Por León Valencia, Director-Pares
Dice el presidente electo Iván Duque de su visita a Washington, en la entrevista a Sergio Maseri, El Tiempo: “Encontramos respaldo y alineación en temas regionales que nos afectan a todos, como la crisis venezolana”. Dice también que no tendremos embajador en Venezuela, nos limitaremos a relaciones consulares y concurriremos en la denuncia que ha hecho Luis Almagro, secretario de la OEA, contra Nicolás Maduro, en la Corte Penal Internacional. Aclara, eso si, que no es partidario de la intervención militar en el vecino país.
El gobierno de Duque va a la confrontación directa y radical con el régimen venezolano, es lógico, es de la esencia del uribismo, que convirtió su crítica y su actitud frente a Chávez y Nicolás Maduro en un asunto de política interna, en un elemento central de sus campañas electorales de los últimos años, endilgándoles a las demás corrientes políticas una adhesión al castro-chavismo y una pretensión de convertir a Colombia en otra Venezuela. Duque ha llegado a la presidencia preso de esa retorica.
Mala cosa. Muy mala cosa. Nuestra relación histórica y territorial con Venezuela es completamente distinta a la de Estados Unidos o la de cualquier país de la región. Dos mil seiscientos kilómetros de fronteras porosas y unas economías complementarias y dependientes en estos vastos territorios hacen la diferencia. Eso es elemental. Eso debería ser elemental. Pero no lo es para el debate político colombiano envenenado por una palabrería altisonante.
Ya muy poca gente, o ninguna, en Colombia coincide con las políticas de Maduro, la crítica hacia el gobierno de Venezuela es el signo de todas las corrientes políticas colombianas. Pero ese no es el ingrediente de la diplomacia, ese no puede ser el ingrediente de nuestra política exterior, las ideologías dejaron de ser, hace ya bastante rato, la sustancia de las relaciones internacionales.
Duque escogió el peor lugar y el peor momento para anunciar una ruptura cabal y total con el gobierno venezolano. Ahora el gobierno de Maduro tiene las manos libres para agudizar como quiera la grave crisis de las migraciones, la protección a las guerrillas, la informalidad del intercambio económico, la tolerancia a todas las ilegalidades que se dan en esa larga línea fronteriza.
A los analistas políticos colombianos y a los medios de comunicación les ha parecido una gran cosa este viaje a Washington. Les parece play, hipermegaplay, que en el preciso momento en que, en la prensa norteamericana, aparece la noticia de que Donald Trump le propuso hace ya varios meses a su gabinete una intervención militar en Venezuela, el presidente electo de Colombia anuncie desde la capital gringa la política frente a nuestro vecino y las líneas de lo que será nuestra conducta frente a la región suramericana.
Qué tal que en algún momento se convierta en realidad la intervención militar norteamericana en Venezuela. Quiero ver, en ese preciso momento, la cara del presidente Duque. Como dicen en la W Radio: ¿posibilidades de que Colombia se oponga a esa intervención? Ninguna. Pero las consecuencias de esa eventualidad serán gravísimas para la región, el incendio en que nos meteremos será desastroso.
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