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Iván Cepeda sería la primera víctima de la extrema derecha en ser presidente

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    Iván Gallo - Coordinador de Comunicaciones
  • hace 5 horas
  • 3 Min. de lectura

Por: Iván Gallo Coordinador de comunicaciones


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La primera vez que vi a Iván Cepeda fue en junio de 2018. Sobrellevaba, estoico, un cáncer en un estado que no invitaba a los buenos augurios. La Corte acababa de concluir, después de cuatro años de estudiar la demanda interpuesta por Uribe, que era el expresidente quien habría cometido en el delito de manipulación de testigos. No creo que Cepeda haga meditación. No creo que tenga alguna práctica religiosa derivada al budismo. Creo que su única religión es la paciencia, la espera y esto fue suficiente para derrotar a dos enemigos poderosos: la enfermedad y Álvaro Uribe Vélez.


Iván Cepeda es una víctima del conflicto colombiano. Su papá, Manuel Cepeda Vargas, fue asesinado en 1994 mientras salía de su casa. Cepeda ayudó a crear un movimiento, el MOVICE, que sirvió para hacerle justicia a miles de víctimas de una guerra que, entre narcos del cartel de Medellín, el cartel de Cali, grupos de autodefensa y una parte del ejército, les juraron a los líderes de izquierda más destacados del país. Una guerra que tuvo como colofón la entrada al Congreso de los excomandantes paramilitares Ernesto Báez, Salvatore Mancuso y Ramón Isaza. Cepeda entró al recinto con una foto de su padre en el pecho, gritando ante la infamia. El 50 % de ese Congreso, años después, sería juzgado y condenado por haber sido elegido con la ayuda de los paramilitares, quienes buscaban, a pesar de sus crímenes, legitimidad política y económica. Cambiar las leyes para poder quedarse con los millones de hectáreas que habían despojado y, de paso, aspirar a la presidencia. Pero no pudieron. La sociedad civil, en cabeza de investigadores como León Valencia, Laura Bonilla y Claudia López, destaparon lo que se conocería como la parapolítica. Senadores como Gustavo Petro, magistrados como Iván Velásquez, empezaron a tomar esa investigación como la punta de lanza para desmontar el proyecto paramilitar.


Y mientras tanto, Cepeda tenía paciencia, la misma que tuvo cuando se entrelazaba en discusiones larguísimas con su padre por lo que él había visto cuando visitó Bulgaria. En uno de los videos que sacó Uribe, horas antes de que la juez Sandra Heredia leyera las 1.110 páginas de las que se compone su sentencia, el expresidente inició en redes sociales una de las tantas campañas de desprestigio contra Cepeda, un loop que ya lleva 14 años. En ese video, Uribe afirmaba que Cepeda era un amigo de las FARC. Una de las pruebas que daba era la afinidad que sentía ese grupo guerrillero por su padre, un comunista de línea dura, a veces inflexible. Tanto fue así que un frente de las FARC le puso su nombre. Lo que no contó Uribe es que, cuando Iván regresó de estudiar en Bulgaria, que, en ese momento, finales de los años ochenta, pertenecía a lo que se conocía como el telón de acero, criticó abiertamente el modelo soviético. Fue una especie de desilusión, una postura con la que terminó chocando repetidas veces con su papá. Desde entonces, Cepeda es más un social demócrata que un comunista. Y el que diga lo contrario miente y no lo conoce.


El MOVICE se transformó en un motor de lucha, de búsqueda de reparación de dignidad y justicia para los que habían sido impedidos de recibirla por culpa de un sistema encubridor. Cepeda, en sus correrías por las cárceles del país buscando verdad encontró dos testimonios devastadores contra los hermanos Álvaro y Santiago Uribe Vélez y fueron los de Pablo Hernán Sierra, alias el Tuso y los de Juan Guillermo Monsalve, alias Guacharaco, quienes pertenecieron al Bloque Metro de las AUC y dieron las pruebas suficientes como para que Cepeda pudiera hacerle un debate en el Congreso a Uribe por la participación en la creación de este grupo armado. Uribe, acostumbrado como tanto radical a que no hay mejor defensa que un buen ataque, respondió demandando a Cepeda por supuesta manipulación de testigos, crimen que cometió él como se supo doce años después.


Con la condena que cayó sobre Uribe, 12 años por fraude procesal y soborno, Cepeda logró anotarse la victoria más grande de un político contra algún terrateniente en la era moderna. Hasta los que se la pasan hablando de narcopetrismo, respetan a Cepeda. Es un incuestionable, un indiscutido, un verdadero faro moral. Era inevitable que periodistas como Vanessa de la Torre le preguntaran por su futuro, ¿Se ve presidenciable? Cepeda, el modesto y paciente, ya no puede seguir escondiendo sus cartas y ha dejado entrever que puede estar listo para lo único que le falta, lo único que necesitamos para curar las heridas de setenta años de conflicto, y es que una víctima de la extrema derecha pueda ser presidente de Colombia.

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