En entrevistas a Julián Quintana sobre sus denuncias contra el director de la Agencia Nacional de Inteligencia, Álvaro Echandia, he visto reiterar la hipótesis de que la filtración del video, en que Óscar Iván Zuluaga conversaba sobre las Farc con Andrés Sepúlveda, y el escándalo y las investigaciones judiciales sobre espionaje y tráfico de información que involucraban a miembros de la campaña presidencial del Centro Democrático desequilibraron la contienda de 2014 y llevaron a la derrota al candidato del uribismo.
Esta conjetura no tiene asidero en lo ocurrido en esos días y tampoco en la historia reciente del país. Los datos puros y duros muestran otra cosa. La candidatura no sufrió mella y más bien se fortaleció. Tampoco se vinieron al suelo otros líderes políticos pillados en parecidas o más graves ilegalidades y corrupciones en los últimos 20 años. Eso, en Colombia, según muestran los acontecimientos, en vez de debilitar tiende a fortalecer.
El 6 de mayo de 2014, en la captura de Andrés Sepúlveda y en el allanamiento de las oficinas donde laboraba para la campaña de Óscar Iván Zuluaga, se encontraron las primeras evidencias del espionaje y el tráfico de información reservada con el propósito de lesionar las negociaciones de paz y la campaña rival. Diez días después apareció el video donde Zuluga, en visita a Sepúlveda, indaga por los hallazgos de su investigación sobre las Farc y la paz. A continuación, el 25 de mayo, este candidato anodino, que no lideraba las encuestas, gana la primera vuelta.
Mi hipótesis arriesgada y controversial es que, en ese momento, mucha gente dijo para sus adentros: este ‘man’ sí es capaz, este ‘man’ sí se le mide a todo con tal de desbaratar el proceso de paz, este es el que necesitamos. Fue ahí donde se disparó la candidatura de Zuluaga, fue ahí donde se desató la alerta que obligó a todas las demás fuerzas del espectro político a buscar una alianza para cerrarle el paso y aun así estuvo a punto de triunfar en segunda vuelta.
Había tenido una experiencia en Europa que me reveló esa actitud de una parte de los colombianos. Fui a presentar los resultados de la investigación de la parapolítica a grupos parlamentarios. Estuve en Londres, Bruselas y Estocolmo. Después de contarles que en ese momento estaban presos 41 congresistas y 47 más tenían investigaciones abiertas, me preguntaron en todos los lados por la adscripción política de los inculpados. Les dije un poco extrañado con la pregunta que el 95 por ciento pertenecía a la coalición de gobierno.
Me preguntaron entonces con pequeñas variaciones por la posibilidad de que Uribe tuviera que abandonar su cargo. Tuve que decirles que las encuestas reflejaban un mayor apoyo a la labor presidencial, y agregar que incluso los líderes políticos encarcelados seguían gozando del poder político en sus regiones y en el país y seguramente sus allegados políticos y sus familiares serían elegidos en las próximas elecciones. Me miraban incrédulos y debía repetirles la aseveración. No podían entender la situación y yo no atinaba a darles una explicación convincente.
Y vean lo que está ocurriendo con Julián Quintana. Riguroso director del Cuerpo Técnico de la Fiscalía, en una juiciosa investigación, logra la condena a diez años de Andrés Sepúlveda por el Juzgado 22 Penal Especializado. Allí Sepúlveda aceptó los cargos y declaró que comprometió en esta labor a miembros de la fuerza pública y de la Agencia Nacional de Inteligencia que también fueron condenados.
En el proceso se hace visible la evidencia de que Sepúlveda gozaba de toda la confianza de los líderes de la campaña de Zuluaga. Sepúlveda conversa relajadamente con el candidato sobre informaciones recolectadas de manera ilegal; va de la mano de Luis Alfonso Hoyos, segundo de la campaña, a donde Rodrigo Pardo, director de Noticias RCN, para tratar de divulgar información sobre las Farc; firma contrato con el hijo de Zuluaga, gerente de la campaña; logra que la Dirección de la Policía le abra las puertas por recomendación de Rafael Guarín cuando era viceministro de Defensa.
El doctor Quintana sale de la Fiscalía sin mayor reconocimiento, anónimo, con dificultades para pasar a un cargo de la importancia del que tenía, y un día decide cambiar de idea y de bando y decir que las evidencias para vincular a Zuluaga y a su hijo o insinuar algo sobre Uribe no existen, y que todo esto fue inducido por el director de la Agencia Nacional de Inteligencia.
Entonces Echandía, que le entregó a Quintana las pistas para que llegaran a Sepúlveda, aprovechando quizás algún contacto con Rafael Revert y Daniel Bajaña, ahora está en el ojo del huracán y tiene que salir a explicar los nexos entre estos dos hackers y su institución. Porque Zuluaga y sus abogados han construido la curiosa y arrevesada tesis –aceptada por no pocos periodistas- de que si Echandía tuvo con anterioridad alguna relación con Revert o Bajaña quedaría demostrado que todo fue una conspiración contra Zuluaga.
Auguro que Quintana ahora sí será muy respetado y tendrá éxito; que Echandía se verá en calzas prietas para mantener su puesto; y Zuluaga y el uribismo van a tumbar los procesos judiciales y van a ganar más puntos para 2018; porque en Colombia la corrupción y las tramas ilegales dan prestigio y votos.
Columna de opinión publicada en Revista semana
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