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¿Funcionará Cien años de soledad como serie de Netflix?

Por: Iván Gallo


Foto tomada de: LAUD90.4FM


Nunca se pudo comprobar si esta anécdota es verdadera. Anthony Quinn, estrella de Hollywood de los años setenta, le ofreció a García Márquez un millón de dólares por los derechos de Cien años de soledad. El actor que alcanzó fama universal por su interpretación de Zorba, el griego, se soñaba con encarnar al corone Aureliano Buendía. Gabo, astuto, no le dijo que no, sino que le pidió dos millones de dólares. En varias oportunidades Quinn renegó de la supuesta avaricia del Nobel. Lo único cierto es que García Márquez no quería ver en una pantalla su obra más conocida. Y eso que amaba el cine.


Gabo fue uno de los primeros críticos de cine que tuvo el país y su columna apareció durante 15 meses, entre 1955 y 1956 en una columna de El Espectador. El director del periódico, Guillermo Cano, creía que había que hacerle proselitismo al buen cine para no depender tanto de Hollywood. Gabo, quien firmaba con el seudónimo de Sepmitus, alabó en este tiempo a películas que fueron revolucionarias en lo formal como Rashomon y subió a un altar al guionista Cesare Zavattini, padre del neorrealismo. No sólo creía que Ladrones de bicicleta era la película más humana jamás hecha, sino que abogó porque la gente fuera a ver en masa una propuesta tan radical como lo fue en su momento Umberto D, también dirigida por Vittorio de Sica.


Gabo viajó a Roma con la intención de estudiar cine y lo que le quedó de ese paso fueron amigos que lo acompañaron hasta el final, como el director argentino Fernando Birri -quien adaptó al cine con muy poco éxito el cuento Un señor muy viejo con unas alas enormes- y el fotógrafo Guillermo Angulo quien aún vive en su casa en Choachí. Los relatos de Gabo, antes de Cien años de soledad, tienen una clara influencia de guiones cinematográficos. El ejemplo más destacado es una de sus novelas más logradas, El coronel no tiene quien le escriba, cuyo narrador cuenta la historia como si fuera una cámara haciendo planos.


Después de pasar las duras y las maduras en París, gracias a los contactos que tiene su amigo Álvaro Mutis en México puede incursionar haciendo guiones para películas de destacados productores de la edad dorada del cine mexicano, Alatriste y Barbachano. En este pueblo no hay ladrones, otra adaptación a uno de sus cuentos, es una de las pocas películas que tienen el sello GGM que no causan vergüenza. Porque la relación de Gabo con el cine es la historia de un amor no correspondido. Acaso por venganza Gabo, que ya se veía condenado al mundo de la publicidad y de las películas malas en México, quema su último cartucho haciendo en 1966 una novela que es la antítesis del cine. Y así lo dijo en una entrevista de 1968 a la Revista Nacional de Cultura en Caracas, Venezuela "Escribí una novela con soluciones totalmente literarias, una novela que es, si se quiere, las antípodas del cine: Cien años de soledad. Los derechos de autor de esta novela son la máxima codicia de muchos productores de cine y televisión".


Dicen que sólo una vez pensó que podría ser buena idea soltar los derechos, cuando Akira Kurosawa pensó en hacer una adaptación. Gabo tuvo entre sus amigos ha los más destacados cineastas del siglo XX, iba a toros con Roman Polansky, se sentaba a tomar vino con Sergio Leone, era uno de los ídolos de Woody Allen, invitaba a Cuba, a su escuela en San Antonio de los Baños a Robert Redford, Francisc Ford Coppola, uno de los italianos más reconocidos en salas de arte, Francesco Rosi, se gastó una millonada adaptando en Mompox Crónica de una muerte anunciada y la crítica del New York Times tituló Crónica de una mierda anunciada.


Siguió trabajando en proyectos cinematográficos, algunos ridículos, ampulosos como Edipo Alcalde, al lado de su amigo Jorge Alí Triana, hizo televisión con Crónica de una generación perdida, vendió los derechos de la Cándida Erendira a su amigo, el maestro brasilero Ruy Guerra, en donde la protagonista era Irene Papas. Incluso, antes de que la memoria empezara a borrarse, pensó en escribir a cuatro manos un proyecto con su hijo, el exitoso director Rodrigo García, quien ha estado al frente de proyectos como Los Soprano, Six Feet Under y muchos otros éxitos de HBO, pero jamás pensó que podría ser viable una adaptación cinematográfica de la obra suya que menos tuvo influencia del cine, Cien años.


Pero el mundo cambia. Las series de televisión tienen una ventaja con respecto al cine y son las horas, el tiempo. En 120 minutos es imposible convertir la magia de la palabra en imágenes. Pero la serie que está a punto de estrenar Netflix tiene 16 horas. Los hijos de Gabo estuvieron al frente del proyecto y saben que difícilmente encontrarán una actriz que satisfaga las expectativas de un público que tiene la belleza de Remedios estampillada en la cabeza. Ya, desde el trailer, empezó la polémica. Será muy difícil que pueda despertar, con unanimidad, una buena crítica. Pero, lo importante, al igual que pasó con En agosto nos vemos, es que en medio de la pobreza, de la miseria de nuestra cotidianidad, Gabriel García Márquez, diez años después de su muerte, siga siendo noticia de primera plana y la necesidad de leer Cien años de soledad una y mil veces, continúe viva.


Por supuesto que Gabo no se revolcará en su tumba. Debe estar feliz, con Melquiades, viendo como su nombre no lo borra nada ni el huracán de el tiempo.

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