buena economía para tiempos difíciles’ –escrito un par de años atrás con su compañero de nobel Abhijit Banerjee– como en sus otros trabajos indagativos. En el conversatorio la autora ofreció pertinentes recomendaciones de políticas para afrontar los duros momentos que presenta hoy la realidad mundial, entre ellos, los efectos dañinos que deja sindemia de la Covid-19.
Duflo, una ciudadana francesa-estadounidense, es la segunda mujer en ganar el Premio Nobel de Economía, tras Elinor Ostrom en 2009. A esta joven economista le dieron el galardón, junto a otros dos colegas en 2019, por sus trabajos en torno a la reducción de la pobreza en el mundo. Un valioso reconocimiento con el que se demuestra, una vez más, el giro que viene dando la academia internacional al estudio de la pobreza y el bienestar social; línea que inició con el Nobel de 1998 Amartya Sen y que prosiguió con Angus Deaton en el 2015.
La novedad del trabajo investigativo de la señora Duflo y sus colegas está en el uso que le dan a la economía experimental y el estudio de casos para el análisis económico. Este enfoque permite una revalorización del aprendizaje que deja la experiencia y que sirve para desvirtuar las generalizaciones que arrojan los modelo econométricos agregados. Según la autora, los estudios particulares iluminan con mayor precisión los efectos que tienen algunas políticas y atienden con mayor autenticidad la evaluación de los programas. Son metodologías que permiten replantear las viejas disputas ideológicas y proponer formas creativas de resolver los problemas de la sociedad actual.
Entre los aportes de la nobel se resalta, en primer lugar, la crítica respetuosa y acertada que hace a algunas de las grandes ideas de la ciencia económica. Advierte cómo esta disciplina, desde el nacimiento en 1776, con Adam Smith, se ha puesto como tarea la consecución de la riqueza, medida básicamente a través del crecimiento del producto interno bruto (PIB), y lo que defiende Duflo es que esta ciencia debería replantear el nivel de importancia de tal objetivo y poner en primer lugar el bienestar social. Es decir, el bienestar humano debería ser el fin y, por tanto, el crecimiento económico tan solo uno de los medios para lograrlo.
De allí que la autora le establezca a economistas y dirigentes políticos el reto de interesarse por mejorar las condiciones de vida de la población. Sugerencia que se hace más prioritaria, en cuanto la realidad nos ha mostrado que el crecimiento en la producción de riqueza no ha estado acompañada con un reparto más igualitarios de la misma. Sus trabajos evidencian como en todas partes del mundo se observa una gran acumulación de unos cuantos y una reducción en los ingresos de la mayoría de la población, generando graves problemas de desigualdad económica y, con ello, el descontento generalizado, tanto con el modelo económico como con sus dirigentes.
En segundo lugar, propone dar un giro en los estudios de la economía. Es necesario que desde la misma formación de los economistas y del trabajo de los científicos sociales se redireccione el estudio de los temas disciplinares. Es pertinente que esta ciencia reconstruya su agenda investigativa; se requiere que los estudiantes e investigadores aborden otras problemáticas más cercanas a la realidad, a la situación actual y a los temas de economía política. Así, por ejemplo, que prioricen temas como la inmigración, la discriminación, la redistribución, el cambio climático, la desigualdad, la corrupción y la pobreza.
Lo que hace Duflo es un llamado a los economistas para que no se queden quietos ante la realidad problemática; no debe seguir actuando como una especie de conductor “dormidos al volante (con el pie en el acelerador)”; deben comprometerse más con la realidad, tener los oídos atentos a las necesidades y demandas sociales; tener la capacidad de orientar a los tomadores de decisiones y la población en la decisiones. Su pretensión no es la de desestimar el trabajo que hacen los economistas, sino reivindicar su profesión; crear un renovado interés por la ciencia lúgubre y mostrar su utilidad para el mundo de hoy.
En conclusión, nuestra autora defiende una buena economía: aquella que viene en auxilio de la resolución de los diversos problemas que tenemos como humanidad. Hay una serie de asuntos que requieren con urgencia ser atendidos, y en países como Colombia son evidentes: la inmigración venezolana, la desigualdad económica en aumentos y los efectos dañinos del cambio climático.
Por eso le establece como reto a los economistas y demás científicos sociales el trabajar incansablemente en mejorar las condiciones de vida de la población y atender una nueva agenda de investigación que considere los problemas prioritarios para la sociedad.
Comments